Amaneció en Valle Real. Se podía oler la tranquilidad en el mercado, el centro y sus alrededores. En la mansión Villaseñor el príncipe estaba rebosante de felicidad. Había despertado convencido de que la visita de Gisselle no había sido un sueño. Su Colibrí había ido de noche y le había dicho que había un plan para atrapar a la impostora princesa y que ese día se llevaría a cabo. Él asistiría a la reunión que se celebraría esa mañana para anunciar su compromiso con la princesa. Ahí, al fin, evidenciarían a Zuleica.
Carlo debía continuar con el plan que la princesa le comunicó. Para no levantar ninguna sospecha, asistiría al palacio como Zuleica quería. Él les aseguró a sus padres que se casaría con la princesa. Que estaba muy enamorado de ella. Cuando decía esto, pensaba en la noche anterior cuando Colibrí había estado en su recámara y eso lo hacía sonreír. Parecía una avecilla enamorada, cantando una y otra vez sin parar. Solo decía:
―Iremos con la princesa para anunciar nuestro matrimonio, qué felicidad ―y se reía solo.
Leopoldo y Adolfina estaban desayunando, pero en lugar de estar alegres, había un silencio sepulcral. Sí les emocionaba que al fin Carlo accediera a casarse con la princesa, pero tenían una situación personal bastante incómoda.
―¡Qué gran alegría, Carlo! ―dijo Leopoldo con una sonrisa forzada.
―Sí ―añadió Adolfina en tono serio―. Me alegra mucho tu felicidad, hijo.
Carlo se daba cuenta, pero era más fuerte su felicidad.
―Yo los alcanzaré en el palacio ―informó el muchacho―. No podré irme con ustedes. Iré con Serafina a dar una vuelta por el campo. Confíen en que allá estaré. Ya deseo ver a la princesa otra vez.
Curiosamente Leopoldo y Adolfina no pusieron objeción a esta declaración de Carlo. Confiaban en que efectivamente estaría puntual a las diez de la mañana en el palacio. Por eso Carlo pudo salir tranquilamente, luego de comer vorazmente un bistec bien rico. Montó sobre Serafina y voló raudo en busca de su amada Colibrí, que lo esperaba en la cascada del amor.
Los pajaritos habían dormido en su casa y muy temprano Carlo le había enviado un mensaje para encontrarse con ella. Denis y Remso habían dado con la muchacha, por eso a las nueve en punto se encontraron en la cascada.
Ambos llegaron puntuales esta vez. Estaban muy contentos. Se abrazaron y se besaron tiernamente. No podían creer que estuvieran juntos de nuevo.
―Si todo sale bien, estaremos juntos para siempre muy pronto. Nos casaremos y Zuleica irá a prisión ―comentó Carlo.
―Sí, así será, mi amor ―respondió Gisselle―. Mi vida, mi todo. Ay, Carlo, Guepp, me tienes tan enamorada. Te veo y no lo creo. Siempre has sido tú, siempre has sido mi único amor. Eres tan bello, tan hermoso y eres mío, todito mío.
―Hasta el final, Colibrí. Giselle, qué hermoso nombre tienes. Tú también eres tan bella, tan única. Mi amor, nadie es como tú. Nadie. Te amo, te amo ―gritaba Carlo a los cuatro vientos―, que se enteren todos los animales del bosque ―decía en voz alta―, amo a Gisselle Madrid, ella es Colibrí, mi Colibrí ―la miró y la besó en los labios.
Cuando se desconectaron, ella le dijo:
―Estás loco, muy loco, Guepp.
―Pero de amor por ti. Loco de amor, mi vida. Por ti, loco siempre. Te quiero, te amo y siempre te amaré.
―Y yo también ―le dijo nuevamente la princesa, tocándole la nariz con la suya. Chocaron sus frentes y cerraron los ojos. Estuvieron así un rato, abrazados y con sus frentes conectadas. Con los ojos cerrados sentían el calor de sus cuerpos y la brisa fresca de la cascada, que los rociaba alegremente.
Después de disfrutar aquel momento, ella le comentó lo ocurrido con el comandante Márquez la noche anterior. Carlo la escuchaba atentamente, pendiente a todos sus gestos, a las gesticulaciones de su cara y los ademanes de su cuerpo. Disfrutaba mucho verla y sentirla. Le tomaba la mano cuando ella le explicaba lo ocurrido. Amaba mucho amar a aquella hermosa mujer. Se sentía afortunado de tenerla a su lado. Ella era el amor de su vida y él se sentía el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra.
De pronto escuchó que Gisselle decía que era amiga de Ricardo Ponce.
―¿Amiga? ―dijo él, ceñudo―. No creo que él quiera ser solamente tu amigo.
Pero ella sabía que estaba bromeando.
―Sí, solo somos amigos. Me dijo que ama a Zuleica, pero que por el bien de ella la traicionó.
―Está bien, te creeré. Confiaré en ti, pero no confiaré en él ―y adquirió un tono de seriedad insufrible. Luego se rio.
―No tienes nada de qué preocuparte. Tú no tienes rival. Confía en mí ―dijo ella tocándole los labios.
―Eso estoy haciendo ―susurró Carlo.
Luego comenzaron a jugar en el agua. Chapotearon mojándose un poco. En medio del agua él la abrazó y ella se dejó abrazar. Sentir a Carlo rodeando su cuerpo era una sensación mágica que la hacía sentirse la mujer más segura del mundo. Ellos se amaban y se dejaban amar. Junto a ellos tenían a la persona más hermosa del mundo. Se sentían afortunados y se disfrutaban mutuamente.
―¿Hasta dónde me ama, Carlo Villaseñor? ―preguntó ella.
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Editado: 30.08.2020