Parte uno: El virrey y la virreina
Los alrededores de Valle Real eran hermosos. Además del palacio también había otros lugares de mucha fama, como la mansión del virrey Leopoldo Villaseñor, al que todos llamaban Leo. Era el virrey porque tenía la misma autoridad de Albert en el reino, sin embargo, quien tomaba la última decisión siempre era Albert. Leopoldo era un hombre de carácter fuerte y nadie se atrevía a contradecirlo. En su casa él mandaba y sus órdenes se obedecían al pie de la letra.
Era socio y amigo del rey y entre los dos manejaban la política en Valle Real, asimismo la economía y la seguridad. Hasta el momento habían entregado muy buenos resultados y la población vivía contenta.
En la mansión Villaseñor acostumbraban a cenar juntos, pero como siempre, solo faltaba un integrante, el cual no llegaba.
―Señor, sirvo la cena ahora mismo ―preguntó Grettel, la sirvienta. Era una mujer adulta de rostro duro, pero mantenía ciertos rasgos de belleza en él. Físicamente permanecía atractiva y cuidaba mucho no envejecer tan rápido. Era de esas señoras que se aplicaba mascarillas de aguacate y baba de nopal en el cutis durante las noches.
―Todavía no, Grettel. El joven Carlo aún no llega, debemos esperar ―dijo una mujer, la madre del joven citado. Se llamaba Adolfina. Era inteligente, pero la cegaba el amor de madre. También era ambiciosa y seguía las órdenes que su esposo Leopoldo le daba. A veces cometía errores pero no se daba cuenta y cuando trataba de enmendarlos, ya era tarde.
―¡Claro que no! ―dijo enérgico Leopoldo―. No esperaremos a nadie. Si Carlo no está aquí a la hora de la cena, es su problema. Sirva la cena, Grettel, que el joven cene solo ―concluyó cortante el hombre.
―Pero, Leo, es tu hijo, debemos esperarlo ―defendió Adolfina a su pequeño impuntual.
―No me retes mujer, dije que no esperaremos a Carlo y así será. Sirva por favor, Grettel―dijo tajante el virrey.
―Por eso digo, que no lo esperemos, que cene solo, ¿verdad Leo? ―dijo Adolfina condescendiente, tratando de no contradecir a su marido. Él le echó una mirada de incomodidad.
Después de servir la cena, la sirvienta Grettel se retiró. “Como siempre, lo mismo”, pensó rumbo a la cocina.
Durante la ausencia de Grettel, marido y mujer empezaron a charlar.