Parte uno: Juntos sin importan nada más
―¡Colibrí! ¡Colibrí!
Carlo decía su nombre con voz quebrada, pues no podía creer lo que sus ojos veían. El amor de su vida estaba en el umbral de su puerta, con una sonrisa en sus labios. Era ella definitivamente: su corazón reaccionó ante aquella visión tan maravillosa y el paño de tristeza que lo cubría fue remplazado por fuertes latidos del corazón que comenzaron a ser constantes.
Carlo tomó las manos de Gisselle y las besó. Luego la hizo pasar a su alcoba y cerró la puerta con cuidado. Su corazón amenazaba con salírsele del pecho. Era increíble que ella estuviera ahí.
Se abrazaron sin más ceremonias.
―Mi amor, mia-mor ―musitó el muchacho, titubeante y emocionado―… estás bien… estás bien ―las lágrimas se asomaban a sus ojos.
La abrazaba con fuerza y ella le correspondía.
―Guepp... Carlo... mi amor… ―decía ella, también emocionada.
―Mi hermosa… Colibrí. Pensé que te perdía... ―no dijeron nada más por un buen momento, sino que ambos comenzaron a llorar. Luego él se separó, sujetándole solo las manos―. Tenemos que hablar. Ven, salgamos al balcón, ahí corre el aire.
La dirigió hacia el ventanal, abrieron y salieron al balcón donde antes había estado César.
Como era de noche, podían verse las altas estrellas en el cielo y luces del reino. En el cielo la luna resplandecía en medio de la oscuridad. Ambos estaban frente a frente, tomados de la mano. Sus miradas, bajo el resplandor de la luna, se cruzaban y sonreían.
Ambos se mantuvieron de pie frente a frente, tocándose mutuamente el rostro, verificando que estuvieran bien. No pudieron evitar darse un beso. Este fue tierno y reconfortante. Después de un momento, ella tomó la palabra:
―Mi amor, cuéntame qué pasó cuando fuiste al palacio.
Carlo le dio otro beso.
―No pensemos en eso, por favor.
―Cuéntame, están pasando cosas muy extrañas y debemos hacer algo al respecto.
Él pareció comprender la situación por el tono alarmado de la muchacha. Le dio otro beso furtivo y ella correspondió.
―Tienes razón ―respondió él, apartándose de sus labios―. Te contaré entonces… Cuando fui al palacio para encontrarme contigo, estaba ella, la tal Zuleica… pero esta vez no pudo engañarme, la descubrí… le hice una pregunta engañosa y cayó fácilmente en la trampa, pues solo tú hubieras conocido la respuesta correcta. Ella titubeó y se equivocó al responder.
Aquella respuesta hizo que Gisselle sonriera. Luego le preguntó:
―¿Y cuál fue la pregunta? ―no dejaba de verlo a los ojos ni ver sus labios carnosos.
―Le inventé que me habías enviado una tercera carta y que no la había entendido ―contestó el muchacho acariciando el rostro de la muchacha―-. Si hubieras sido tú, me habrías respondido que no te había enviado ninguna tercera carta, pero ella contestó algo absurdo. Entonces le dije que sabía que no era tú. Luego intentó chantajearme, amenazándome con hacerte daño si no hacía lo que ella quería. ¿Qué pasó? ¿Cómo logró hacerte salir del palacio?
―Una mujer, que se decía mi tía Úrsula, me engañó. Era cómplice de ella, de Zuleica, quien es mi hermana gemela, pero es muy malvada ―la muchacha recordó lo que había ocurrido―. Mi tía Úrsula me engañó y me hizo salir del palacio acompañadas por seis soldados. Salimos y tras cabalgar un rato fuera del reino, llegamos a una casa. Mi tía Úrsula abrió con una llave. Supuestamente ahí había recuerdos de mi mamá y por eso acepté ir con ella. Los soldados esperaron afuera por órdenes mías. En el interior alguien cubrió mi boca y me desmayé… no sé qué más sucedió después hasta que reaccioné esta tarde.
―Zuleica está loca ―dijo Carlo preocupado―. Y temo que ahora que se hace pasar por ti haga cosas abominables. Debemos detenerla lo antes posible.
―Ella quiere mi lugar. Quiere que yo muera para ser la única princesa de Valle Real.
―¿Por qué no lo comparte contigo y ya? Que hable con tu padre. Estoy seguro que el rey no pondrá ninguna objeción, pues también es su hija.
―Lo sé. Pero no se puede hablar con ella. Es como una versión perversa de mí. Nunca me había tocado lidiar con la parte odiosa que soy. Ella es lo peor de mí. Y me temo que no solo desea mi lugar como princesa, sino también… ―y miró al amor de su vida.
―¿Qué? ¿Qué más desea?
―Te quiere a ti ―aseguró Gisselle.
Carlo sopesó aquellas palabras y alzo la barbilla. Enseguida abrazó a la princesa y con un gesto corporal, la invitó a sentarse sobre la alfombra que había en el balcón. Sus manos continuaron entrelazadas y sentían el calor de sus cuerpos en aquella noche fría.
―Yo solo soy tuyo ―aseguró Carlo y se estiró para quedar frente al rostro de Gisselle y besar sus labios―. No voy a casarme con ella. Aseguró hacerte daño si no lo hacía. Es un monstruo.
―No veo cómo podría hacerme daño. Ricardo, uno de sus cómplices, me ayudó a escapar. Es hijo del maestro Yamil, por lo que me ha contado.
―¿Es él? ―preguntó sorprendido el príncipe―. El maestro Yamil me platicó de su hijo rebelde, pero no imaginé que fuera cómplice de esa chica. Pero bueno, ya… hablemos de nosotros ―y se acomodaron de tal modo que él la abrazó por la espalda. El rostro de él quedó en el oído de ella―. Te quiero, Gisselle, Colibrí. Te das cuenta, tanto tiempo sin saber quiénes éramos realmente. Y todo el tiempo estuvimos destinados a estar juntos y conocernos. Tú eres la princesa y yo el príncipe. Tarde o temprano nos íbamos a casar. No lo puedo creer. Dios siempre ha sabido esto. Solo nos pedía confiar.
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Editado: 30.08.2020