El secreto de la princesa -parte dos-

Parte dos: Úrsula, perversa

Qué difícil es construir algo hermoso y que fácil es destruirlo. No alcanzará el tiempo para saberlo todo.

El sol es un regalo para todos, que no hace distinciones entre ricos y pobres. Entrega su luz sin fijarse a quien. Da todo lo que tiene todo el tiempo.

Las casas eran alumbradas por los rayos de luz que se traslucían entre la neblina. Unas corrientes de aire arrastraban la masa blanca y esta cada vez se replegaba más hacia los bosques aledaños del reino, por lo tanto las casas se podían distinguir más.

Una de aquellas casas era la de Úrsula, que tenía dos cuartos grandes y una cocina amplia, aunque a ninguna de sus habitantes le gustaba cocinar.

Zuleica estaba lista para salir y Grettel también.

―Para ir a tu trabajo en la mansión, estás muy arreglada, mamá ―dijo Zuleica con picardía.

―Y tú ―señaló Úrsula con voz seca―, para ir a tus clases de chica fina y educada, estás muy desarreglada y descuidada.

La mujer de más edad usaba un vestido tinto que le quedaba al talle. Siempre le había gustado más que los otros porque con él lucía delgada. Parecía una señora de mundo, de la alta sociedad, pero destilaba maldad.

―Bueno, es que no me gusta ir muy arreglada, no tiene caso ―mintió la joven volteando los ojos para restarle importancia al asunto.

―Debes aprender los mejores modales si es que quieres ser la esposa del príncipe Carlo ―comentó Úrsula con su voz afectada.

―Ay, qué bueno que tocas el tema ―celebró Zuleica sin poder evitar sonreír―. Supongo que ya hay una fecha para que lo conozca, ¿verdad? ―preguntó exigente.

―Por lo pronto debes ir a la escuela ―señaló Úrsula, ignorando la pregunta―. El virrey, mi amigo ―enfatizó en estas palabras―, me dijo que el próximo fin de semana se conocerán, pues para entonces ya no habrá instituto ni nada que lo impida.

―Yo puedo faltar al instituto, por eso no te preocupes, Grettel ―contestó de mala gana la doncella, pues no le gustaba la idea de que faltara mucho tiempo para conocer a Carlo.

―Te prohíbo que me llames por mi nombre, soy tu madre ―dijo indignada Úrsula―. Y no, claro que no puedes faltar al instituto, es nuestra única esperanza para salir de la miseria. 

―¡Ash! Está bien, MA-MÁ. Me iré ahora mismo a la escuelita. Supongo que como siempre te quedarás a dormir en la mansión, así que te veré hasta el próximo fin de semana.

―Sí, que te vaya bien.  Espero y te alcance la comida, si no es así, te dejaré unas monedas extras en la alcancía. No gastes de más, tal vez te quedes sin nada si lo haces.

―No te preocupes, ya estoy impuesta a las miserias que me dejas ―dijo seria la joven plebeya.

―Hay que ahorrar, mientras se nos hace el negocito ―contestó Úrsula justificando sus palabras.

―Ya qué ―contestó resignada la chica―. Me iré en Relámpago Negro para llegar más rápido al instituto. Él es más veloz que el otro que nos robamos el año pasado.

―Ni me lo recuerdes ―contestó indignada Grettel―, tuve que decirle al virrey que interviniera para que no me metieran a la cárcel cuando nos descubrieron. Yo tuve que hacerme responsable. Si llega a pasar…

―Con este no pasará eso ―interrumpió Zuleica―. Cuando llueva lo esconderé. Ahora sí me voy, es tarde. Adiós ―dijo con sequedad la muchacha.

―Adiós ―respondió Úrsula con el mismo tono.

Zuleica había aprendido a no expresar ningún tipo de cariño a Grettel, pues ella nunca le había demostrado ningún tipo de afecto, ni un beso, ni un abrazo, por lo cual Zuleica era muy reseca con ella.

La gemela de Giselle salió de la casa con un vestido amarillo. Hubiera parecido el mismo del día anterior, pero este era menos amplio y se veía más viejo. Montó en Relámpago Negro y se dirigió al instituto.

Úrsula tenía planes para esa mañana y debía actuar rápido, pues el tiempo volaba. Salió de su triste casa y cerró con candado. Miró en todas direcciones, pero no podía ver muy bien, ya que aún había abundante neblina alrededor. Caminó por las banquetas, esperando que algún coche-taxi pasara, pero no había señal de ninguno de ellos. De pronto miró a Joseph que venía y sintió cierta alegría, pero no la demostró. Sin embargo, su dicha desapareció cuando se dio cuenta que el transporte ya iba ocupado por varios pasajeros.

Joseph distinguió a Úrsula entre la neblina y llegó hasta ella. Sabía que era una mujer especial, pues era la madre de Zuleica, la chica que le gustaba y aunque imaginaba que jamás se fijaría en él, quiso quedar bien con su suegra imaginaria.

―¿Quiere ir con nosotros? ―pregunto el joven, imaginando que Úrsula iba al centro de Valle Real. La mujer le dirigió una mirada al que le hablaba y se detuvo. Hizo una mueca al ver a los tripulantes que ya ocupaban el carruaje.

―¿Pretende que me suba con toda esa gentuza? ―preguntó arrogante la mujer.

Lo cinco pasajeros que se apretujaban en el coche la vieron con despecho.

―Pues todos vamos al centro, a menos que prefiera caminar hasta allá. Usted sabe ―comentó Joseph desde lo alto.

Grettel hizo una mueca.




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