El secreto de la princesa -parte uno-

Parte dos: Confesión

­―No hay duda señor, la señora y su hija son idénticas ―comentó Gloriett mientras observaba el cuadro de Christie.

―Sí, Gloriett, ¿acaso no era una mujer hermosa? ―comentó el rey un poco triste mientras que la nana bajaba las escaleras poco a poco sin dejar de observar el cuadro. Albert también comenzó a bajar.

―¿Por qué casi no le gusta hablar de ella, si usted la amaba tanto? ―preguntó la mujer.

Un silencio profundo se reflejó en el rostro del rey. Su mirada volteó una vez mas hacia el cuadro. Un suspiro escapó de su pecho.

―Ven ―invitó el rey y ambos caminaron hasta la sala principal sin decir palabra. El rey se sentó y Gloriett también. Escuchó atenta.

―Es difícil ―dijo Albert―, pues con nadie he hablado antes de esto, pero tú tienes tanto tiempo conmigo, es justo que sepas ―habló serio, pero con mucho sentimiento―. Yo amé tanto a Christie. Ella fue mi todo, mi vida dependía de ella, pero Dios decidió llevársela cuando nació Gisselle ―dijo Albert con una gran tristeza que se reflejaba en su voz y mientras le contaba las cosas a Gloriett los recuerdos venían a la mente.

 

―¡Te amo Albert, te amo! ―gritó Christie. Era una mujer realmente bella, con un carisma envidiable y una actitud alegre.

Una mañana llegué temprano, me dijeron que la señora se había sentido mal. Yo no era el Rey de Valle Real en ese moento y vivíamos en la casa de mi padre. Llegué tan rápido como pude y la miré recostada en la cama.

―¿Qué sucede, amor? ―le pregunté. Su mirada se levantó y me sonrió, pero su sonrisa no era normal, había algo más en ella. Brillaba más que nunca.

―¿Qué crees, Jhon? ―me dijo mi otro nombre, pues a ella siempre le gustó. En su voz había una felicidad inmensa y su rostro estaba muy emocionado―. Al fin, Dios nos escuchó, ¡vamos a ser padres! ¿Lo puedes creer? ―me dijo tan contenta y yo salté de la alegría. La abracé con fuerza y la levanté en mis brazos.

―¡Te amo Christie! ¡Te amo! ―yo era el hombre más feliz de la tierra.

 

―Desde aquel día siempre estuve con ella, disfrutándola y también a mi pequeña, la que crecía en su vientre. Ellas eran el más preciado de mis tesoros. Mas cuando Gisselle nació Christie no soportó. Recuerdo que ese día llovía, llovía muy fuerte y cuando llegué a casa ya era demasiado tarde.

 

―¿Qué pasó, ya nació mi hijo?, ¿Cómo está? ¿Cómo están los dos? ―le pregunté emocionado a Úrsula, la hermana de Christie, que era quien la había atendido. Úrsula bajó la mirada de ante mí y la tristeza la embargó, no soportó más y rompió en llanto.

―¡Jhon, mi hermana, mi hermanita! ―me dijo desesperada, algo había sucedido. La tomé del brazo y gritándole le exigí que me dijera lo que había pasado. La idea vino a mi mente como una ráfaga, pero no lo podía aceptar, con mi cabeza empecé a negar lo que imaginaba.

―¡Christie! ¡Christie! ¡Nooooo! ―grité desesperado, pero solo llegué adonde estaba su cuerpo.

Ya era tarde.

Ahí estaba el amor de mi vida, sobre la cama, con sus ojos cerrados, sin respirar. Me invadió una profunda tristeza y me quise morir.

 

―No siga, señor, le podría hacer mal ―comentó Gloriett.

―Estoy bien, no te apures ―repuso el rey―. Comprendí entonces que mi vida no tendría sentido sin ella. En ese momento no supe qué hacer, lloré sobre su cuerpo y juré que no habría otra mujer en mi vida, pero de pronto vino a mi mente el bebé.

 

―¿Qué fue, niña o niño? ―pregunté ya sin ánimos.

Úrsula muy dolida me contestó:

 

―Fue una preciosa niña, y está muy fuerte y muy sana ―me respondió.

Pronto fui y la vi, era la niña más hermosa que había visto antes. Era el producto del gran amor entre Christie y yo. Quise saber lo que había pasado.

―Todo iba bien, Christie estaba perfecta ―me explicó Úrsula―, pero de pronto ya no pudo más, me decía que se sentía agotada. Hellen y yo la estábamos apoyando, pero ella no soportó ―y tragó saliva―. Me dijo que te dijera que eras el amor de su vida y que en tus manos dejaba el tesoro más bello que había tenido. Luego pidió ver a la niña y una vez que lo hizo, cerró sus ojos para siempre ―después Úrsula volvió a romper el llanto.




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