«Caras vemos, corazones no sabemos»
Gloriett regresó. La impostora esperaba ansiosa, necesitaba preguntarle cosas. Cuando Gloriett entró, Zuleica parecía desmayarse sobre la cama.
―Tranquila hija, toma éste rico té, te hará bien ―sugirió Gloriett colocando la oreja de la tazada de té en los dedos de la plebeya.
La chica advenediza la sostuvo y se dispuso a beber. Dio el primer sorbido.
―Gracias nana, está muy rico ―comentó Zuleica, fingiendo amabilidad y ternura.
―Por nada, es para que tomes energías y se vaya ese malestar.
Gloriett veía a la chica tomar el té en silencio. La plebeya por su parte, únicamente la veía y sonreía después de darle otro sorbo a la bebida. Extrañamente sabía riquísimo aquel té, pero no lo quería admitir.
Minutos después se terminó el té y devolvió la taza a Gloriett.
―¿Qué crees, nana? ―Gloriett no respondió, sólo esperó la respuesta con la taza en manos―, el dolor de cabeza desapareció ―dijo contenta la chica, dibujando una sonrisa enorme en su cara y poniéndose de pie.
―Vaya, que eficaz ―respondió Gloriett, hasta ella se sorprendió. Fue y colocó la taza sobre uno de los burós que estaban a un lado de la cama.
―Así es nana. ¿Te puedo preguntar algo? ―cuestionó la chica cuando la mujer iba y volvía.
―Claro que sí, dime ―contestó la interpelada.
―Es sobre mi mamá. ¿Dónde está? ―quiso saber la plebeya.
―¿Por qué me preguntas eso, hija? Tú sabes muy bien dónde está tu mamá.
La chica puso una cara de confundida.
―Es que no me acuerdo ―dijo.
Gloriett notó que era sincera.
―No puede ser, tu dolor de cabeza aún sigue, date cuenta nada más de lo que preguntas. Tú ya sabes que tu mamita, la señora Christie está…
―¿Christie? ¿Así se llama mi mamá?
Gloriett comenzó a preocuparse.
―¿Pero qué pasó? Pensé que el té había funcionado, ya veo que no. Es muy extraño que preguntes todo eso. Tú sabes perfectamente el nombre de tú mamá y también los apellidos. Es mucho para que una caminata haya provocado tantos estragos. Habrá que llamar al doctor Gustavo León.
«¿Al doctor Gustavo León? ¿El papá de César? No, eso no conviene», pensó Zuleica. A pesar de que el papá de César no conocía a la princesa, sí la conocía a ella y podría ser un problema innecesario.
―No es para tanto, nana, con tu té me he puesto mejor aunque no parezca. Hace un momento me sentía peor ―mentía―. Sólo te preguntaba por mi mamá, para ir a verla.
Los ojos de Gloriett se anegaron de lágrimas al escuchar aquellas palabras.
―Siendo así ―repuso enjugándose los ojos rápidamente―, habrá que pedírselo a tu papá para que nos lleve al cementerio.
Aquellas palabras causaron un estremecimiento en Zuleica. Quedó absorta, no podía creerlo. A pesar de que no había conocido a su verdadera madre, algo en su interior se removió al saber que nunca la iba a conocer. Pero puso rígida la piel de su rostro, se hizo la fuerte y preguntó algo más.
―Sí ―masculló―, a ver cuándo nos lleva. Por cierto, nana, ¿cuál era el apellido de mi madre?
―Hija, cómo pudiste olvidarlo. Es también tu apellido.
―Ya lo sé, pero me gusta cuando lo dices tú, porque pronuncias bien extraño la letra… «s».
Zuleica no sabía si el apellido que le iba a decir tenía esa letra, pero esperaba que sí, si no estaría en un grave problema.
―Pero yo no pronuncio la «s» de ninguna manera extraña.
―Claro que sí. A ver, di el apellido para que te des cuenta.
Gloriett caviló un poco, luego accedió.
―Gisselle Ma…
―¿Escuchaste?, al pronunciar Gisselle, en la «s» hiciste un sonido raro. Continúa para que escuches otra vez.
Gloriett ya dudaba hasta de ella misma y caía en el juego de la princesa falsa.
―A ver… Gisselle Madrid de los Monteros ―pronunció lentamente la nana.
Zuleica lo escuchó perfectamente: «de los Monteros», no lo olvidaría, era el apellido de su madre, por lo tanto su nombre completo era Christie de los Monteros.
―Escuchaste… en la última «s» hiciste un sonido extraño.
―Claro que no, «de los Monteros» ―repitió bien, sin pronunciar la letra “s” de ningún modo raro. Zuleica fue condescendiente con ella, puesto que había obtenido lo que quería.
―Ya pues, si tú no lo escuchas yo sí. Nana, necesito ver a mi papá ―dijo la joven, más que una petición, era como una necesidad imperiosa.
―Pero ahora mismo él está ocupado en la sala privada.
―No importa, necesito verlo, me urge. Llévame con él ―quería conocerlo a como diera lugar.
Gloriett se sorprendió de la forma como le hablaba, como si fuera una sirvienta común y corriente.
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Editado: 30.08.2020