El secreto de la princesa -parte dos-

Parte cuatro: Conociendo a la Bestia

Era tarde y el majestuoso sol todavía no se ocultaba, sus rayos aun alumbraban los bosques alrededor del reino. Las personas seguían en sus trabajos y sus labores habituales. No imaginaban que muy pronto el terror regresaría a sus vidas, pues la Bestia estaba a punto de volver.

Era una persona que desafiaba la autoridad del reino. No le tenía miedo a nada ni a nadie. Era aguerrido, de voz dura y mano firme a la hora de tomar decisiones. Por eso lo respetaban tanto sus secuaces y era temido por la población del reino. Mas su identidad estaba oculta.

Ninguno de sus seguidores sabía su nombre, ni conocían su rostro, solo sabían que estando bajo su mando, todo saldría bien. La Bestia tenía un solo objetivo: convertirse en el ladrón más famoso de todos los tiempos, y con sus hombres, pensaba lograrlo. Este objetivo le permití obtener tanto oro como quisiera.

Sus hombres seguían reunidos bajo las sombras de unos enormes árboles, afuera de una cabaña solitaria y antigua en medio del bosque. Jugaban a las cartas y se contaban chistes. De pronto guardaron silencio cuando vieron llegar a la Bestia. No lo esperaban tan pronto, pues el mensaje que había enviado acababa de ser leído por Rick. Vestía su habitual atuendo oscuro y calzaba unas enormes botas negras de cuero. Sus pasos provocaban nervios a quienes lo escuchaban caminar.

―Majestad, ¡bienvenido! ―recibió con una sonrisa Isaac, quitándose un sombrero de paja que usaba sobre la cabeza.

―Gracias, fiel escudero ―agradeció amable la Bestia con una voz roca y gruesa.

Era evidente que aquella voz estaba alterada, pues no salió natural, sino fingida. Sobre esto nadie comentaba nada, sabían bien que el patrón ocultaba su identidad y no le gustaba que hicieran preguntas al respecto.

Sobre su cabeza portaba una capucha de tela oscura. Como precaución, su cara también estaba cubierta por una especie de pasamontañas, pero en realidad eran vendas que ocultaban su rostro y solo se podían ver sus ojos salvajes y furiosos. A todos dominaba con aquella mirada y ninguno podía mantenerse viéndolo a los ojos más de dos segundos.

―Todos síganme ―ordenó la Bestia caminando al interior de la cabaña abandonada.

Entraron al lugar. Eran pocos hombres y el espacio era minúsculo. Se trataba de cuatro paredes de tres por cinco metros y el techo era de teja. Había una mesa junto a una de las paredes y la Bestia se puso detrás de ella. Los demás se reunieron alrededor, todos de pie.

―Los mandé reunir porque ustedes me han demostrado su lealtad y ahora necesito de ustedes para una importante tarea.

―Nosotros estamos a sus órdenes ―habló Rick―. Usted díganos de qué se trata.

―Es algo muy sencillo ―procedió el encapuchado―. Deben organizarse bien para que sigan al príncipe Carlo Villaseñor a todas partes. Necesito saber a dónde va, qué hace y con quien. En pocas palabras, hay que vigilar al príncipe y elaborar un reporte pormenorizado de todas sus acciones y relaciones amistosas. 

Hizo una pausa y todos estuvieron confundidos.

―Pero, señor, ¿para qué quiere que hagamos eso? ―preguntó el Garrocha.

―Estimado Garrocha, agradecería mucho que solo acepten llevar a cabo la tarea ―dijo con seriedad la Bestia―. Yo sé por qué se los encargo y solo deben obedecer. ¿O no soy acaso el patrón? ―su voz ronca atemorizó a todos.

―¡Claro que sí, usted lo es! Y nosotros obedeceremos ―dijo sumiso Isaac, dándole un codazo al Garrocha.

―Muy bien ―la Bestia pareció complacido con aquellas palabras―. Entonces estén listos. Esta tarea debe realizarse lo antes posible. Muy pronto habrá sorpresas, muchachos. Si todo sale como lo tengo planeado, en menos de lo que canta un gallo, seremos los más ricos de Valle Real ―dijo, dejando escuchar de nuevo aquella voz ronca y estruendosa.

Aquellas palabras hicieron brillar los ojos de los hombres que estaban ahí. Se miraron entre sí y sonrieron. Pero ninguno entendía por qué su señor les había encargado una tarea tan fuera de lo común, inusual y atípico. Seguir al príncipe Carlo Villaseñor no era algo que les pareciera interesante y mucho menos entendían cómo aquella acción les redituaría dinero. Sin embargo, era una orden suprema y tenían que acatarla. Confiaban en su líder, pues nunca les había quedado mal y estaban seguros que esta vez no sería la excepción.

―Pues no se hable más ―dijo el vozarrón de la Bestia―. Al sol le falta poco para ocultarse. Pónganse de acuerdo con Rick para realizar lo que les pedí. Yo los veo mañana de nuevo aquí mismo, con todos los resultados de esta encomienda. No quiero perderme ni un solo detalle.

Los hombres montaron en sus caballos flacos y se dirigieron a la mansión para ver entrar o salir al príncipe. Lo vigilarían día y noche.

En la cabaña solamente se quedaron la Bestia y Rick.

Él era la mano derecha de la Bestia y fue el hombre que amenazó con una daga al comandante Márquez en la prisión para liberar a Isaac. Su nombre completo era Ricardo Ponce, pero todos le decían Rick. Él era el guerrero que había luchado contra el maestro Yamil para demostrar que lo superaba en el combate cuerpo a cuerpo, sin embargo, no tuvo éxito y fue expulsado del instituto.

Después de eso no se supo nada más sobre él y todos pensaron que se había marchado de Valle Real, pero no fue así. Él seguía en los alrededores del reino y había aprendido con la Bestia a ser un verdadero guerrero. Ricardo era alto y fuerte, de un carácter agresivo, pero la Bestia era mucho peor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.