―Cuál otra hija… ―preguntó Albert consternado.
―Ah, te sorprendí, verdad... pues... no lo sabes Albert, pero tuviste otra hija, una a la cual yo adopté… o mejor dicho, me robé después del parto. Su nombre es Zuleica Montenegro. Es idéntica a la princesa y ambas son idénticas a Christie.
―Infeliz... mientes ―aseveró Albert iracundo, con deseos de estrangular a la mujer por tanta infamia.
Ella levantó el dedo índice derecho y negó, chasqueando con su lengua en el paladar.
―No, no, no mi rey. Si me llega a pasar algo, mis hombres tienen autorizado asesinar tu hija. Entonces qué... ¿boda o no?
―Me estás mintiendo. Eso es lo que haces siempre, mentir, mentir, men…
Pero una fotografía frente a sus ojos lo dejó mudo. Era una imagen pequeña donde estaban Úrsula, Anthony y Zuleica de niña.
―Dime, Albertito. ¿No es acaso ella idéntica a tu hija cuando era niña? Pues Zuleica ya es una señorita al igual que la princesa. Son idénticas, como dos gotas de agua. Si la vieras fácilmente la confundirías con la princesa.
A Albert le daba vuelcos el corazón. No podía creer lo que oía, pero lo hizo, pues no creía que Úrsula fuera una experta en falsear fotografías con ese nivel de maestría. Además, durante el embarazo de Christie, ahora que lo recordaba, su panza había crecido mucho y siempre pensaron que tendrían gemelos, pero solo nació una niña. Eso había sido muy extraño.
Se había quedado en silencio, pensando en estas cosas. Después de ellos, articuló palabras:
―De acuerdo... ―aceptó y habló no muy convencido―, aun contra mi voluntad me casaré contigo, siempre y cuando sea después de que mi hija se case con el príncipe Carlo. Antes no. Además necesito conocer a esa muchacha primero. Necesito verla con mis propios ojos.
―A ver, tesoro ―dijo la mujer, conociendo que ahora tenía la sartén por el mango―. Acepto lo de casarnos luego de que se casen el príncipe y la princesa, pero lo de conocer a Zuleica será después de que me case contigo… solo entonces la conocerás.
Úrsula no quería correr el riesgo de que Albert le informara a Zuleica que ella había matado a su madre.
Cuando hablaban sobre esto llamaron otra vez a la puerta y el rey abrió.
―Majestad, qué se le ofrece, estamos a sus órdenes ―era un teniente y a sus espaldas estaban dos soldados.
El rey miró a Úrsula, pero ella no se inmutó, solo le devolvió la mirada, segura de sí misma y del nuevo poder adquirido.
―Toqué la campana por accidente, pueden retirarse ―respondió el monarca.
Los soldados no objetaron nada y se marcharon enseguida. Úrsula sonrió y cuando el rey iba a cerrar la puerta para continuar la conversación, una mujer entró inesperadamente y se plantó en medio de los dos.
―Majestad, usted no puede casarse con esta mujer. Es una arpía ―gritó Paulette.
Úrsula levantó la barbilla y miró con indiferencia a la recién llegada. Luego dijo:
―A ver, John, controla a tus perros.
―No le faltes al respeto…
―A mí nadie me llama perro ―dijo Paulette, encimando su voz sobre la del rey.
―No, tal vez no ―comentó Úrsula―, pero pareciera. ¿Quién eres tú, escuincla?
―Soy Paulette, la futura esposa del rey ―declaró la muchacha.
―¿La futura esposa del rey? ―dijo Úrsula con diferencia―. John, explícale a esta mujer quién es tu futura esposa, por favor.
Paulette miró al rey y él la miró a ella y le dijo:
―Paulette, no sé qué ilusiones se ha hecho usted conmigo, pero yo me casaré con Úrsula, la mujer que tiene en frente.
―¡No! ¡Eso no puede ser! ―gritó Paulette―. Esta mujer no me va a destruir mis planes.
―Vamos, no seas ridícula, escuincla ―comentó Úrsula en tono socarrón―. Tú no eres rival para mí y si no quieres problemas, te aconsejo que te quites de mi camino. Puedes irte…
Sin dar tiempo a continuar, Paulette sorprendió a Úrsula en su discurso y se lanzó contra su rostro. Ella interpuso las manos para evitar el encontronazo, pero Paulette le alcanzó los pelos y comenzó a jalonearla. Úrsula no perdió tiempo y respondió con la misma agresividad, por lo cual cayeron al suelo. De inmediato el cuerpo macizo de Úrsula tomó el control y se montó sobre Paulette, quien quedó aplastada por el peso de Úrsula.
Esta comenzó a abofetearla duramente ante la incredulidad del rey que no sabía qué hacer. Quiso separarlas, pero las peleadoras eran un amasijo de zarpas, jalones y arañazos, por lo cual Albert recibió un arañazo en su mano. Entonces decidió ir por los guardias para que lo ayudaran a separar a aquellas locas.
La mujer montada le partió el labio a Paulette y un hilillo de sangre corrió por su nariz. Pero Paulette era una mujer tenaz, así que le jaló duramente del cabello y le hizo chocar la cabeza contra el mármol blanco de la sala. Úrsula dio un grito espantoso y quedó muy atarantada por la fuerza del golpe. Su contrincante aprovechó para tirarla y esta vez fue Paulette quien se montó sobre Úrsula y arremetió contra su cara. ¡Zaz!, un golpe, ¡zaz!, otro y ¡zaz!, otro más.
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Editado: 30.08.2020