El secreto de la princesa -parte tres-

Parte tres: En casa de Karla

El caballo caminaba con calma y la chica de vestido rosa miraba a los demás con desprecio desde la montura. Algunas personas la miraban, pero ella no les ponía atención. Pensaba en lo inteligente que era, en la mentira que le había dicho al comandante y en cómo él le había creído todo. Lamentaba renunciar a un hombre tan guapo, pero tenía que hacerlo porque su objetivo era más importante e influyente: el príncipe Carlo.

 

Ya se imaginaba lo que iba a pasar. Si las cosas salían como ella esperaba, para el día siguiente la princesa Gisselle ya no existiría. Eso jamás los sabría el rey porque una vez que hubiera entregado el dinero para el rescate, la princesa llegaría al palacio, con su vestido rosa, justo como la había visto la última vez. Y no tendría duda de que era ella porque sería exactamente igual, idéntica a su verdadera princesa, aunque solo por fuera, porque por dentro sería una plebeya. Nada podía salir mal.

También tenía otros asuntos pendientes: Grettel le debía algunas explicaciones y se las tenía que dar. Pensaba en esto cuando llegó a la casa de su mejor amiga. Golpeó la aldaba varias veces y la mujer de servicio salió, abrió y la plebeya entró a la casona montada en su caballo.

Fue hasta el patio trasero donde Karla y César platicaban, sentados sobre el pasto. A Zuleica no le gustó ver aquella escena. Los chicos la vieron llegar y sonrieron. César aún recordaba lo que sabía sobre la supuesta partida de Carlo y Zuleica, pero se había consolado en Karla.

―Hola chicos ―dijo amargamente la joven recién llegada, apeándose del caballo.

Karla se puso de pie y el chico de rulos dorados hizo lo mismo.

―Hola, Zuleica ―contestaron al unísono.

―¿Cómo están? ¡Qué milagro verlos juntos! ―dijo Zuleica con seriedad. Su felicidad porque sus planes iban a pedir de boca parecía remota, como si nunca hubiera existido.

―César estaba triste y vino a verme ―comentó Karla.

―¿Triste? ¿Por qué César? Hoy que te vi en mi casa lucías muy bien, ¿qué sucedió?

El joven le había contado todo a Karla. Pero no sabía si decírselos también a Zuleica.

―Algo de mi papá. Sin importancia ―mintió el muchacho―. Tiene un problema…, pero seguro pronto estará bien. Ya sabes que es doctor.

A Zuleica no le interesaba en lo más mínimo lo que pasara con el señor Gustav.

―Entiendo. Imagino que eso tenías cuando fuiste a mi casa. Que malo fuiste por no decirme.

Fue un alivio para Zuleica que sólo estuviera ahí por esa razón, pues no le agradaba verlos juntos y a solas. Sentía celos.

―En realidad lo supe después ―dijo él, no quería darle explicaciones a la joven―. Cuando te vi todo estaba bien.

―Ay amigo, entonces lo siento mucho, ya sabes que cuentas conmigo para lo que necesites ―dijo animada, sonriéndole―, pero chicos, que creen, les tengo una noticia.

―¿De qué se trata, Zule? ―preguntó Karla entusiasmada.

―No les diré de qué se trata, pero sí les adelantaré que muy pronto todo va a ser diferente. Todo va a cambiar ―dijo muy contenta.

César imaginó de qué se trataba y decidió marcharse.

―¿Pero por qué? ―preguntó Zuleica.

―Mi madre me dijo hiciera algunas cosas, lo siento. Nos vemos pronto Karla, adiós Zuleica.

Se despidió de ambas con un beso en la mejilla y se marchó. En el trayecto a su casa lloró otra vez.

Zuleica le dedicó una mirada a Karla con la que le decía: «pues ni modo, que le vaya bien».

―¿Y de qué se trata, amiga? ¿Cómo es eso de que tu vida cambiará? ―preguntó Karla.

―No te lo puedo decir.

―¿Es por lo que me dijo César? ―preguntó la joven.

―¿De qué hablas?

―Dice que vas a escapar con Carlo.

Zuleica se puso seria.

―Pero eso tú ya lo sabías, amiga ―comentó la plebeya.

―Sí, pero él no. Por eso se fue, Zuleica, porque te quiere y no soporta la idea de saber que te irás con el príncipe. Me dijo que iban a escapar el día de hoy.

―¿Escapar? ¿Él cómo lo supo?

―Vamos, Zuleica, ¿olvidas que él es amigo de Carlo? Él se lo dijo todo.

La joven no había contado con que su «escape» con el príncipe lo sabría César. Estaba seguro que el chico estaba muy lastimado sentimentalmente, pero no le importó.

―¿Y qué te dijo?

―Está muy triste. Desecho. A pesar de todo, él tenía esperanzas contigo. Creía que algún día le haría caso.

―Yo he sido muy clara con él todo el tiempo. Pobrecito ―se compadeció fingidamente―, cuánto ha de estar sufriendo. Ahora entiendo por qué estaba aquí contigo. Habla con él, Karla, dile lo que pienso. Y también que mi matrimonio con el príncipe no debe postergarse. Además, te tengo otra sorpresa.

Karla adoraba las sorpresas, pero en cierto modo le desagradaba la frialdad con la que su «mejor amigo» tomaba la desdicha de César.




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