El secreto de la princesa -parte dos-

Parte tres: Pelea

Desdichado aquel al que le gustan los pleitos: por su mente solo pasan el coraje y la ira.

 A Erick le gustara pelear y lo hacía por cualquier cosa. Él todavía miraba la esquina por donde se había perdido el carruaje de Leopoldo. Enseguida se dio la vuelta y miró que los estudiantes arribaban al instituto de Valle Real.

Erick se quedó quieto. Frente a él estaban César y su hermana. Ella lo tomaba del brazo. La respiración de Erick y sus ojos se llenaron de ira.

Caminó mirando fijamente a Karla, quien platicaba muy feliz con César. Ella usaba un vestido color plata, con guantes del mismo color y que le llegaban al codo. En su mano derecha traía un abanico de madera y en sus orejas unos pendientes dorados; se había arreglado mucho como para solo ir a clases de costura; o más bien esa era la costumbre

―Tú siempre con tus chistes César, me dan mucha risa ―dijo ella con la carcajada en la boca―. Entonces el papá veía dos hombres y solo era uno. Estaba borracho ―y rio una vez más.

César mostró el delineo de una risa en su rostro.

―Me alegro que te halla gusta… ―iba a hablar, pero miró a Erick.

―¡Suelta a mi hermana, estúpido! ―exigió sin autoridad el recién llegado.

Tomó la mano de Karla y la arrancó del brazo de César.

―¿Te sientes bien, hermanito? ―reclamó ella indignada.

―Ella puede decidir si quiere tomarme el brazo o no, déjala en paz ―contestó César enfadado.

―¡No me importa! ¡No te acerques a ella! ―le prohibió Erick amenazante.

―Cálmate por favor, Erick ―dijo Karla―. No eres quien para decidir a quién le puedo tomar el brazo o no. Además, César es mi amigo.

―¡Tú te callas! ―gritó Erick―. Eres mi hermana y soy mayor que tú; no quiero que te involucres con este tipejo ―miró a César de arriba abajo.

―¿Y con quién querías que me viniera? ―reclamó la chica―. Tú me dejaste sola en casa cuando te subiste al carruaje del virrey, ¿qué hacías con él? ―inquirió la joven.

―Eso no te importa ―gritó Erick.

―¡No le grites a tu hermana! ―interrumpió César.

―¡Tú no te metas, pedazo de idiota!

César hizo un gesto de irse contra Erick.

―¡No, César! No le sigas el juego ―dijo nerviosa Karla, deteniendo con sus manos a César.

―Tu hermanito quiere problemas y conmigo los va a encontrar, no le tengo miedo ―respondió César, mirando a Erick. 

Algunos jóvenes se habían reunido alrededor de ellos al escuchar el escándalo.

―Pues si no me tienes miedo, yo mucho menos, infeliz. Anda, déjate venir.

―No, César, no le hagas caso ―intervino Karla más nerviosa todavía―. La última vez en la iglesia te salió sangre de la nariz. Sabe muy bien que no van en el mismo nivel, por eso te desafía.

―Apártate Karla ―dijo Erick―, déjalo que se defienda como un hombrecito, lo de ser mayor no tiene nada que ver. ¡Qué demuestre de lo que es capaz el pobre infeliz! ―comentó provocativo Erick, con una sonrisa burlona. Sabía que aquellas palabras enfurecían a César.

―Hazte a un lado Karla, le demostraré a tu hermanito de qué soy capaz ―advirtió César.

―¡No César! ¡Es una trampa! ―advirtió Karla, casi llorando.

―¡Vamos, imbécil! Ahora no está Carlo para defenderte como siempre.

―No necesito de nadie para darte lo que mereces ―repuso César―. Yo solo puedo encargarme de ti.

 

Apartaron a Karla y comenzaron a forcejar uno contra otro. Si Karla se metía podrían golpearla, así que solo se lamentó mientras veía la pelea.

Erick estaba en posición de defensa frente a César, quien planeaba alguna forma de atacarlo. Entonces se lanzó contra Erick, pero este se hizo a un lado y le metió el pie, por lo cual César aterrizó en el suelo de manera vergonzosa. Pero no tardó en caer para cuando ya estaba de pie otra vez.

Miró con furia a su atacante, que se burlaba de él. Entonces gritó con fuerza y se dejó ir nuevamente contra Erick, pero este lo tomó del cuello y lo envió al suelo como si fuera un muñeco de trapo. Solo se escuchó el sonido fuerte contra las piedras. César estaba en el suelo. Erick lo tomó del cuello con su mano izquierda y con el otro puño elevado en el aire, quiso golpearlo en la cara.

Los ojos de Erick estaban furiosos, quería desquitar su coraje por lo ocurrido en el día anterior. Recordó a Zuleica en medio del bosque, vestida de blanco junto a Carlo. Ambos se abrazaban y él los veía. Carlo lo echó como un perro. Luego, recordó que Zuleica le aseguraba no ser ella, sino que la confundía, pero él creía conocerla demasiado por lo cual no le había creído nada.

Toda la rabia y furia unidas en el mismo momento. Y ahí estaba una víctima perfecta para desquitar su enojo. Estaba a su merced y era nada más y nada menos que el mejor amigo del hombre que más detestaba. Entonces, que más daba, debía romperle la cara.

Nadie se atrevía a detener a Erick, sabían que después de Carlo, era el mejor en el instituto. No querían tenerlo de enemigo, pues podía ser muy peligroso si se lo proponía.




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