Se necesitaba de una mente calculadora como la de Zuleica para poder lograr aquellos planes. Hasta ese momento todo le había salido muy bien, pero había un problema: el comandante sabía quién era ella. Debía solucionar ese asunto. Y justo eso haría.
Relámpago Negro estaba de vuelta en su casa, alguien lo había traído minutos antes. Montó sobre él y avanzó veloz por las calles del reino. La gente la veía pasar y se preguntaba cómo era que la plebeya había obtenido un caballo tan grande y tan bonito si no tenían dinero. Incluso un día el dueño del caballo acudió a casa de las brujas para preguntar por aquel caballo que habían hurtado cuando las perseguían los perros, pero Zuleica le aseguró que lo habían dejado ir. Él revisó en el interior, pero se encontró con un caballo negro que relinchó cuando intentó acercarse. Esa acción le confirmó que no era su caballo y se marchó.
En poco tiempo la chica llegó al Edificio Central. Era majestuoso, construido con piedra, reforzado con murallas dobles de una altura impresionante. Tenía tres pisos.
La chica bajó del cuadrúpedo y lo dejó encargado a uno de los soldados que cuidaban la entrada. Portaba el vestido de la princesa, aquel rosa de encajes blancos y, lucía hermosa. No tardó en llegar a la oficina del comandante.
Cuando anunció que estaba ahí, el comandante Márquez despidió a un hombre que se quejaba de su vecino, quien estaba tirando la basura a un lado de su casa. El comandante le prometió que pronto arreglaría ese asunto, pues en ese momento debía ocuparse de algo más importante. El hombrecillo no discutió y salió. Justo al hacerlo contempló a la chica de rosa, quien lo miró con desprecio, el hombrecillo ni siquiera la saludó y se marchó.
El comandante Márquez se mostró exultante al ver a la plebeya. Ella le provocaba una felicidad inexplicable y hacía bastante tiempo que no lo visitaba. La invitó a entrar y le dijo al guardia que no dejara entrar a nadie; enseguida cerró la puerta con apremio.
En el interior la chica caminó hasta el escritorio. Contempló un cuadro en la pared donde el comandante sonreía con su título de comandante en manos. De pronto ella sintió unas manos rodeando su cintura y la voz del comandante en su oreja izquierda.
―Viniste, viniste Zuleica ―dijo él feliz, con palabras atolondradas.
La joven sonreía porque lo tenía controlado.
Enseguida, el hombre, con sumo cuidado, como si se tratara de una joya, le dio media vuelta a la plebeya para que quedara frente a él. La contempló sin decir nada. Le tomó con delicadeza el carrillo izquierdo y se acercó para darle un tierno beso.
―Espera Adell, tenemos que hablar ―dijo ella, negándose, con voz suave.
―Lo sé y lo haremos enseguida. Primero necesito probar tus labios.
Ella lo miró con desespero.
―Adell, por favor, detente. Es importante. Lo nuestro no puede ser ―declaró ella con seriedad.
Él se quedó impávido ante aquellas palabras.
―¿De qué hablas? ¿Por qué no? Yo hablaré con tu padre.
La joven cerró sus ojos y los abrió nuevamente.
―Tú no entiendes. Es precisamente por mi padre por quien no podemos seguir. Él no lo permitirá. Él quiere que me case con el príncipe. Vine a decírtelo personalmente porque tienes que saberlo.
―No, por favor. No me hagas esto. Además, no entiendo muchas cosas. En realidad no sé cómo es que eres la princesa y también Zuleica. Me gustaría que me lo explicaras.
―Es muy sencillo ―replicó la chica. Luego avanzó hacía una silla y se desplomó en ella; el comandante la siguió―. Tuve que hacerlo. Como ya sabes, mi padre me tenía encerrada y aislada del mundo desde que era niña ―mentía muy bien.
―Pero no comprendo cómo fue que te escapabas, ¿de qué manera?
―En realidad nunca tuve que escaparme. Todo fue idea de mi padre. Le decía al reino que yo estaba oculta, pero en realidad siempre me dejó salir. Le pagó muy bien a la señora Grettel para que fingiera ser mi madre. ¿Crees que es casualidad que ella trabaje en la mansión del virrey? Todos saben sobre esto, pero se ha mantenido en secreto. De esa forma, el reino entero pensaría que “no conocían a la princesa” pero en realidad ya la conocían y el día que me case con el príncipe conocerán “mi verdadero rostro”, aunque en realidad ya todos me conocen.
―¡Qué extraño!, tu padre nunca me comentó nada.
―Ya lo sé. Fue un acuerdo entre él y yo ―ella lo tenía todo calculado y lo decía con mucha naturalidad―. Lo que pasa es que mi padre guarda un secreto muy grande y la única condición para acceder a lo que le pedí fue precisamente que no le preguntara nada sobre ese secreto. Espero que algún día me lo diga, pero no sé cuándo.
El comandante sabía precisamente de qué se trataba. Mas no entendía por qué el rey la había dejado salir. Sin embargo la chica se oía tan convencida que no tuvo más opción que creerle.
―Comprendo. Pero, de todas formas Zuleica o Gisselle, quiene seas, yo no puedo olvidarte tan fácilmente. Estoy dispuesto a todo por ti. Haré lo que tú me pidas. En todo este tiempo has sido mi única razón de vivir. Todo entre nosotros iba excelente, perfecto, hasta que sucedió aquello ese día. No sabes cuánto lo siento.
Ambos recordaron de qué se trataba.
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Editado: 30.08.2020