El secreto de la princesa -parte uno-

Capítulo 2: El palacio real

Parte uno: El rey

Detrás de un escritorio, un hombre leía un libro. Su piel era blanca, pero estaba algo transformada por el paso del tiempo. Aparentaba algunos cuarenta años, por lo cual no tenía muchas arrugas en su rostro, ya que no tenía la costumbre de enojarse ni de reírse mucho. No porque fuera un hombre amargado, sino porque había un pasaje triste en su vida que seguido venía a su memoria y ello provocaba que tuviera un semblante circunspecto y callado. Sin embargo, en su mirada había determinación y autoridad. Muy necesaria para el puesto que ocupaba, pues era el rey de Valle Real .

Estaba sentado detrás de su escritorio, ataviado con ropa elegante de terciopelo. Vestía una camisa almidonada y su capa era azul ultramarina por fuera y roja por dentro. En su cabeza estaba la corona de oro con el zafiro al centro y un rubí a la derecha y el otro a la izquierda. Las paredes del salón eran altas y tapizadas con diseños reales, como garzas, leones y espadas. Algunos diseños eran de oro y otros de plata. Era un estilo decorativo que podía apreciarse en todas las salas del palacio.

Las ventanas eran amplias con cortinas blancas, estaban recorridas hacia los marcos, así que la luz entraba sin cuidado y en el lugar había bastante claridad.

Mientras hojeaba el libro, el hombre alzó la mano donde se apreciaron algunos anillos: eran dos, uno de oro y otro de plata. El primero era símbolo de su reinado y el segundo de su matrimonio. Su mano subió hasta la cabellera pintada por diversas canas. Pasó cerca de la corona y sus dedos rascaron unos segundos, pues había sentido algo de comezón, tal vez un piojo o o mero puntullismo. No se supo nunca porque llamaron a la puerta en ese momento y el hombre desistió rascarse.

―Adelante, Paulette; pase, está abierto ―se escuchó la voz grave del hombre. La puerta se abrió y entró una mujer joven, que no psaba de los veinticinco años. Usaba una falda larga de diversos colores y una blusa blanca; en su oreja traía una rosa blanca. Tenía la piel morena clara y un rostro bonito. Usaba una trenza que le llegaba a la cintura; se veía sencilla y humilde, pero guardaba secretos que nadie imaginaría. Paulette a veces se comportaba de un modo muy extraño. Todos lo notaban en el palacio, menos el rey, quien le tenía mucha confianza.

―Majestad ―dijo Paulette su voz servicial―, usted ordenó que cuando la princesa estuviera llegando le avisara. El carruaje real viene ya en la entrada del reino.

 ―Excelente, Paulette ―dijo el rey con entusiasmo y dejando de ver el libro―, puede retirarse, muchas gracias.

El hombre sonrió ligeramente. Al fin, después de tanto tiempo, su hija llegaba. Al fin la podría ver de nuevo, pues la había extrañado mucho.




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