El secreto de la princesa -parte uno-

Parte tres: El secreto de los Villaseñor Fuentes

La mañana también se hizo notable en la mansión de los Villaseñor. La familia se había levantado temprano y ahora mismo estaban desayunando. Aunque no estaban todos los miembros.

―¿Y el joven no va a bajar para desayunar, Clara? ―preguntó Adolfina cuando la sirvienta servía el desayuno a Leopoldo.

―Pues en la mañana llamé a la puerta del joven, pero creo que estaba demasiado dormido porque ni siquiera me contestó ―respondió la muchacha en tono sumiso.

―¡Es el colmo mujer! ―dijo el virrey  molesto y arrojó el cubierto a la mesa―. Si  Carlo no quiere bajar a comer es su problema, deja que aprenda a ser un hombrecito, no lo conscientas tanto ―y miró furibundo a su esposa.

―No te enojes, viejo ―respondió Adolfa sin dejar de sonreír―. Te pueden salir arrugas en la cara, bueno, más todavía jijiji ―rio ella y Leopoldo arrugó la frente ―. Acuérdate que hoy tienes que ir con Albert, debes estar sereno para que hables claro con él y le digas lo que tenemos planeado. ¿Te gustaría que te acompañara? ―preguntó la mujer, pero Leopoldo comenzó a burlarse.

―¿Acaso estás loca o qué? ¿Cómo se te ocurre ir conmigo? Es una reunión de hombres, solo me harías estorbo ―contestó displiciente.

Cualquier mujer estaría harta de aquella actitud repugnante, pero Adolfina lo quería a pesar de todo y no le importaba que la tratara mal, sabía que él la quería, o por lo menos eso pensaba.

―Bueno, está bien, no voy; pero no hay necesidad de que me digas esas barbaridades. Cada vez que lo haces te arrugas más; no vas a querer hacerte viejo antes de tiempo, verdad... cosita... cosita ―dijo la mujer y estiró la mano para tocar la barilal del hombre, pero este la repelió.

―Déjate de ridiculeces, quieres. Hasta me quitaste el hambre con tus boberías.

―¡Caramba contigo, Leopoldo! Hoy amaneciste con un humor que ni quien te aguante. Sabes qué, a mí también se me quitó el hambre. ¡Clara!... ¡Clara! ―gritó Adolfina furiosa. Era una linda palomita, pero cuando se enojaba, explotaba como una bomba.

―Sí señora, dígame ―contestó la muchacha.

―Recoja la mesa, ni el señor ni yo estamos de humor para desayunar ―dijo con voz destemplada. También tenía su carácter y le gustaba que le pusieran atención.

Clara pronto recogió todo y se marchó en un dos por tres.

―Y solo por eso te enojas, porque me preocupo por él, tú también deberías hacer lo mismo Leopoldo, es tu hijo ―dijo Adolfina tratando de serenarse.

―¿Perdón? Pero sabes perfectamente que no es mi hijo, es hijo de él, por eso no lo soporto.

―Otra vez con lo mismo. Él ya se murió, es solo parte del pasado. Además sabes bien que de Carlo depende nuestro futuro. ¿No te ha servido el tiempo para quererlo como un hijo? ―expresó Adolfina con desesperación.

Al parecer había un pasado secreto entre ellos que nadie sabía, todo el pueblo los imaginaba como la pareja perfecta en Valle Real, pero al parecer la verdad era otra. Nadie imaginaría que Carlo no era hijo de Leopoldo.

―¿Tú qué crees? Solo recordar que es hijo del hombre que más odié me hace enfurecer más ―dijo el virrey viendo clavando sus ojos en los de su esposa.

―Pero esta fue tu idea.  Me dijiste que un día seríamos ricos. Si aceptaba tu plan, ese niño nos ayudaría a tener poder y dinero. Por eso acepté. No puedes ahora echarte para atrás, amor. Este fue un plan tuyo y tenemos que continuarlo. Ya estamos muy cerca de lograrlo.

―Pero no me gusta que lo protejas tanto, no soporto verlo feliz, entiende.

―Pues a pesar de ti, yo sí lo quiero, Leo. Lo he criado como mi hijo, después de todo es mi sobrino, lleva mi sangre. Mi hermana fue una tonta al dármelo.

Clara estaba detrás de la puerta escuchando con suma atención. Era muy mala para muchas cosas, pero al parecer para el chisme nadie le ganaba.

―Ira pues, de lo que se entera una, qué cosas ―decía la muy chismosa. Sin embargo no se iba del lugar, quería saber más y más―. Que raro, siempre me he puesto a escuchar atrás de la puerta y hasta ahora hablan algo interesante ―seguía muy pendiente detrás de la puerta de la cocina.

―A mí no me importa tu hermana, sabía que su hijo algún día nos podría pagar todo lo que hemos hecho por él. Pero ya no hay tiempo que perder, hoy mismo iré al palacio, hablaré con Alert y también con la muchacha, para que se entere de una vez. ¿Te has preguntado alguna vez qué tan hermosa es?




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