Grettel llegó a su casa. No era muy grande y sí muy pequeña, lo cual ella detestaba sobremanera. Después de que el chofer se fue, ella entró a la casa y encendió algunas lámparas.
―¡Hija! ¿Ya llegaste? ―gritó la mujer pero nadie contestó. Entonces fue a la recámara―. No lo puedo creer, esta escuincla ¿quién se cree que es? Piensa acaso que seguiré tolerando que llegue tan tarde, ya verá…―decía cuando escuchó la puerta de entrada se abrió y fue hacia allá.
―¿Me puedes decir dónde diablos estabas tan tarde, Zuleica? ―reclamó Grettel fuera de sí.
―Ay, mamá por favor. No seas exagerada, no es tan tarde, apenas son las diez ―dijo la joven en tono arrogante y al mismo tiempo se sentó en una silla, pues parecía cansada.
Zuleica usaba un vestido elegante y traía en sus manos un ave de rapiña, con el que ya tenía varios meses. Lo había encontrado mal herido y decidió salvarlo para convertirlo en su mascota, ahora la acompañaba a todos lados. Entre ellos existía una conexión misteriosa. Ella lo llamaba Peregrino, pues era un halcón.
Aquel pájaro era muy inteligente, tanto como Dénis, el ave de Gisselle, solo que Peregrino tenía otra forma, otro color y además podía volar mucho más rápido que la pequeña paloma blanca.
Zuleica era una joven muy hermosa, sumamente bella. Tal vez por eso a Grettel le molestaba que estuviera tan tarde fuera de casa. La joven tenía un perfil divino. Su belleza resaltaba con aquel vestido elegante. Sin duda debía ser una de las chicas más hermosa del reino. Era difícil decidir si era más bella ella o la princesa. Ambas poseían una hermosura inigualable. Por ese motivo a Zuleica era muy conocida en el reino. A donde iba llamaba la atención, no había persona que no volteara a verla. Era como una lumbrera que brillaba por su hermosura.
Pero esa no era la única razón por la cual la distinguían, sino que además de ser bellísima, Zuleica era un chica muy inteligente y ambiciosa. También era orgullosa y vanidosa. Aprovechaba su belleza para manipular a los hombres a su antojo, ninguno era capaz de negarle nada, al contrario, todos estaban enamorados de ella. Tenía un carácter fuerte, tal vez lo había heredado de Grettel, su madre. Si alguien intentaba burlarse de ella, lo pagaba muy caro. Por esa razón podía estar fuera de casa hasta la hora que quisiera, pues muchos le tenían miedo y admiración al mismo tiempo. Nadie se atrevía a meterse con ella.
―No importa la hora que sea, quiero saber dónde estabas, eso es todo ―repuso Grettel con enfado.
―Ahh, pues vengo de la casa de Karla. Hoy fue su cumpleaños y me invitó. Ya se te había olvidado, ¿verdad?
Grettel reflexionó un poco. Consideró que se había portado bastante agresiva.
―Es verdad, discúlpame, solo que ya sabes que no me gusta que andes fuera por mucho tiempo. Ya deja ese pájaro, mételo en la jaula, sabes que no me gusta que lo cargues en las manos.
―Mamá, deberías tratar más a Peregrino, de verdad es muy inteligente. Un día podríamos salir de campo para que convivas con él. Pero cuándo será eso, tú te la pasas metida en esa mansión. Nunca te das tiempo para salir juntas.
―Sí ―recalcó la mujer―, trabajo para que puedas comer y vestir. Si no fuera por mí, no tendríamos nada que ponernos ni que comer. Tú no haces más que ir a esa escuela de costura. Imagino que ya sabes bordar, ¿no?
―Pues no te imagines tanto. No es tan fácil como crees―decía mientras pensó: “si supieras que nunca he ido a esa escuela”.
―Como sea, es tarde, debemos ir a dormir, mañana empieza un nuevo día ―comentó encaminándose a su cuarto. Estaba por entrar cuando oyó a su hija hablar.
―Sí mamá, hasta mañana, que duermas bien. Oye, ¿harás algo el día de mañana? ―preguntó la muchacha.
―Pues tengo pensado ir a la iglesia por la mañana, deberías ir conmigo ―contestó la madre desde la puerta.
La joven permaneció pensativa y después de unos segundos se puso de pie y fue a donde estaba Grettel.
―Mamá, por favor, sabes que no me gusta ir a la iglesia, creo que es solo pérdida de tiempo ―dijo con arrogancia.
―Para mí también es pérdida de tiempo, Zuleica, pero recuerda que debemos guardar las apariencias, ya sabes cómo son en el reino.
―En realidad a quien le preocupa el qué dirán es a ti, mamá. Aunque a mí, sinceramente, no me gusta que me señalen como la hija de una sirvienta, todos saben en qué trabajas y eso es molesto.