El secreto de la princesa -parte tres-

Parte tres: Hogar, dulce hogar.

Cuando se abrieron las puertas de entrada del palacio, todos los soldados bajaron sus cabezas. Eugenio autorizó la entrada y el carromato, dirigido por la preciosa princesa, entró en el palacio. Al ir entrando, ella se impresionó por el gran número de soldados que había por todas partes. No podían contarlos, pues eran como cien o ciento cincuenta. Condujo el carromato hacia el pie de las escaleras, pasando por un lado de la fuente de piedra. Los cascos del caballo resonaron sobre el empedrado, era como escuchar piedras que chocan con piedras.

―Vamos nana, hay que avisar a mi padre. Tengo que informarlo de algo muy importante. Se trata de mi amado Guep.

―¿Qué pasa con ese muchacho, hija?

―Lo han llevado a prisión, mi papá debe hacer algo al respecto. Iré a buscarlo.

La más preocupada por esta situación era sin duda la princesa, así que subió las escalerillas de dos en dos. Arrastraba un poco el vestido blanco, porque estaba algo flojo. En el trayecto se acomodó los cabellos con un broche que le facilitó Gloriett, cruzó la entrada y a la primera que vio fue a Patty.

―Su alteza, qué bueno que está aquí ―dijo la muchacha con entusiasmo sincero.

―Gracias, Patty. ¿Dónde está mi padre? Me urge verlo.

―Debe estar en su cuarto, alistándose. Su padre ordenó que prepararan el carruaje rojo porque su alteza irá al Edificio Central. Tengo entendido que hay reunión extraordinaria con el Consejo de los Cinco.

―Muchas gracias, iré con él.

Gisselle comprendió por qué su padre no había salido recibirla. El Consejo de los Cinco era de esas reuniones que Albert ordenaba hacer por acontecimientos urgentes y de especial atención en el reino. La última vez había sido cuando fue asesinado el anterior comandante, Leonard Palacios.

Gisselle subió las escaleras que conducían a la segunda planta. Miró la puerta de su cuarto y luego se dirigió al de su padre. Imaginó que estarían las puertas cerradas, pero no era así, estaban abiertas de par en par. Gisselle asomó la cabeza al interior y miró a su padre besándose con Paulette.

―Papá, ¿qué es esto?

Paulette agachó la cabeza enseguida y Albert corrió hacia la princesa.

―Mi amor, estás aquí. ¡Estás bien!

La iba a abrazar, pero ella interpuso las manos.

―¿Por qué besabas a esa mujer? Esto es indignante.

Ella corrió hacia su cuarto y cerró enseguida. Albert tocó repetidas veces. Ella abrió de mala gana y él entró.

―Mi amor, Paulette acababa de llevar mi ropa planchada para una reunión extraordinaria. Aprovechó para darme la noticia de tu llegada, luego me besó y entonces entraste tú.

―Entre tú y esa mujer existe algo, ella está interesada en ti ―aseguró Gisselle.

―No tienes nada de qué preocuparte, mi amor. Sé que ella está interesada en mí. Es joven y muy bella, pero yo le seré fiel a tu madre hasta la muerte. Confía en mí.

―Confío en ti, pero no confío en ella.

―Mi amor, es una buena muchacha. Durante el tiempo que ha estado aquí…

Pero Gisselle lo interrumpió.

―Si te vas a poner a defenderla, mejor no sigamos hablando. No te importa cómo estoy, cómo escapé, nada, ¿verdad?

―Claro que sí, mi amor. Estaba muy preocupado. Imaginé que esos bandidos te habían dejado libre. Amenazaron con hacerte daño si no les entregaba todo el dinero. Estuve maniatado.

―Sí y mientras tanto te consolaba esa mujer.

―Ya, deja de lado eso. No nos pondremos de acuerdo. Sé que Paulette te demostrará que es una buena mujer, pero si lo que te preocupa es que yo establezca una relación sentimental con ella, desde ahora debes saber que no será así. Si antes no fui infiel a tu madre, ahora mucho menos. Por lo pronto, mi amor, estoy muy contento de que estés sana y salva. Ahora espero que esos sinvergüenzas se vayan del reino con todo el dinero que les di por tu rescate.

―Papá, afuera está el carromato con el dinero del rescate. Ahí están todos los costales de oro.

Albert se asomó al balcón y regresó anonadado.

―Es el carromato.

―Sí, eso dije.

―¿Cómo?

―Escapé. Y, bueno, pude traer el carromato hasta aquí.

―Esto es maravilloso, mi amor. Sabes, estoy de salida al Edificio Central. Le diré a Abel que Eugenio conduzca el carromato, lo llevaremos a las bóvedas. Debo dejarte. Me hace muy feliz verte sana y salva. Como podrás ver ahora tenemos muchos más soldados. Todos ellos vigilarán el palacio día y noche. Tú estarás a salvo, mi amor.

Le tomó las manos y se las besó. Era una especie de despedida, porque enseguida se retiró, pero Gisselle lo detuvo.

―En el Edificio Central está la prisión, ¿verdad?

―Así es, mi amor. ¿Por qué? ―preguntó el rey.

―Lo que pasa es que supe de buena fuente que el príncipe Carlo Villaseñor está detenido y que lo llevaron ahí. Papá, te tengo una noticia.

Albert estuvo atento a las declaraciones de su hija.




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