En la mansión Villaseñor Carlo terminaba de hablar con Adolfina. Ella le había confesado toda la verdad y ambos estaban con los ojos húmedos porque habían llorado.
―Siempre serás mi mamá ―le aseguró él.
―Y tú siempre mi hijo ―declaró Adolfina, dándole un beso en la frente al muchacho.
―Madre, vienen por mi padre ―comentó Carlo―. El coronel Marco quiere justicia y pondrá al virrey tras las rejas por el crimen que cometió. Yo estoy de acuerdo con él. Tú estarás bien, solo eres una víctima más de su tiranía.
Adolfina se alarmó.
―No había dicho nada porque Leopoldo es muy poderoso ―comentó la mujer―. Decir cualquier cosa hubiera sido como declararme loca. Era su palabra contra la mía.
―Eso se terminó, mamá ―dijo Carlo y la abrazó de nuevo.
Leopoldo estaba muy feliz en esa mañana. Se hallaba en su despacho. Luego Porfirio tocó la puerta y el virrey le dijo que entrara.
―Su alteza, el coronel Latusk lo busca.
―Hágalo pasar, por favor ―respondió Leopoldo preparándose para recibir al susodicho.
―Dice que preferiría que usted saliera a recibirlo. Está en el recibidor ―comentó el criado.
―Muy bien, dile que en unos segundos estoy con él ―respondió con orgullo el hombre.
Entonces acomodó algunos documentos en un cajón y alisó su ropa. Salió y se sorprendió por la gran cantidad de soldados que había en el recibidor.
Miró hacia las escaleras. Ahí estaban Adolfina, Carlo y Clara. El coronel estaba en la puerta de entrada.
―Muy buenos días, coronel ―saludó Leopoldo―. Creí que nos veríamos en el palacio real. Pero a qué debo el honor de su visita.
―Virrey Leopoldo Villaseñor ―dijo en voz alta el coronel―, queda usted detenido por homicidio en complicidad con Leonard Palacios. Lo declara en esta carta su excelencia la reina Lauren Elizabeth Fuentes Radién y también firman la virreina Adolfina Fuentes Radién y el rey John Albert Madrid Villarreal. No ponga resistencia o me veré en la necesidad de dispararle.
En ese instante todos los soldados apuntaron con sus armas hacia el virrey.
Leopoldo se quedó estupefacto. La sonrisa desapareció enseguida de su rostro. Sin decir nada, permitió que un par de soldados lo esposaran. Le indicaron que avanzara a la salida, en donde estaba el carruaje-patrulla.
―Adolfina, no permitas que me lleven, diles que no es cierto. Carlo, hijo, ayuda…
―Basta, señor Leopoldo ―dijo Carlo en tono serio―, usted no es mi padre. Llévenselo ―ordenó enérgico el príncipe.
Los soldados lo condujeron hasta el carruaje y lo llevaron a prisión en el Edificio Central.
Lo hicieron bajar a las mazmorras y lo encerraron en una celda, junto a la de Úrsula.
―¿También te atraparon, querido? ―dijo Úrsula, carcajeándose―. Aquí nos vamos a divertir mucho, corazón… ja-ja-ja..
Zuleica contempló por la ventana. Se sentó y luego habló para sí misma con burla.
―Quién hubiera imaginado que la princesita Gisselle es en realidad una chiquilla aventurera. Su querido Carlo estaría decepcionado. ¿Qué cara irá a poner cuando sepa que su amada Colibrí escapó con el coronel que acaba de llegar al reino? En fin, sigue sorprendiéndome su descaro y desvergüenza. No cabe duda, caras vemos, corazones no sabemos.
―Hola, Zuleica ―dijo Gisselle, saliendo de las cortinas rojas y mirando a su hermana. Estaban en lados opuestos de la mesa.
Zuleica se levantó de la silla y se puso a la defensiva.
―¿Tú? Se supone que estás presa. Y no quieras confundirme, tú eres Zuleica y yo soy la princesa Gisselle ―dijo Zuleica enojada.
―¿Sorprendida, hermanita? ―dijo Gisselle sonriendo―. Si es así, me parece excelente, porque esto es una sorpresa.
―¿Una sorpresa? ¿Qué quieres decir? ―la mirada de Zuleica era dura y miraba hacia todas partes, pensando que se trataba de una emboscada o algo peor, imaginando que en cualquier momento saldrían más personas de las cortinas o de debajo de la mesa. Pero al ver que no pasaba nada, fue recuperando la calma.
―Debo admitir ―dijo Gisselle, en voz alta y con mucha claridad― que has sido muy inteligente, Zuleica Montenegro. Has hecho todo para quitarme el lugar que me corresponde. Pero no sólo tú eres inteligente. Somos hermanas gemelas y por nuestras venas corre la misma sangre.
Estaban frente a frente, separadas únicamente por la anchura de la mesa.
―Tú ―dijo enérgica Zuleica―, eres una cualquiera. Estabas con el príncipe y tenías tus amoríos con el coronel de Jordan, con Marco. Eso no te hace ser muy inteligente. Solo demuestra que eres una…
―¿Realmente te creíste esa mentira? Ya sé, ya sé ―dijo Gisselle en tono burlesco―, pensaste que yo era como tú y al ver que Marco es un chico tan guapo, no me había podido resistir a sus declaraciones de amor. Pero no, Zuleica, hermana querida, no soy como tú. Yo amo a Guepp y él siempre será el único amor de mi vida. Todo lo que te dijo Marco fue un invento…, sí, un invento para poder traerte hasta aquí y encerrarte de una vez por todas en prisión, donde debes estar, porque eres una delincuente y tu lugar es la cárcel.
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Editado: 30.08.2020