El secreto de la princesa -parte dos-

Parte cuatro: Futuro encuentro

Gisselle lloró de impotencia mientras caminaba a su alcoba. Ahí seguía Gloriett sentada, leyendo un papel. Cuando miró a la princesa entrar, se exaltó y se levantó de la cama, mirando con preocupación a la recién llegada.

―Mi niña… ¿qué sucedió? ―preguntó.

Gisselle se percató de lo que hacía su nana, pero no le dio importancia, pues ya no pensaba guardarle secretos.

―Nana, ella está loca ―dijo la doncella limpiándose los ojos.

―Ya lo sé hija. Pero tu padre no lo ve así. Él piensa que ella le destapó los ojos respecto a ti ―dijo Gloriett y luego sonrió―. Ay… hija, me vas a perdonar, pero no pude evitar leer este papelito, que estoy segura es para ese joven, ¿verdad? ―preguntó indiscretamente la anciana.

Al oír hablar de Guepp, el rostro de la princesa cambió. Una sonrisa se dibujó en sus labios y sus hermosos ojos verdes brillaron.

―Tienes razón, nana ―suspiró―. Es para él, pero no puedo enviárselo sino hasta mañana muy temprano. Remso y Dénis duermen muy a gusto ―señaló los barandales del balcón donde estaban los dos palomitos durmiendo muy quitados de la pena.

―Recuerdo esa pícara ave ―dijo la nana―. Ahora entiendo por qué la defendías tanto cuando llegábamos en el carruaje. Debo contarte algo ―y ambas se sentaron en la cama otra vez―. Cuando recién llegamos y tú entraste a bañarte, yo quise leer lo que esa pequeña pícara tenía en sus patas, pero ella me dio tremendo picotazo para evitar que lo hiciera.

Gisselle se rio discretamente.

―Ella es muy fiel, nana ―dijo la muchacha―. También es muy protectora, si alguien tratara de hacerme daño, Dénis me defendería a morir. Dénis y Remso han sido nuestros testigos y han llevado y traído tantos mensajes míos y de Guepp. Les debemos mucho a esos dos hermosos tortolitos.

―Supe que ese joven escapó ―comento la nana.

―¡Qué bien! ―dijo contenta la muchacha―. Aunque él no era Guepp.

―¿Cómo que no era él?

―No, era un pobre chico que andaba perdido y los soldados lo capturaron. Pero no era mi amado Guepp.

―Mucho mejor ―celebró Gloriett―. ¿Cómo dices que se llama? Guappo… o ¿cómo? ―preguntó confundida la anciana.

―Guepp, se llama Guepp ―repitió Gisselle sonriendo.

―¡Ay hija! Es un nombre muy extraño, no lo había escuchado jamás.

―Bueno, es un apodo solamente. A mí no me importa cómo se llame en realidad, estar junto a él es lo único que me interesa. Me hace muy feliz su presencia y sentirlo junto a mí.

―¿Así que no sabes cómo se llama el joven que quieres? ―preguntó enigmática Gloriett.

―No, nana. Pero no me importa, yo así lo quiero. Lo quiero tal como es. Me interesa su persona solamente. No me importa nada más. Ni su nombre, ni su condición social ni su vestimenta. Solo lo quiero a él. No sé cómo se llama, ni me interesa; para mí él es Guepp y nada más ―dio un suspiro y los ojos le brillaron.

―Es un lindo apodo hija. ¿Él como te dice a ti? ¿Gueppa? ―dijo riendo Gloriett.

―Cómo eres ocurrente, nana ―dijo Gisselle y también se rio―. ¡Claro que no me dice Gueppa! Él me dice Colibrí. Dice que soy muy rápida. Así nos pusimos desde pequeños y nunca nos hemos dicho nuestros nombres. Él no sabe que yo soy la princesa del reino.

―Pero, ¿por qué no se lo has dicho? ―preguntó sorprendida la nana.

―Estoy segura que no querría seguir a mi lado. Ya sabes, mi padre tiene aterrado al reino entero con la idea de mandar a la horca a todo el que me mire. Guepp al saberlo saldría huyendo y no quisiera eso. Tampoco que mi padre le haga daño.

―A ver, ¿que no se supone que ese muchacho te quiere? ¿Supongo que si supiera quién eres te querría más, no? Incluso, tal vez hasta hablaría con tu padre.

―No creo. Posiblemente se aleje porque nunca le he dicho quién soy en realidad. Él siempre ha pensado que soy una mujer de campo, una chica sencilla. Prácticamente una jornalera en los campos agrícolas. Jamás imaginaría quién soy en realidad.

―Entiendo, mi vida. Pero dime algo más, ¿Cómo es él? No me ocultes nada, por favor…

―Esa pregunta no es difícil de responder ―las mejillas de la princesa se sonrojaron―. Él es increíblemente… ¡hermoso! ―habló despacio en cada palabra―. Tiene ojos color miel y un sedoso cabello castaño claro y rebelde. Su cara es hermosa ―cerraba los ojos cuando decía cada rasgo y seña, recordándolo―. Su mirada es cautivadora y penetrante. Cuando me mira me pongo a temblar. En un principio me ponía muy nerviosa, hoy ya es menos, pero me emociono mucho cada vez que lo miro de nuevo. Su piel es clara. Es perfecto nana, por eso lo amo ―dijo sumamente emocionada la doncella.

―¡Vaya, hija! También yo me estoy enamorando de él por lo que me cuentas. Me hablas de un adonis, prácticamente. ¿Y cómo es de sentimientos?

―¡Maravilloso! ―dijo Gisselle―. Siempre me hace reír. Me cuida más que a él mismo y siempre me hace soñar con sus palabras. Me cuenta muchas cosas que me hacen ver el mundo de otra forma, me llena de esperanzas. Me dice que me ama y que quiere estar conmigo para siempre. Me hace pensar que todo es maravilloso y que todo será perfecto, aunque…

La joven hizo una pausa y su sonrisa se borró de inmediato.

―¿Aunque qué? ―preguntó Gloriett con desconcierto.

―Supongo que ya leíste el mensaje que le enviaré ―comentó Gisselle tomando el papel de la mesita de madera.

―Ah, eh… así es hija ―admitió avergonzada la mujer mayor―, por eso te pedí perdón hace un momento ―hizo una sonrisa forzada―. Entonces esa es la razón por la que estás así de triste, ¿porque tienes que separarte de él?

Aquellas palabras sacaron de sus ensoñaciones a Gisselle y se lanzó a los brazos de Gloriett. Habló sobre el hombro izquierdo de la mujer.




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