El secreto de la princesa -parte tres-

Parte cinco: El rostro de la Bestia

Nada es lo que parece. En la vida misma, lo más evidente a veces resulta lo más difícil de descifrar.

La Bestia era una persona astuta. Muy pocos conocían su rostro. Primero que nadie Ricardo Ponce, quien había sido su cómplice todo el tiempo y gracias a él habían logrado asaltar muchas caravanas durante muchísimo tiempo. En realidad sólo él conocía quien era de verdad y ahora también el Guiller, quien quedó absorto al conocer el rostro de la persona que le daba órdenes.

Por otra parte, muchos en Valle Real conocían la cara de la persona que era la Bestia, pero seguramente nadie lo imaginaba, porque el aspecto que mostraba ante la sociedad era totalmente distinto al que daba como la Bestia.

Y entre aquellas personas que conocían el rostro de la Bestia, estaba también Úrsula, sin embargo no sabía que esa persona era la Bestia. Úrsula estaba instalada en el interior de la casucha abandonada.

Veía inquisitivamente las redes de telarañas que estaban formadas en las vigas viejas y despedazadas del techo. Tenían polvo y en algunas partes ya se estaban derrumbando el tejado.

La Bestia habló con su voz gutural y exaltó a la mujer que veía todo detenidamente:

―Me pregunto, Grettel ―inquirió tajante quien vestía de negro― si vas a decirme a qué debo este milagro o te vas a poner a observar detalladamente el lugar.

La mujer, vestida de rojo, se dio media vuelta quedando a unos metros de distancia de la persona que le hablaba, miró como se encaminaba a tomar asiento como lo hiciera con Leopoldo y la mujer habló:

―Claro que sí, querido ―contestó Úrsula con su típica voz de importante, como si perteneciera a la alta sociedad, con el típico acento hipócrita que nunca le faltaba―; pero, no tienes algún asiento que ofrecerme, es que estoy muy cansada y… bueno, ya sabes, una que es grande y tiene su edad, no está para…

―Dime lo que quieres ―interrumpió la Bestia con su vozarrón― y puedes irte. En realidad, Grettel, no tengo mucho tiempo, así que habla de una vez por todas o vete.

La mujer se sintió ofendida.

―Ay, que grosero eres, amigo Bestia, de verdad, pensé que eras todo un caballero, pero…

―¿Vas a hablar o no, Grettel?

Úrsula frunció los labios como respuesta, luego dijo con palabras:

―Está bien, te lo diré de pie. Qué geniecito ―comentó en voz baja, pero la Bestia escuchó perfecto.

―No tengo por qué explicarte mi actitud, pero lo voy a hacer ―y se puso de pie―. Hoy tenía un proyecto en marcha, un excelente proyecto, excelente no, magnifico, maravilloso, tal vez el negocio de mi vida. Hoy, Grettel, yo iba a ser la persona más feliz del mundo, conseguiría por fin todo el dinero que siempre he deseado y lograría tener lo que siempre he querido, sin embargo las cosas salieron mal y todo está saliendo contrario a lo que yo esperaba, por eso estoy que me lleva el huracán, que me traga el mar o me tumba un remolino. Todo salió mal, ¡terriblemente mal!

La hermana de Christie de los Monteros no se esperaba aquellas confesiones de la Bestia, ni siquiera imaginaba que le pudiera comentar algo referente a sus planes, y a pesar de que lo hizo no le tomó importancia, sin embargo quiso comentar algo.

―Lo siento mucho, amigo Bestia, ojalá las cosas se mejoren para ti. Yo venía, de hecho, a ofrecerte algo de dinero por un trabajito.

Quien vestía de negro se sentó en el escritorio, quedando Úrsula en frente de él.

―Y de que se trata tu trabajito, Grettel, ¿nuevamente quieres matar a alguien como la última vez?

Ella volteó los ojos.

―Veo que ya te contaron ―respondió.

―Así es ―dijo la voz ronca.

Úrsula miró a la pared y luego a la Bestia.

―Pues sí, nuevamente quiero deshacerme de alguien, mas necesito que sea algo rápido, lo antes posible. Me interesa que esa persona desaparezca, si es posible, hoy mismo.

La mirada de la que vestía de rojo era lúcida, exigente, como si anhelara con tanto ahínco lo que le pedía a la Bestia.

Como respuesta inicial, el de negro ladeó la cabeza, indicando que veía a la que acababa de hablar con intriga.

―Y en esta ocasión, ¿por qué quieres que desaparezca?

La mujer se aliñó el cabello, luego se acercó mucho a la Bestia, quedando muy cerca de su cara y le dijo en voz baja:

―La razón, querido Bestia, es una… que… no te importa ―terminó de decir como en un cuchicheo.

Pronto la Bestia se dio media vuelta. Esa mujer estaba actuando igual que Leopoldo y respondió:

―Entonces, ahí está la puerta ―dijo señalando con el dedo índice hacía la entrada―, puedes irte, no hay nada más que hablar.

A sus espaldas la mujer pareció molestarse.

―¿Qué? ¿Acaso tengo que decirte los motivos que tengo para querer que alguien se muera? ―preguntó a modo de reproche la mujer.

La Bestia regresó a la posición penúltima, mirando a su interlocutora.

―No necesariamente, sin embargo, me parece injusto de tu parte pedirme que asesine a alguien, sin siquiera comentarme por qué debería hacerlo. Bien podría ser mi madre a quien me pidieras matar. Por cierto, ¿de quién se trata? O eso tampoco me lo piensas decir.




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