El secreto de la princesa -parte uno-

Parte cinco: Las víboras

Grettel despertó más temprano que de costumbre.

―Se me va hacer tarde para ir a la iglesia, veré si Zuleica ya está despierta ―dijo y fue al cuarto de la muchacha. Llamó a la puerta una y otra vez, pero nadie abrió. Golpeó más fuerte pero fue inútil, entonces decidió abrirla por sí misma, pero tenía seguro.

―¡Zuleica! ¡Levántate! Ya es tarde ―gritó, pero no hubo respuesta del otro lado. Entonces tiró la puerta de una patada voladora.

¡Zaz!, fue lo que se oyó y la puerta cayó al suelo.

―¿Qué te pasa, mamá? ¿Estás loca? ―gritó malhumorada Zuleica sentándose sobre la cama.

―Déjate de tonterías ―dijo Grettel entrando―, ya es muy tarde como para que estés acostada. Además, yo siempre pago al carpintero y al cerrajero para que arreglen la puerta, así que no te quejes. Necesito que me disculpes por lo que pasó anoche, no fue mi intención, de verdad. Estoy muy arrepentida ¿me perdonas? Por favor hija, necesito que lo hagas ―dijo la madre mostrando una cara de lástima.

―Ay, mamá, que ridícula te ves. Pero en fin, ya sabes que entre serpientes venenosas no nos podemos morder, claro que te perdono ruca, ups... digo, mamá, ajajá. ―dijo con sorna.

―Oye, qué estás tratando de decir con eso de serpientes, ¿que soy una víbora? ―comentó Grettel indignada.

―Mamá, no te hagas, si eres perversa ―comentó Zuleica con un brillo malévolo en los ojos.

―Óyeme, no me hables así tampoco, soy tu madre. Aunque debo aceptar que te pareces mucho a mí ―dijo mientras pensaba: “eso es tal vez porque eres mi sobrina, y en tus venas también corre mi sangre”.

―Pues bien lo dices, eres mi madre, es lógico que me parezca a ti, ¿no crees? Por cierto, me habías prometido que me contarías de mi papá, yo casi no lo recuerdo. Murió cuando tenía siete años ―dijo Zuleica.

―De eso hablaremos después, y si quieres que así sea, debes acompañarme a la iglesia. Y alístate rápido, ya va a empezar la misa.

―No es justo, mamá, te había dicho que no quería ir, por qué me haces esto.

―Déjate de berrinches, niña, y apresúrate ―concluyó la mujer y se fue del cuarto para que Zuleica se alistara.

―Deja de decirme niña, quieres; ya estoy demasiado grandecita ―gritó calculando que Grettel oyera; luego habló para sí misma―: Ojalá que vaya Karla.

Unos minutos después Grettel gritó desde la sala:

―¡Como tardas Zuleica! Apresúrate o llegaremos tarde ―luego habló consigo misma―. ¿Qué le voy a decir de su padre? Debo pensar bien, a ver qué cosas le invento. Qué le inventaré sobre su muerte. Por nada del mundo debe saber que yo lo maté. En fin, ya se me ocurrirá algo, por ahora debo tenerla de mi lado, así se podrá casar con Carlo y yo terminaré siendo la esposa del virrey  ―se rio en un tono burlesco―. Así será ―dijo segura.

Un rato después madre e hija salieron de la casa. Zuleica había dejado a Peregrino en su jaula, con algo de comida para que no sufriera hambre.

EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO...

La princesa continuó caminando. A su alrededor había muchos árboles y flores. Más allá escuchaba el sonido del agua que bajaba de la cascada. También adornaban el lugar los hermosos cantos de los pájaros. Era un paraíso y cuando se encontrara con su amado sería un mundo mágico.

Los pasos acortaron la distancia y el sonido de la cascada fue aumentando. Gisselle sonreía plácidamente. La espera estaba a punto de terminar y había valido la pena. El corazón latía más a cada segundo. Y ella podía sentirlo, no solo el suyo, sino también el de él. Lo miró...

 




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