El secreto de la princesa -parte dos-

Parte tres: Volver a casa

Gisselle miraba fijamente al hombre que tenía en frente.

  ―¡Usted de nuevo! ―dijo asombrada.

Erick se acercó decidido.

―Él ya se fue, así que no hay nadie que te pueda defender en esta ocasión.

―No sé qué pretenda, pero no voy a caer en su juego ―respondió Gisselle―. Ya le dije que no lo conozco y le pido que se vaya, por favor… déjeme sola. ¡Quiero estar sola!

La risa alocada de Erick se escuchó.

―Eres demasiado hermosa, Zuleica. Pero no eres muy inteligente. No entiendo cómo puedes fijarte en él. Sé que eres muy interesada, pero nunca imaginé que tanto. Además, ya te dije en casa que tú solo serás para mí y para nadie más ―aseguró.

Gisselle estuvo cansada de tantas palabras y tanta confusión. No pudo contener más su descontento y habló firme contra aquel muchacho.

―Ponga mucha atención ―dijo exasperada―. No sé quién es Zuleica. Usted me confunde, entiéndalo. Me habla de alguien a quien desconozco.

―¿A qué estás jugando? ―enloqueció Erick poniéndose muy serio―. Pretendes que te crea todo esto, por más que trates de evitarlo, no impedirás que le rompa toda la cara a ese mal nacido. Tal vez hoy no lo vea, pero mañana sí. Le haré saber que yo soy tu dueño y que nadie que no sea yo puede tocarte ―advirtió, mirando fijamente a la princesa.

Se acercó y la tomó por la cintura, apretándola contra él. Ella intentó zafarse, pero Erick era muy fuerte.

―¡Suélteme! ―exigió la princesa con un grito sofocado, pero era inútil gritar.

―No lo haré. Tú eres mía y si puedes besarlo a él, con mayor razón a mí.

Gisselle pudo darse cuenta que aquel muchacho era capaz todo. Ella nunca había estado tan cerca de un hombre que no fuera Guepp. Estaban solos y aquel lunático podía hacer con ella lo quisiera sin que ella pudiera oponer resistencia.

El viento soplaba y las copas de los árboles se movían violentamente. No era seguro que lloviera pero las nubes comenzaban a formarse en el cielo y ya no había sol. Gisselle trataba inútilmente de zafarse de  los brazos del mozuelo, pero él la apretaba más todavía y la miraba con deseo enfermizo. Deseaba a Zuleica como un loco y pensaba que aquella chica era ella, así que nada impediría que la besara y si podía, hacerla suya en ese momento.

―Suélteme, se lo suplico ―Gisselle optó por dejar la actitud agresiva y habló con desesperación. Se sentía extraña en aquellos brazos fuertes que la estrechaban con gran deseo.

―Tiemblas en mis brazos, Zuleica. Tus palabras me dicen una cosa, pero tu cuerpo otra ―dijo Erick complacido.

La princesa no temblaba de emoción, sino de miedo.

―No se equivoque, usted no sabe con quién se mete ―advirtió Gisselle.

―No me importa lo que hagas, no escaparás de mí. Ahora no está ese pajarraco contigo para defenderte, serás mía quieras o no, Zuleica ―advirtió Erick de nuevo.

―Yo se lo advertí ―dijo enfadada la princesa cuando Erick aproximó sus labios para besarla. Ella lo golpeó con fuerza en la entrepierna y logró zafarse.

―¡Auch! ―Erick aulló de dolor y se llevó las manos a sus pantalones. Luego cayó hincado.

―¡Aléjese de mí! ―gritó furiosa Gisselle, quitándole la espada a Erick y amenazándolo.

Su anterior actitud ―tranquila y pasiva― había desaparecido. Ahora estaba enfurecida. Sus ojos verdes y hermosos ahora desprendían fuego.

Erick, todavía hincado, volteó hacia la chica que le apuntaba con la espada plateada. Sonrió complacido. Le encantaba esa actitud en Zuleica. Estaba convencido de que era ella, pues aquellos ojos, aquella forma de sostener la espada, la delataban.

―Así me encantas más, preciosa ―aseguró el doncel.

―No quiero hacerle daño ―aclaró la doncella―, pero si se acerca un paso más, no tendré alternativa ―advirtió.

Él se puso de pie y se acercó poco a poco, colocando su pecho contra la punta del arma.

―Entonces, hazlo… ¡mátame! ―sugirió Erick.

―No me subestime ―advirtió Gisselle, atenazando más la espada.

Él extendió los brazos.

―Entonces qué esperas… ―repitió el muchacho.

Gisselle dejó caer la espada

―Por favor, váyase. No soy la persona que usted dice ―pero él no le creyó.

―Dime algo Zuleica… ¿Qué tiene él que no tenga yo?

Gisselle pensó en Guepp.

―Él nunca me pondría en esta situación ―aseguró.

―Por favor, se ve que no lo conoces ―dijo Erick volteando los ojos.

―Claro que lo conozco y más de lo que usted piensa. Guepp es el mejor hombre que he conocido.

Erick soltó una carcajada.

―Por favor, hasta qué grado ha llegado tu cursilería. Pensé que lo de Colibrí y Guepp era algo pasajero, pero ya veo que se lo toman muy en serio. ¡Que ridículos son ustedes dos! ―se dio la espalda para reírse sin que ella lo viera, pero fue inevitable escucharlo.




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