El secreto de la princesa -parte uno-

Parte cinco: Dénis

Al entrar a la recámara, Gloriett fue a preparar la ducha para su niña y ella hizo algo más. Miraó fijamente al ave y le habló en voz baja.

―¿Estás lista, pequeña Dénis? ¿Lista para ser de nuevo mi cómplice en esto tan bello? Sabía que en cuanto yo llegara tú aparecerías, ¡Oh, eres demasiado inteligente! Haré algo para él, se lo llevarás muy temprano ¿qué te parece? ―lo que decía la princesa tal vez era confuso, pero la paloma de alguna manera la entendía muy bien.

 La princesa cogió un lápiz y un papel para escribir una nota. Se sentó en una silla de madera detrás de la mesita que estaba junto a los ventanales que daban al balcón. Como estabas cerrados, a través del cristal opaco, se podía observar el panorama nocturno del reino.

Había una gran variedad de luces. Afuera se oía el canto de los grillos en la oscuridad. Seguramente estaban muy cerca del jardín, entre las flores y las plantas verdes. En manos de la princesa estaba una hermosa cadena dorada, que ella abrazó con mucha emoción. Sentía que abrazaba a alguien más. Miró la hoja y luego a la paloma.

―Tendrás que llevar esta nota mañana muy temprano, en cuanto amanezca. Él debe recibir este mensaje antes de que yo llegue, ¿de acuerdo mi pequeña misionera? ―dijo la princesa y Dénis la miró con sus ojitos negros y redondos, ofreciéndole un sí sin equivocación. Gisselle sonrío y comenzó a escribir sobre el papel:

 Ha sido difícil esperar hasta este momento, pero al final ha llegado para los dos. No hay mucho que decir, todo lo haré cuando estemos juntos y pueda ver tus ojos y oir tu voz. Te espero en nuestro lugar secreto a donde volaré contenta y feliz. Por siempre tuya, Colibrí.

Enrolló la nota y la amarró a la pata de Dénis y le repitió que sería temprano cuando debía llevar el mensaje.

―Hija, tu ducha está lista, ya puedes bañar… ―dijo Gloriett cuando Gisselle amarraba en la pata de Dénis el mensaje―. ¿Qué haces? ¿Por qué le agarras la pata a la paloma? ―preguntó la nana metichona.

―No es nada nana, solo jugaba con ella ―contestó la princesa y en voz baja se dirigió a Dénis―: échate, que no te vea el mensaje.

Dénis se echó en la mesita. Gisselle entró muy despreocupada al cuarto de baño y Gloriette, llena de curiosidad, se acercó a Dénis.

―A ver pajarito, veamos qué escondes ―dijo la nana tratando de levantar a Dénis, pero la paloma le dio un picotazo en la mano.

―¡Oushh, paloma grosera! ―refunfuñó Gloriett, molesta al darse cuenta que no iba a poder obtener nada de Dénis.

Se alejó y fue a la puerta del baño; habló de modo que Gisselle la escuchara.

―Hija, cuando termines de bañarte bajas para la cena como indicó tu padre…

―Está bien nana, así lo haré, no te preocupes ―fue la respuesta de la princesa y Gloriett salió de la alcoba echándole una mirada furiosa a Dénis, pero esta la ignoró.

El cuarto de baño era un recinto muy lujoso. Había un espejo gigante donde la princesa se miró por un momento. Era un espejo enorme, con marcos de caoba donde se apreciaban figuras de animales salvajes y árboles. La doncella veía su bello reflejo en aquel cristal y lo hacía con modestia, pues no era vanidosa, sin embargo no ignoraba que era hermosa. Los materiales, como la tina de baño, el lavabo y el piso, eran de mármol, traídos de Jordan, uno de los reinos más grandes e importantes.

Gisselle observó detrás del espejo la tina que contenía el agua cálida con la que se bañaría. Estaba sobre el piso, debajo de una ventana pequeña, muy pegada al techo. Por ahí se filtraba un poco de luz de luna. El piso estaba recubierto por una loseta de mármol. Del lado opuesto a la tina se encontraba una ventana más grande. A través de ella se podía ver el jardín vetusto. Pegado a la ventana subía el tronco de un castaño y sus gruesas ramas.

Muchas veces Gisselle salía por esa ventana. Se trepaba a una de las ramas del castaño y de ese modo se evitaba la molestia de bajar a la sala para poder ir al jardín. Recordó esas aventruas con un suspiro, pues varias veces había escapado por esa ventana para ir a ver a Guepp.

Luego se desvistió y caminó sobre el mármol helado. Entró a la tina y enseguida sus pies tocaron el agua cálida. Se introdujo por completo y comenzó a lavar su cuerpo. Y mientras se tallaba con un suave estropajo rosado, pensaba en alguien.

―Mañana mismo estaré contigo, después de todo este tiempo, ¡Guepp! ―decía la princesa con los ojos cerrados y durante toda la ducha solo pensó en él.




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