El secreto de la princesa -parte uno-

Parte cuatro: Encuentro

Gisselle descubrió su belleza solamente a la blanca palomita que sobrevolaba afuera del carruaje, dando aletazos para poder mantenerse en el aire. La doncella observó alrededor y entonces miró la palomita, casi volando en su nariz. Sonrió con delicadeza.

―¡Pequeña Dénis!, qué haces aquí tan solita, ven a mis manos ―le dijo con su voz dulce y unió sus manos como si fueran un cuenco.

El ave se dirigió a la princesa y aterrizó en sus manos. Gisselle la apretó delicadamente y se introdujo en el carruaje.

―Pero hija, qué haces ―gritó alarmada la nana Gloriett―, ese animal puede tener corucos, déjalo, que se vaya a volar ―luego pareció reflexionar―. Aunque se mira buena para un caldito, saldría poquito, pero una probadita estaría bien. Ya te entiendo, hija ―comentó tocándose la barbilla―, la quieres para comértela, bien pensado ―opinó Gloriett como un descubrimiento, pero Gisselle solo sonrió.

―¡Ay nana!, qué ocurrencia la tuya, cómo crees que me la voy a comer. Además, cómo puedes pensar que tenga alguno de esos bichos, mírala, se ve tan tierna y bonita ―dijo la princesa mientras acariciaba la cabeza de la pequeña pícara.

―Bueno, si tú quieres llevártela está bien, pero nomás te aviso que a lo mejor tiene corucos ―comentó la nana en tono de advertencia, un poco molesta porque su niña no le había hecho caso. Enseguida añadió en voz alta―: ¡Abell! ¡Vámonos! El capricho de la niña ya se cumplió, destape esos ojos y arranque… ¡Ah!, y vaya alistando la trompeta ―concluyó la vieja Gloriett evitando ver a la princesa, haciéndose la ofendida porque su niña no había tomado en cuenta su comentario.

Por su parte, Gisselle sonreía al ver la expresión indignada de su nana y jugaba con la pequeña paloma que seguía en sus manos.

Abell abrió los ojos y con algunas palabras de ánimo echó a andar los caballos. Muy pronto llegarían al reino. Cuando el carruaje rojo se puso en marcha también lo hicieron los diecisésis soldados que lo custodiaban.

 Sin embargo, cuando nadie se dio cuenta y mientras la princesa mostró su belleza por la ventanilla del carruaje, alguien que se escondía entre los arbustos y estaba cerca de Valle Real, la miró.

Sus ojos habían visto al ser más precioso sobre la faz de la tierra. El tiempo se había detenido y su mente había sido transtornada. Se había quedado atónito después de haber visto semejante representación de la belleza femenina. Cuando la princesa se fue en el carruaje, aquella persona dijo en voz alta:

―¡Qué hermosa es la princesa de Valle Real! ¡Es un ángel! ―y un gran suspiro escapó de su pecho.




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