El príncipe regresó a la mansión Villaseñor.
Su madre estaba en la sala de estar, tomando un té que le había preparado Clara María. Ella salía justo en ese momento a traer unas galletas y Carlo entró por la puerta.
―Joven, su madre está en la sala de estar. Pide que pase a verla, está muy afligida.
El joven se preocupó de inmediato.
―¿Qué ocurre, Clara?
―Es mejor que se lo diga ella misma ―y ella siguió su camino.
El príncipe entró a ver a su madre.
―Mamá ―dijo y fue a abrazarla. Ella correspondió, pero mantuvo un gesto pensativo en su cara, como ideando el modo de informar a su hijo sobre lo acontecido con Leopoldo.
―Siéntate, mi amor. Qué bueno que llegas ―dijo la virreina.
―¿Qué ocurre, mamá? ―preguntó Carlo tomando asiento.
Su madre le dirigió la mirada. Él pudo ver la aflicción que la embargaba.
―Se trata de tu padre, hijo. Hoy he descubierto que me ha sido infiel durante quien sabe cuánto tiempo.
Carlo se puso de pie de inmediato y su rostro adquirió una dureza poco común en él.
―¿Qué? Pero cómo se atrevió. Es un cobarde. Cómo lo supiste, mamá. ¿Con quién te ha sido infiel?
―Siéntate, hijo ―pidió Adolfina―. Quizás te caigas cuando te diga quién es la infeliz mujer.
Carlo se volvió a sentar. Pero estuvo inquieto en el sillón.
―No puedo siquiera imaginarlo. ¿Quién es? ―preguntó el muchacho.
Adolfina guardó silencio y al fin habló:
―No viste que falta una sirvienta en la mansión.
Carlo no tardó mucho en comprenderlo.
―¿Grettel, la sirvienta?
Entonces su madre lo miró a los ojos.
―Sí, hijo. Tu padre tuvo el descaro de engañarme con esa mujer.
Carlo se puso de pie nuevamente. Caminó de un lado a otro, de la ventana al sillón y del sillón a la ventana con la respiración agitada.
―Mi papá esta vez fue demasiado lejos. ¿Qué piensas hacer? ―preguntó el príncipe, deteniéndose junto a su madre y tomándole las manos.
―Me voy a separar de él. Yo no quiero volver a estar a su lado. Es asqueroso lo que hizo ―había coraje en la voz de la virreina.
―Yo te apoyo, mamá, sea la decisión que tomes, cuentas conmigo. La falta de mi padre ha sido grave. Esto es el colmo ―Carlo estaba muy enojado.
―Así es, no pensé que llegaría jamás este día, aunque muchas veces lo temí, pero jamás imaginé que pudiera hacerme esto. Sé que Leo no es un hombre ejemplar moralmente, pero esto no lo pasaré por alto… ―en ese momento sintieron que la puerta de la mansión se abría―. Debe ser él ―aseguró Adolfina―. Ven, quiero que lo niegue en tu propia cara. Además quiero comunicarle que me divorciaré lo antes posible.
Salieron de la sala de estar y se toparon con el virrey en el vestíbulo. Se acercó a ellos con un semblante embargado de alegría.
―Ya te dijo tu hijo la buena noticia ―preguntó entusiasmado el hombre, mirando a Adolfina, como si la infidelidad nunca hubiera ocurrido.
―Aún no se lo he dicho, papá ―se adelantó a decir Carlo―. Mi mamá me acaba de contar lo que ocurrió con Grettel y también quiere decirte algo.
―¿Qué, sigues con eso mujer? Ya te dije que…
―Déjala hablar, por favor ―pidió Carlo controlándose.
―Pánfilo Leopoldo, me voy a divorciar de ti ―declaró la mujer.
El hombre evidentemente no esperaba esas palabras, pues tardó unos segundos en asimilarlas y luego replicó ofuscado:
―¿Qué? No puedes estar hablando en serio. Sé que cometí una falta grave, pero no puedes exagerar con querer nuestra separación. No ahora que Carlo ha aceptado casarse con la princesa Gisselle.
―Corrección ―intervino Carlo―, no he aceptado casarme con ella, solo ir a conocerla esta tarde.
Adolfina al oír la noticia sintió una secreta alegría.
―¿Entonces es cierto? ―preguntó ella mirando a Carlo.
―Claro que es cierto ―se adelantó a responder Leopoldo―. Albert habló hoy con él y esta tarde, a las cuatro, asistiremos al palacio para asignar la fecha de la boda.
―Para conocer a la princesa, solamente ―corrigió nuevamente Carlo, molesto por el tono autoritario de Leopoldo.
―Entonces no hay que perder más tiempo, hijo ―comentó Adolfina olvidando todo lo demás―, ve, alístate, ya son más las dos. No debemos llegar tarde. Yo hablaré con Clara para que prepare mis ropas. También tú, Leopoldo, ve a cambiarte esos trapos.
―¿Segura que quieres que te deje sola, mamá? Lo de la princesa puede esperar ―dijo el príncipe.
―No te preocupes, hijo. Todo puede esperar. Anda, ve ―comentó la virreina con entusiasmo.
―Está bien ―respondió Carlo y sin decir más, subió a su cuarto.
Adolfina y Leopoldo se quedaron solos.
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Editado: 30.08.2020