Clara casi se hacía pipí ante aquella mujer, pues no era cualquier mujer, era una asesina, era la famosa Úrsula de los Monteros. Pero retomó valor y decidió enfrentarla.
―Primero que nada, suélteme, Grettel, o debo decirle… Úrsula.
Grettel retrocedió un paso y alejó sus manos del cabello de Clara, quien se lo acomodó con los dedos. Úrsula se sorprendió de que le llamara de esa manera, según ella se había desecho de la única persona que sabía su verdadera identidad. Ahora, por andar de boca suelta alguien más sabía su nombre verdadero, pero se hizo la occisa.
―No sé de qué habla, Clara ―objetó mostrando seguridad en la voz―. Pero sí sé que al virrey le interesará mucho saber que usted fue enviada para espiarlo.
―No me diga Grettel, oh, perdón, Úrsula. Seguramente le interesará más saber eso, a saber que tiene como amante, sí, como AMANTE a una asesina, y no cualquier asesina, sino a la peligrosa, la gran y temible Úrsula de los Monteros, la que asesinó a su propia hermana, ¿no es así?
Úrsula fulminaba a la chica con la mirada, deseaba tomarla del cuello y asfixiarla en ese momento.
―Más te vale, mocosa estúpida ―le dijo Úrsula, agarrándola del brazo con tanta fuerza que Clara trastabilló― que cierres tu bocota, sino te atienes a las consecuencias. Ya sabes de lo que soy capaz ―sus ojos amenazantes echaban chispas.
―Aleje sus asesinas manos de mi brazo ―le exigió Clara, liberándose con fuerza―; y por su bien no me vuelva a tocar, porque también a usted le puede pesar. No me importa que sea mayor que yo. No mediré mis acciones y le sugiero que no me ponga a prueba si no está dispuesta a pagar el precio.
―Pues no te tengo miedo, mocosa estúpida. Y te advierto una cosa, en tu conciencia te dejo el querer abrir esa bocona que tienes de orangután, y ahora que ya sabes quién soy, tú sabes si te conviene hablar o no, con permiso ―le dedicó la sonrisa más hipócrita que pueda existir y se fue rápidamente, dejando a Clara sin responder.
Úrsula bajó molesta las escaleras, pensando en que había sido muy oportuna la idea de regresar a dejar una de las bolsitas que contenía oro, porque no pensaba entregarle todo a Rick. No entendía por qué estaba Clara en su cuarto.
Llegó a donde estaba Rick, el cual la esperaba con ansias.
―Aquí tienes, Ricardo.
El joven tomó la bolsita.
―Quedamos en que serían cuatro, ya nos habías dado dos, te faltan dos.
―Lo sé, pero después te daré la otra, no pude juntarlo todo. Ya sabes que sí te pagaré.
El joven no tuvo más alternativa que creer lo que decía la mujer.
―Ni hablar. Entonces me marcho. Buenas tardes, tía Grettel ―dijo el muchacho.
Retiró la boina de su cabeza y la puso en su mano al mismo tiempo que se inclinaba. Luego se dio media vuelta y se fue.
―Adiós.
Úrsula entró a la mansión y fue a revisar si no faltaba algo en su recámara.
Por su parte, Clara después de que Úrsula salió, fue a la recámara de Adolfina, ahí la encontró, impaciente, temblorosa, esperándola.
―¿Cómo le fue, Clara? ―preguntó desesperada la virreina, aprestándola a responder, se había tardado demasiado.
―Bien señora, mejor de lo que esperábamos. Pero hay un problema y algo más que usted debe saber con respecto a Grettel Marroquín.
―¿De qué habla, Clara? Explíquese mejor.
―Siéntese entonces.
―No importa, dígamelo, me quedaré de pie.
―Como usted quiera ―la muchacha aspiró aire y luego lo espiró―. ¿Recuerda usted a una mujer llamada Úrsula de los Monteros que vivió tiempo antes en Valle Real?
Adolfina llevó su mano a la cabeza. Estaba pensando o por lo menos eso simulaba.
―Sí ―dijo titubeante―, creo que sí. Ella, si más no recuerdo, era hermana de la esposa de Albert. Pero… pero… ay, ya no me acuerdo más.
―Trate de recordar, es importante.
Adolfina lo siguió intentando.
―Sí, sí, ya lo recuerdo. Ella, esa tal Úrsula, se marchó cuando la esposa de Albert murió.
―¿Recuerda por qué se fue?
―Según porque no tenía más familia aquí en el reino.
―No señora, se fue porque ella provocó que su hermana muriera, ella la asesinó.
Adolfina se bamboleó con la noticia.
―Estoy bien, estoy bien ―dijo sosteniéndose del brazo más cercano de Clara―. ¿Usted cómo sabe eso? ¡¿Estuvo escuchando en el palacio?!
Clara se ruborizó por la especulación, pero confesó:
―Para que le digo que no, alteza.
―No puede ser Clara, no tiene vergüenza. ¡Hasta en el palacio del rey! Pero está bien, gracias a eso se ha enterado de cosas que me importan. La perdono. Ahora dígame lo que me tiene que decir, ¿qué pasa con esa mujer? ¿Asesina me dijo? ¿Ella la mató?
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Editado: 30.08.2020