Parte uno: La Paloma
Pasaron tres años y como todos los días, la tarde era hermosa y el aire corría suavemente moviendo la copa de los árboles. Una hoja se desprendió de un vástago y comenzó a caer. Todavía estaba verde y tenía una textura rugosa. Cuando cayó se pudo observar que contenía algo extraño en la parte trasera, era el hogar de un pequeño gusano verde que para su mala suerte había construido su vivienda ahí y ahora estaba en el suelo.
El pequeño gusano se dio cuenta de lo ocurrido y salió de su hogar, sin imaginarse que afuera un depredador lo esperaba, era un pájaro blanco. Cuando el gusano reaccionó fue demasiado tarde, pues el pico del pájaro se acercó para comérselo, era una paloma, una muy hermosa, pero hambrienta. El gusano trató de huir, pero fue inútil. Caminaba poco a poco, tratando de ocultarse tras unas piedras y lo logró, pero no por mucho tiempo.
La paloma esculcó entre las piedras donde había visto rondar su rico manjar. Por su parte, el gusano estaba muy asustado ―y con mucha razón, su muerte se veía muy próxima―. Trató de hacerse más pequeño de lo que ya era, sin embargo, la hermosa paloma de cuello reluciente, lo descubrió. El gusanito sintió que iba a morir, su fin había llegado y nunca conocería a su novia ni a su descendencia; cerró los ojitos con mucho miedo y la paloma acercó el pico para comérselo.
Sin embargo, no lo hizo, no se comió al gusanito porque algo la distrajo. A lo lejos escuchó un sonido muy fuerte, que provenía del camino que conducía al reino, a Valle Real. La paloma se alejó del gusanito y volando se subió a la rama del árbol del que había caído la hoja, así pudo ver con claridad lo que la distrajo. Se trataba de un carruaje, uno rojo con dorado, muy hermoso. Cuatro caballos blancos y muy fuertes lo jalaban, eran elegantes, de una raza fina, se trataba de los caballos del rey. Eran inconfundibles.
Delante del carruaje rojo y de los caballos blancos, había ocho caballos cuyos jinetes eran soldados. Asimismo, había otros ocho en la parte de atrás del coche. Los diesiseís soldados eran los encargados de la seguridad de los pasajeros.