―Entonces, comencemos ―exhortó el niño.
―¡Está bien! ―dijo la niña―. ¿Pero… quién corre primero?
Les gustaba mucho jugar y ahí habían encontrado el lugar perfecto para hacerlo.
Ambos comenzaron a correr, primero ella tratando de alcanzarlo y luego al revés. Muchas veces chapotearon en el agua y mojaron sus ropas, ella su vestido blanco de algodón, ribeteado con algunos colores llamativos. El niño usaba un pantalón de tela corriente y una camisa sencilla, de tela muy delgada y a punto de romperse; pero a ninguno de los dos les importaba eso. Ellos se habían convertido en los mejores amigos y se veían ahí a diario desde hacía tiempo.
―Prométeme que siempre me vas a querer, Colibrí ―le dijo un día el niño a la pequeña, así le decía él por lo veloz que era ella, además porque no sabía cómo se llamaba.
―Sí, te lo prometo Chango, oh digo, Guepp ―bromeó ella y ambos se rieron.
Ella le decía Guepp por el veloz Guepardo, pero se le hizo muy extenso, por lo cual lo simplificó a Guepp. Era un inocente juego de niños.