«¡Maldita sea!», pensó en voz alta Zuleica, pues estaba furiosa. Después de todo no había podido descubrir nada. Había llegado tarde el mensaje que le había enviado a Carlo por medio de Peregrino.
Desde un escondite observó que tres hombres se acercaban a la entrada de la mansión Villaseñor, escondiéndose entre los árboles para no ser descubiertos. Eran los hombres enviados por la Bestia: Isaac, Jame y el Garrocha, cuyo verdadero nombre era Frank.
Zuleica no les tomó mucha importancia y se marchó.
En poco tiempo llegó a la entrada de su casa. Usaba un frondoso vestido de color amarillo. Los gestos de su rostro eran de enfado. Ideó un plan para descubrir quién era la mujer con la que se veía su hombre y saber contra quién lucharía.
Se dio cuenta que su madre aún no llegaba y entonces platicó con Peregrino, el cual estaba posado sobre su hombro derecho.
―¡Qué aburrimiento, Peregrino!… Pero más coraje me da no haber descubierto a Carlo con esa mujer ―y sonrió para su mascota―. Pero tú no te preocupes, tú hiciste bien tu trabajo, lo único malo fue que mi príncipe ya se había ido. Eso no pudimos evitarlo.
Peregrino la miraba atento, como si entendiera lo que decía. Y tal vez sí le entendía, pues reaccionaba a cada palabra de Zuleica.
―Sabes Peregrino, tengo una gran idea ―dijo la plebeya espontáneamente―. Iremos a ver a Karla. De seguro está bien enojada porque no he ido desde ayer que te escapaste ―ella le hizo una seña con los ojos y Peregrino agachó la mirada―. Pero no te preocupes, no hay rencores por eso, mi Peregrino. Tú me has ayudado en muchas cosas y no tengo manera de agradecerte. Quien debe pedir perdón por lo sucedido ayer, soy yo ―el ave levantó su mirada―. Lo importante ahora es saber quién es esa mujer con la que mi futuro esposo se ve a escondidas. Aunque, tengo una gran duda que no te he preguntado ―el ave entornó los ojos―. Es muy simple. ¿Cómo obtuviste ese mensaje que traías en tu patita? ―el ave no podía expresar con palabras entendibles cómo había obtenido aquel mensaje, pero la respuesta era sencilla.
Tenía esa gran habilidad que distinguía a Zuleica y Gisselle: la velocidad. Y en el aire él era el mejor. Usó su habilidad contra los dos tórtolos que volaban felices por el aire. Ellos creían que Peregrino quería hacerles daño, pero Peregrino quería jugar con ellos. Hacía mucho que no jugaba con ninguna otra ave y cuando miró a Remso y Dénis, imaginó que podría hacerlo. Aquel papel en la pata de Dénis parecía el motivo perfecto para iniciar el juego.
El ave rapaz pensaba que lucharían para que él no les pudiera quitar el papel y ese fue su propósito desde el inicio. Por eso voló muy alto y comenzó a soltar aquellos chillidos aturdidores. En el cielo tocó algunas nubes y vio desde arriba las pequeñas casitas en el reino, rodeadas por calles llenas de plantas hermosas y carruajes yendo y viniendo de un lado a otro, así como peatones y personas a caballo. Su objetivo en ese momento estaba a unos metros de distancia hacia abajo y eran las dos pequeñas palomas que también se detenían en el aire y planeaban la forma de escapar, gorjeando una con la otra.
Peregrino chilló y bajó en picada. Aquellos palomitos no eran más veloces que él y eso le daba una ventaja para poder obtener el papelito que la paloma llevaba.
Vio que ambas palomas llegaron al bosque. Peregrino seguía enfocado en la palomita blanca y el mensaje que ella traía en su pata. Con su aguda mirada, ubicó a Dénis entre las ramas. Ella voló rápido, pero Peregrino la alcanzó y la desequilibró. Ahí mismo le arrebató el papel que llevaba en sus patitas. Luego Remso desequilibró a Peregrino y él se enojó mucho. Incluso pensó en tomar represalias, pero cuando escuchó el disparo, desistió.
Peregrino desapareció del lugar volando a toda velocidad, alejándose completamente de los tórtolos. Escapó feliz porque había obtenido el premio: el papelito blanco. No sabía qué significaba lo que tenía en sus garras, pero le agradaba. Aunque más le agradaba la idea de poder llevárselo a su dueña. Pero, antes de partir hacia donde ella estaba, disfrutó de su vuelo por los aires.
Subía hasta lo más alto y se dejaba caer en picada, sintiendo en su emplumado rostro, el aire que lo acariciaba. Pronto se detenía en el aire para hacer maniobras deslumbrantes. Sin embargo, no soltaba para nada el premio que había obtenido durante el juego. Después de un rato regresó con Zuleica.
Desde lo alto miró muchas casas y entre ellas, la de Grettel. Ubicó la ventana del cuarto de Zuleica en la primera planta y aterrizó en el alfeizar. Ahí estaba Zuleica.
―¡Peregrino! ―dijo la hermosa muchacha, tratando de volver en si al ave, el cual parecía perdido en sus recuerdos―. Estoy esperando tu respuesta.
El ave reaccionó y dirigió su mirada hacia un lado, indicando que buscaría una forma para poder explicarle a la plebeya lo que ella quería saber.
Peregrino bajó del hombro de Zuleica y encogió sus alas, pareciendo más pequeño. Luego comenzó a arrullar como lo hacen las palomas.
―¡Claro! ―dijo ella―.¡Te lo encontraste!
Peregrino movió su cabeza hacia un lado y otro repetidas veces.
Se elevó en los aires y en esta ocasión aterrizó, comenzando a caminar como paloma e imitándolas cuando comen en el suelo.
―¡Palomas! ―dijo exaltada Zuleica.
Peregrino regresó al hombro de la chica y asintió con la cabeza.
―¿Qué tienen las palomas? ―preguntó ella sin comprender. Luego señaló a Peregrino con el dedo y le sonrió―. Ya, ahora entiendo. Esas palomas de la mañana, cuando estuvimos con César y tú fuiste a perseguirlas ―la joven caminó hacia la calle, luego se detuvo―. Esas dos cacatúas deben ser el lazo entre Carlo y esa mujer. Tú me ayudarás, Peregrino ―miró fijamente a su mascota―. Los seguirás a donde quiera que vayan. Y si ellos tienen algún mensaje, deberás apoderarte de él. ¿Harías eso por mí? ―preguntó con su carita dulce que siempre ponía cuando quería que un capricho suyo fuera cumplido.
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romance y misterio, secretos y aventura, gemelas princesa y plebeya
Editado: 13.06.2020