Se alejaba rápido, tratando de alargar cada vez más la distancia entre ella y su amado. Iba triste, casi derramando el llanto, pues lo que acababa de hacer no había sido fácil para nadie. Tampoco sabía por qué lo había hecho, pero pensaba que era lo mejor. Así, en un futuro, cuando él supiera que ella era la princesa, entendería que ambos no podían estar juntos. Al final de todo, la verdad se iba a saber y prefería que terminara de esa manera, a imaginar que él pudiera llegar a sentir desprecio por ella.
Su respiración estaba agitada cuando sintió que unos pasos la perseguían, imaginó que era Guepp y avanzó más a prisa. A cada instante volteaba para quién iba detrás de ella, pero no veía nadie. Su pelo dorado y ondulado a media cintura la hacía lucir salvaje y atractiva. Su terso rostro se veía afligido por la situación reciente. Sus ojos verdes se veían tristes, manchados por la nube de impotencia que sentía al dejar para siempre al hombre que amaba.
Caminaba con aquel vestido blanco y sencillo. Ya estaba cerca de Emperador y también de sus ropas finas, que la esperaban detrás del tronco de un árbol, muy escondidas para que nadie pudiera verlas. Caminaba a prisa cuando un ruido llamó su atención.
Giró su cabeza hacia atrás, buscando entre la maleza a alguien, pero no vio nada. Había llegado a un claro, rodeado por árboles y a lo lejos había quedado el sonido de la cascada, el silbar del viento y el hermoso canto de los pájaros. Al no ver a nadie, Gisselle continuó, pero se asustó al topar con una persona frente de ella, que estaba a pocos metros de distancia.
―¿A dónde tan rápido… Colibrí? ―dijo con ironía la persona que antes perseguía a Carlo y que ahora enfrentaba a la princesa.
Ella quedó absorta e impresionada por sentirse descubierta y también por ver que aquella persona parecía enojada con ella. A la princesa se le formó un nudo en la garganta.
―Te quedaste muda, ¿Colibrí? ―dijo de nuevo la persona, con su mirada llena de rabia.
―¿Quién es usted? ―preguntó la princesa.
―¡Vamos, Zuleica! ¿A qué estás jugando? ―preguntó molesto Erick―. Entonces, me habías dicho que te ibas a casar con el príncipe. Y mira, resulta que tú eres la tal Colibrí. ¡Qué casualidad! ―dijo enfurecido.
Erick siempre había interpretado la actitud de Zuleica como una puerta a sus pretensiones y pensaba que tenía oportunidad con ella, por eso lo enfurecía que le hubiera visto la cara.
―¿De qué habla? ―preguntó confundida la princesa―. Yo a usted no lo conozco. ¿Qué quiere y por qué me persigue? ―preguntó indignada la doncella.
Los ojos de Gisselle eran idénticos a los de Zuleica, era demasiado fácil confundirlas cuando no se sabía que eran gemelas. Erick se acercó unos pasos.
―No te hagas la mustia, Zuleica. No entiendo qué pretendes con tu tonta actitud. Sin embargo, hubiera preferido que me dijeras la verdad. Yo pensé que sabía mucho sobre ti. Ya veo que en realidad no sé nada ―reclamó―. Ahora entiendo cuando me decías que ya lo conocías y que te ibas a casar con él. Y luego yo de tonto, insistiéndote en que ibas a ser mía. Pero sabes, si no eres para mí, tampoco vas a ser para ese imbécil ―advirtió furioso porque aquella situación le dolía por dentro, pues si había alguien a quien Erick en verdad quería, era a Zuleica.
―Yo no sé de qué habla ―respondió la doncella con temor, mirando en los ojos del joven tristeza y rabia―. Usted me está confundiendo, yo no soy quien usted dice, por favor cálmese.
―¡No me digas que no sabes! ―Erick mantenía un tono irónico―. ¡Por favor…! Qué dijiste… Erick se chupa el dedo. Yo le digo unas mentiras y él se cree todo. ¡Pues no, Zuleica! ―gritó encolerizado―, te repito, si no eres para mí, no serás para nadie ―y desenvainó su espada plateada.
Se escuchó la hoja al salir de la vaina y un objeto rutilante brilló a los ojos de Gisslle. Ella se puso muy nerviosa y no supo qué decir. Aquel hombre se veía dispuesto a cometer una estupidez.
―¿Qué hace? ―preguntó asustada Gisselle―. Está loco, no pensará… ―titubeó la muchacha.
―¡Claro que lo pienso! ―aseguró Erick―. Te lo advertí, Zuleica Montenegro, si no eres para mí, tampoco serás para nadie más ―se le hizo un nudo en la garganta porque le dolía lo que pensaba hacer―. Y tu muerte me lo garantizará ―concluyó.
Lleno de rabia, se lanzó contra la joven y se oyó un grito.
―¡No!
El choque estridente entre dos espadas se escuchó retumbante. Carlo llegó y detuvo el movimiento de la espada de Erick que se dirigía a su Colibrí. Con su fuerza logró allanarlo y lanzarlo contra el suelo, sin que la espada plateada pudiera tocar bajo ninguna circunstancia a su amada.
Gisselle estuvo nerviosa y asustada por lo que miraba: su atacante estaba en el suelo y su amado Guepp la acababa de salvar. Él corrió hacia ella sin despegar la mirada de Erick.
―¿Estás bien? ―preguntó preocupado el príncipe y rodeándola con su brazo.
―Sí ―respondió Gisselle, temblorosa, abrazándose a Carlo.
Ambos miraron a Erick ponerse de pie a tres metros de distancia.
―¡Lárgate Erick! No quiero hacerte daño ―advirtió Carlo, mirando con ojos furiosos al joven que siempre reñía con él.
―Ustedes dos son unos infelices. Malditos los dos ―espetó con rabia Erick.
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romance y misterio, secretos y aventura, gemelas princesa y plebeya
Editado: 13.06.2020