El secreto de la princesa -parte tres-

Parte tres: Un enemigo inesperado

Leopoldo se presentó como el virrey. El maestro Yamil dijo ser director del instituto para cadetes, expertos en la defensa personal y en la pelea con técnicas corporales contra el enemigo. Adell dijo el comandante que se iría a Jordan para prepararse como coronel durante el tiempo que el coronel Latusk estuviera en Valle Real.

Albert invitó al recién llegar a tomar asiento en el sillón blanco. Los demás, incluyendo el rey, se sentaron en los demás sillones.

Todos estuvieron muy sorprendidos por la juventud de Marco Alexander. No pasaba de los dieciocho años. Él les informó que tuvo una preparación exhaustiva desde los doce años y había pasado las distintas pruebas. Era el coronel más joven en la historia de todos los coroneles. Pero lo que realmente había catapultado su carrera como coronel era ser el hijo del rey de Jordan. Era el mayor, pero se había declinado por la milicia.

Al terminar la reunión todos se marcharon a sus casas. El coronel y el rey fueron los últimos en salir de la sala privada. Cuando pasaban por las escaleras, Albert decidió presentarle a su hija. Le dijo a Patty que la llamara y esperaron sentados en la sala principal, que seguía decorada y resplandeciente como cuando se llevó a cabo el compromiso.

Zuleica llegó a las escaleras y comenzó a descender. Miró a un joven vestido de militar. Su vestimenta era verde y sobre su cabeza traía una boina roja. Cuando la muchacha estuvo en la planta baja, el rey se acercó a ella.

―Mi amor, él es el coronel Marco Latusk y estará en el reino durante un tiempo, mientras que el comandante Márquez regresa.

―Un gusto, coronel ―dijo la muchacha y sonrió cortésmente. Se dio cuenta que el coronel era muy guapo.

―El gusto es mío, alteza ―replicó el coronel e hizo una reverencia.

―Los dejaré a solas un momento, debo atender algo urgente. Mi amor ―y miró a la muchacha―, atiende al coronel mientras vuelvo ―y se marchó sin decir más.

El coronel y Zuleica se quedaron a solas en la sala.

―Hola Gisselle, ¿cómo estás? ―preguntó el coronel tomándole la mano y dándole un beso de cortesía. Pero el beso fue muy largo. Mientras le besaba la mano la miró coquetamente. Tenía unos labios carnosos y una voz grave.

―Estoy muy bien ―respondió ella con sequedad―. ¿Cuál dijo que es su nombre?

Él le sonrió de manera seductora.

―¿Cómo? Tan rápido olvidas a los amigos. Creí que nuestro paseo en Jordan nunca lo ibas a olvidar. Al menos eso me dijiste. Yo nunca lo haré ―y sus ojos azules penetraron los ojos verdes de la plebeya.

Cuando dijo esto se acercó a ella, se acercó tanto que sus rostros casi se tocaban. Él retiró la boina de su cabeza. Zuleica le miró el rostro descubierto, era muy joven y apuesto. Era alto y corpulento. Sus facciones faciales eran sumamente varoniles y Zuleica comenzaba a ponerse nerviosa. El tipo al parecer era todo un don Juan.

―¿Podemos ir al jardín? Me gustaría conversar contigo, como en los viejos tiempos ―dijo él.

Ella se quedó pensativa. Ahí estaba ocurriendo algo extraño. De pronto aquel hombre la conocía perfectamente y le estaba solicitando platicar en un lugar más discreto.

―Podemos conversar aquí ―respondió la muchacha.

―No, aquí no. Vamos al jardín, tengo la impresión de que las paredes pueden oír ―la voz del muchacho era sumamente atractiva y provocativa.

Entonces Zuleica lo condujo al jardín donde antes estuviera con Carlo. Cuando llegaron él fue el primero en hablar.

―Qué rápido me olvidaste, Gisselle ―comentó―. Creí que nuestro encuentro en Jordan había sido importante para ti ―el muchacho, con la boina en su mano, parecía afligido―. Nunca me hablaste de un enamorado en Valle Real, explícame, ¿qué signifiqué entonces para ti? Llego y me entero que te has comprometido en matrimonio con él. ¿Y nosotros, qué pasó con nosotros? ¿Nuestros besos, nuestras noches de pasión, que fueron entonces? ¿Jugaste con mis sentimientos? ―hizo una pausa para ver cómo reaccionaba Zuleica, pero ella estaba absorta. Entonces, ante el silencio de ella, él volvió a hablar―. No dices nada. No puede ser… Mira, Gisselle, tú eres la única mujer en mi vida y me juraste que yo era el único hombre. No comprendo nada de lo que está pasando. No me vengas ahora con que me has olvidado ―y en esta parte de su discurso pareció molesto―. No soy tu burla, Gisselle, o me cumples lo que me prometiste o tu padre sabrá de lo nuestro. Es más, también lo sabrá todo el reino. Yo confié en ti, creí en tus palabras, en tus besos tiernos y en tus suaves caricias. No hay noche que no recuerde lo bien que la pasamos en aquellos bosques solitarios, sobre las bancas, sobre el pasto, ¿o es que ya lo olvidaste? Porque yo no. Mi entrega fue verdadera, puse mi corazón en tus manos. Tú sabes lo mucho que te amo. Si piensas burlarte de mí, entonces todos sabrán que muchas veces fuiste mía. O rompes tu compromiso con el príncipe o todo el reino sabrá la clase de mujer que realmente eres.

Zuleica se quedó muda, sin respiro.




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