El secreto de la princesa -parte dos-

Parte dos: El plan de Zuleica

El día menos querido había llegado para la princesa Gisselle. En ese día debía decir adiós para siempre al hombre que amaba. Su esperanza terminaría en ese momento y ella no sería libre para sentir lo que sentía cuando estaba con su amado Guepp. Las ilusiones debían terminar, porque su padre sabía todo y él menos que nadie permitiría que ella saliera del palacio real para verse con aquel hombre que ―según el rey― había escapado de la mazmorra la noche anterior. Ahora la princesa estaba custodiada por dos hombres: Paul y Zack. Ellos estaban afuera del cuarto de la doncella.

Gloriett pasó junto a ellos, mirándolos con indiferencia. En manos llevaba unas toallas y algo de maquillaje para arreglar a la muchacha. Abrió la puerta y entró.

Gisselle estaba sentada sobre su cama y leía un papel mientras Dénis y Remso jugaban en el balcón dando pequeños brincos.

―¿Ya te bañaste, hija? ―preguntó la nana levantando una ceja y cerrando un ojo.

La joven le dirigió la mirada y siguió leyendo.

―Es un mensaje de Guepp, nana ―comentó Giselle, ignorando la pregunta de Gloriett.

La mujer dejó sobre la cama las toallas.

―Ya no sufras, pequeña ―comentó y al escuchar un ruido se dirigió al balcón.

Cuando las palomas vieron que Gloriett  se acercaba, se echaron a volar.

―¿Cómo puedes pedirme eso? ―preguntó Gisselle, siguiendo con su mirada a la anciana.

―Mira, ya llegó el carruaje del virrey. Ahí debe venir el príncipe ―informó Gloriett, sonriendo.

La princesa se puso nerviosa y se levantó de la cama.

Alcanzó a Gloriett en el balcón y pudo ver que el carruaje de Leopoldo entraba en el palacio. Se estacionó al pie de las escaleras, junto a la fuente de piedra y vieron bajar a dos mujeres, ayudadas por la mano de Porfirio, el cochero. También vieron bajar a un hombre con barba de candado y un traje de pingüino, el cual miró con atención las escaleras por las que debían subir. Por último,  Gisselle miró que el pie de un joven tocó el suelo y luego otro. Era el príncipe y ella quería ver su rostro. Lo vio salir del coche, pero el muchacho tenía su mirada en el suelo y ella no pudo verlo. La princesa no quiso saber más y entró a la alcoba; Gloriett siguió observando y después de unos momentos corrió hacia Gisselle.

 ―¿Lo has visto, hija? ―preguntó emocionada―. ¡Está guapísimo! ―gritó impresionada―. ¡Jamás he visto hombre como él! Tan monísimo. Su cara parece tallada por los mismos ángeles.

―Puede ser ―interrumpió la joven con su bella voz―, pero no hay hombre igual a Guepp.

―Pues este no le pide nada a ningún hombre. Y dudo que exista un ejemplar masculino tan apuesto como él ―respondió Gloriett mordiéndose el labio y corrió a asomarse por el balcón por segunda vez―. Deberías venir a verlo, está volteando para acá y me está saludando, ¡ay siento que me enamoro! ¡Está sonriendo! ¡Qué sonrisa, qué mirada! ―parecía que Gloriett se iba a desmayar.

Luego movió sus manos, saludando. Gisselle sonrió frente al espejo por la actitud de Gloriett, parecía una niña con aquellas acciones.

―¿Qué es eso? ―preguntó Gloriett.

Desde su lugar la princesa contesto:

―¿A que te refieres, nana? ―preguntó con dudas la princesa.

―Es un pájaro, o no sé cómo se llama. De esos que vuelan muy rápido ―Gloriett se rascó la cabeza―. ¡Ya sé! ¡Es un halcón peregrino! ―y se puso feliz por haber recordado.

Gisselle prefirió no hacerle caso. Sustrajo de un cajón de madera una pequeña libreta donde cada vez que tenía tiempo escribía cosas personales. No era específicamente un diario, pero ahí anotaba cosas importantes sobre su vida y obviamente había escrito muchas cosas que había vivido junto a Guepp.

Se sentó cuidadosamente y continuó escribiendo:

“…Y hoy en la mañana, cuando desperté, llegaron Dénis y Remso con un mensaje de Guepp. Me puse muy feliz al recibirlo y lo he leído una y otra vez. En realidad no sé si podré decirle adiós definitivamente, pues cada vez estoy más segura de que no puedo vivir sin él. Sin embargo mi padre puso a dos guardias para cuidarme, ellos están allá afuera y también, en la sala principal, están el virrey y su hijo, el dichoso príncipe. Desearía que no hubiera virrey en Valle Real, así no tendría por qué casarme con un príncipe, o mejor que no hubiera príncipe, así podría ser feliz con el hombre que amo: mi querido Guepp…”

Cerró en la libreta roja y la colocó en el pequeño baúl de madera. Lo cerró con llave y esta la guardó en una cajita de madera que estaba sobre una pequeña mesa a un lado de su cama.

―¿Qué hacías hija? ―indagó Gloriett, acercándose a la princesa.

―Guardo mis recuerdo y parte de mi vida, nana ―respondió Gisselle con una sonrisa―. He escrito cosas muy importantes en esta libreta. Aunque últimamente he escrito algunas cosas tristes y dolorosas, ya que son las que me ocurren.

―¿Y para qué lo haces, niña? ―Gloriett se acercó más a Gisselle y le tomó la mano.

―Cuando sea más grande, quiero saber cómo era mi vida antes ―comentó apretando la mano de Gloriett.

―¡Auch! ―gritó la anciana―. ¡Eres fuerte, hija! ―exclamó.




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