Parte uno: Más sobre la Bestia
Con su rostro cubierto por una tela negra y solo mostrando sus ojos en la sombra de la capucha, la Bestia comentó a sus secuaces:
―No contaba con que ese coronel tendría tanta guardia, se nota que es un cobarde. Pero no importa, tengo el plan perfecto para lograr nuestro objetivo.
Refinó cada detalle, hablando claro para todos. Quería que el atraco salera perfecto. Observaban cómo el carruaje negro avanzaba hacia ellos, que se escondían en lo espeso del monte y en troncos de los árboles. Permanecieron expectantes. Era la mayor hazaña que habían intentado. Si tenían éxito, sería un exquisito triunfo. Si fallaban, el peor fracaso.
La Bestia se escondió en un lugar seguro. No participaría en el ataque. Él era la mente maestra y no quiso exponerse. Por lo tanto solo atacaron seis hombres, incluyendo a Ricardo. Todos ocultaban sus rostros.
El coche pasó normalmente por el camino real y el plan de la Bestia inició.
Los hombres de negro debían encargarse de cada soldado, pero de manera ordenada. El plan era derribar primero los caballerangos de atrás y después los de adelante.
Los soldados marchaban en silencio y ninguno esperaba el ataque.
El primer soldado fue derribado por Isaac Blanco. El pobre soldado solo sintió un gran golpazo en su cabeza y cayó en los brazos de Isaac, inconsciente, pues no debía escucharse el azote del hombre. Al mismo tiempo cayeron los otros dos de la parte de atrás, ya que se podría sospechar al ver a un solo caballo caminar sin jinete. Estos fueron derribados por dos hombres que no había acudido a la reunión donde se anunciaba la llegada la Bestia, sin embargo, en esa proeza sí participaron.
Ahora solo quedaban tres en la parte de atrás, los cuales fueron derribados por Ricardo y dos hombres más, uno de ellos era Jame y el otro el Garrocha.
La Bestia seguía a paso veloz la caravana y miraba con felicidad la ejecución de su plan. Era muy conveniente que los dos que iban a cada lado del carruaje no sospecharan nada, por lo cual Isaac y otro compañero ya les tenían preparado un golpe y así fue y los dos hombres cayeron desmayados, ambos en brazos de los golpeadores, ya que no querían que se escuchara algún ruido.
Adentro el coronel reía y decía sus chistes ―muy malos, por cierto―. Era un ególatra, aunque con su sobrino Adell siempre aparentaba amabilidad y el pobre muchacho creía que su tío era bueno. Ninguno de los dos imaginaba que afuera todos sus hombres estaban siendo derribados y muy pronto se enfrentaría: la Bestia.
Los caballos seguían su camino, pues ahora los jinetes eran los hombres que habían atacado a los oficiales. Habían tomado las riendas para que los soldados de adelante no se dieran cuenta que estaban siendo saboteados, pero eso pronto sucedió. Dos caballos, los cuales no alcanzaron jinete, corrieron despavoridos por en medio de los soldados de adelante, quienes se extrañaron al ver los caballos. Todos miraron hacia atrás y se dieron cuenta del sabotaje.
También lograron ver como Ricardo ―con su máscara de tela―, apuntaba con un arma en la cabeza del cochero y este se detuvo para que no le hicieran daño. El carruaje de color negro y muy lujoso, estaba totalmente en alto a espaldas de los soldados.
―¡No se muevan! ―advirtió Ricardo a los soldados que se había volteado.
Los oficiales trataron de sacar sus armas, pero ya otras armas les apuntaban a ellos, lo cual evitó que trataran de hacer algún movimiento que pusiera en peligro las vidas de los hombres de la Bestia. Obligaron a los soldados a bajar de sus caballos, mientras que uno de los hombres de la Bestia se acercó para desarmarlos.
―¿Qué diablos está pasando? ―preguntó enfurecido Leonard, asomándose por la puerta del vehículo―. …¿Qué… qué significa esto? ―preguntó despavorido al ver a sus hombres en manos del equipo desalmado de la Bestia. Su peor pesadilla se había hecho realidad.
―Queremos el oro coronel ―exigió Rick apuntando con el arma hacia el coronel.
―Yo no les voy a dar nada ―dijo desafiante Leonard.
―Si no lo hace, sus hombres morirán ―advirtió Rick y no estaba jugando.
―Mátenlos a todos, no me importan. Hasta yo les ayudo ―y sacó un arma de su uniforme y apuntó hacia los soldados, pero se detuvo cundo miró muchas armas apuntándole.
Los soldados estaban entrenados para esas situaciones, por lo cual enfrentaron a los hombres de la Bestia cuando ellos apuntaron hacia Leonard. Eran siete soldados contra seis ladrones. Además Leonard y su sobrino también pelearían. El cochero se mantuvo al margen y prefirió no estar en ninguno de los bandos. Tenía una familia que mantener.
Una vez que las armas estuvieron en el suelo por acuerdo mutuo, los choques estridentes de las espadas se escucharon en el aire. Cada uno comenzó a usar sus técnicas de pelea. Leonard aprovechó y huyó por el monte con el oro en sus manos. Nadie se percató de su partida, pues todos estaban luchando para no ser vencidos.
El coronel corrió entre los árboles y creyó estar fuera de peligro. Pero a la distancia miró un caballo que se acercaba. Era la Bestia.
―¿A dónde vas con mi oro, Leonard Palacios? ―se oyó su voz fuerte y agresiva.
Leonard nunca antes se había enfrentado directamente con aquel delincuente.
―Así que tú eres el famoso ladrón del reino, el que roba a los ricos para darle a los pobres ―su tono era burlón―. No me hagas reír, no creo que les des a los pobres y no pienso darte nada ―advirtió Leonard.
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romance y misterio, secretos y aventura, gemelas princesa y plebeya
Editado: 13.06.2020