El secreto de la princesa -parte dos-

Parte tres: Conociendo a la princesa

―¡Yo también estoy feliz por ver a mi hermana menor! ―dijo Paulette cuando abrazaba a la joven con traje color mostaza.

Clara se veía contenta por volver a ver a su hermana y una vez que terminó el abrazo la miró a los ojos y habló en voz baja.

―Hace tanto tiempo que no nos veíamos Pau, yo ya quería verte hermanita ―dijo contenta, esbozando una amplia sonrisa.

―Sí, lo sé, más de un año. Pero así son las cosas y así deben ser, si es que queremos lograr nuestro objetivo ―comentó Paulette con sequedad.

Paulette tomó a su hermana de la mano y la invitó a sentarse.

―¿Qué pasa? ―preguntó Clara confundida.

Paulette la dejó sentada y caminó un poco hacia la puerta de la cocina y llegó hasta el comedor, observó que los señores platicaban amenamente, esperando la llegada de la princesa. Entonces regresó y pudo hablar con confianza para su hermana.

―¿Ya tienes suficiente información? ―preguntó en susurros Paulette.

Clara movió los ojos en distintas direcciones.

―No es mucha información, Pau, pero ya estoy a punto de saber toda la verdad. Si te das cuenta ya he subido de rango en la mansión Villaseñor, ahora soy ama de llaves.

Paulette reaccionó molesta.

―¡Vamos, hermana! No seas lenta, hay que ser más eficaces ―dijo abriendo los ojos como platos―. No seas conformista, busca hasta debajo de las piedras, pero hazlo pronto. Tenemos que saber todo sobre esa familia.

―¡Basta Paulette! ―dijo altanera la muchacha―. Que seas mayor, no te da derecho a alzarme la voz. Sé perfectamente lo que tengo que hacer ―ambas se miraron intranquilas.

―Está bien, no te alteres. ¡Discúlpame! ―dijo Paulette sin sentir el menor remordimiento.

Clara habló más calmada.

―Entiende Pau, todo a su tiempo.

―¡Ya lo sé! ―contestó levantándose de su silla―. Pero estoy segura de que él pronto llegara a Valle Real y nos pedirá cuentas.

―Lo entiendo, pero tendrá respuestas. Te lo aseguro. ¿Tú qué has descubierto? ¿Ya lo tienes en tus manos? ―preguntó.

Paulette rio en voz baja.

―Más que eso hermanita, mucho más que eso. El rey Albert Madrid come de mi mano. Es un corderito al cual se le controla fácilmente y con solo tronar los dedos él hará todo lo que yo le ordene.

―Te escuchas muy segura, tus mañas has de haber usado para lograrlo enredar. ¿Entonces ya olvidaste a Mario?

Paulette se puso seria.

―No hablemos de ese tonto ―contestó con brusquedad―. Lo que realmente importa ahora es que aquí en el palacio lo tengo todo bajo control. Esa es nuestra verdadera misión.

―¡Tienes razón! ―repuso Clara―. Ya lo pasado, pasado. Me alegro mucho de lo que has logrado.

Se contaron todo lo que habían hecho en ese tiempo, pues a pesar de todo, confiaban una en la otra. A pesar del tiempo sin verse, seguían siendo las mejores amigas.

 

En la sala principal la princesa todavía no bajaba. Los temas a discutir entre el rey, el virrey y Adolfina estaban por agotarse, pues había temas que no se podían tratar entre los tres. Ya habían hablado de la iglesia, del clima, la política, las sirvientas y los vinos. Pronto la voz fuerte de un rey exigente se escuchó en el recinto.

―¡Paulette! ―gritó y luego sonrió hacia sus invitados.

La joven salió junto con Clara.

―Ordene majestad, que yo obedezco ―dijo sonriente y exageradamente amable  Paulette.

―Veo que ha hecho una linda amistad con la joven Clara, eso me agrada ―comentó el rey―. Sin embargo, quiero que vuelva al cuarto de la princesa, ya se ha demorado bastante.

Paulette no estuvo nada de acuerdo con aquella orden.

―Por supuesto, majestad, voy volando ―habló en lenguaje figurado y se encaminó por entre los presentes hasta llegar a la escaleras.

Clara avanzó también y se sentó junto a su patrona.

―Paulette es una mujer muy completa y muy eficiente ―comentó el rey para con sus invitados.

Leopoldo estaba con la boca abierta mirando con mucha atención a Paulette, pues el vestido blanco que traía le quedaba muy entallado y se le notaba todo.

Adolfina ardía en llamas por eso.

―¡Leopoldo! ―gritó eufórica la virreina.

El hombre reaccionó y se puso a tomar su taza de té rápidamente.

Todos esperaron en silencio a que la princesa llegara, pero no fue por mucho tiempo. Antes de llegar al último escalón, Paulette se detuvo y miró hacia los demás.

―¿Qué sucede Paulette? ―preguntó el rey.

―Lo que pasa… es que… la princesa ¡Ya viene! ―dijo muy contenta.

Todos compartieron comentarios de felicidad por la noticia.

Paulette veía que Gisselle y Gloriett caminaban rumbo a las escaleras. La nana al ver a Paulette le hizo señas de rechazo para que bajara, pues no querían que estuviera ahí. Paulette volteó los ojos y bajó rápidamente. Frente a los demás sonrió de lo lindo. Llegó hasta donde estaba el rey y se puso a un lado de él.




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