El secreto de la princesa -parte uno-

Parte dos: el vuelo

La paloma olvidó al gusano y emprendió el vuelo desde el árbol. Sobrevoló por encima del carruaje rojo, acercándose al chofer, que manetenía el control de los caballos y estaba sumamente concentrado en mirar al frente. Era un hombre mayor con uniforme de cochero, era delgado y usaba un sombrero de color negro de copa alta.

La paloma voló hasta la ventanilla del carruaje. Tenía ventanas grandes y el aire podía entrar libremente; sin embargo, estaban cubiertas por unas cortinas doradas y no se podía ver al interior. Por ese motivo la pequeña paloma no podía ver los pasajeros, pero sí pudo ver al chofer que manejaba el coche y decidió acercarse a él. Este, al caer en cuenta de la presencia de la pequeña paloma comenzó a gritar:

―¡Úchala! ¡Fuera de aquí, pajarraco!

El chofer descuidó las cuerdas de los caballos y estos comenzaron a ir más lentos. La voz de una mujer mayor se escuchó en el interior del carruaje y luego sacó su cabeza por la ventanilla derecha.

―Abell, ¿qué sucede acá afuera? ¿Por qué esas palabras y por qué va más lento el carruaje? ―preguntó la mujer.

―No es nada, madame Gloriett ―respondió el hombre―, solo una paloma pícara que me está distrayendo.

―Pues no se distraiga, Abell, y apresure los caballos, necesitamos llegar pronto. Si quiere derribe a ese pájaro con su espada, así deja de molestarlo y usted no se distrae ―dijo la mujer y se internó en el carruaje.

―Está bien, como usted ordene, madame Gloriett ―contestó Abell.

Ya era un hombre mayor, así como la mujer que se había asomado por la ventanilla. También tenía canas debajo de su sombrero oscuro y algunas arrugas surcaban su rostro. Era el chofer oficial de las personas que iban dentro del carruaje.

―Espere, Abell, ¿dijo usted una paloma? ―se escuchó en el interior del carruaje una voz muy dulce y melodiosa, tal vez más dulce y melodiosa que el canto de los pájaros. Era la voz de una mujer también, pero no era la mujer anterior. Esta era una voz muy joven, muy bella, de una mujer hermosa, gentil y bondadosa. Era sin duda la voz de una princesa.

Era nada más y nada menos que Gisselle Madrid, la princesa de Valle Real.

―Así es princesa. Es una paloma, una blanca y muy bonita ―comentó Abell.

―Entonces pare el carruaje por favor, rápido, es muy importante ―ordenó la joven con su voz suave.

―Pero princesa, no deberíamos parar, estamos ya cerca del reino ―dijo el chofer en tono preocupado.

―Abell, no le estoy preguntando nada, solo deténgase por favor. Es sumamente importante.

El cochero comprendió que era un deseo y una orden al mismo tiempo, así que, en pocos segundos, después de algunos “¡oh! oh!, caballitos, ¡párense ya!”, los caballos se destuvieron y por consiguiente el coche también. Los escoltas de la princesa hicieron lo mismo. No sabían qué pasaba, pero era su obligación detenerse al ver que el choche real lo hacía. Debían proteger a la princesa con su propia vida. Esperaron en silencio a ver qué ocurría.




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