El secreto de la princesa -parte uno-

CAPÍTULO 5: REENCUENTRO

Parte uno: Felicidad

La princesa se acercaba a la muralla y charlaba con Emperador.

―Mira bonito, te das cuenta, otra vez juntos. Ya son más de seis meses que no lo veo, lo he extrañado tanto. Gracias por llevarme con él. Sabes, tú eres mi mejor amigo, nadie más sabe esto, bueno, ahora Paulette también lo sabe, espero y no vaya a decir nada. No lo creo, parece ser de confianza ―dijo tranquila. Luego miró el muro que se acercaba―. ¿Por qué mi papá se empeña en cerrarme el paso? Otra vez este muro, aunque no es impedimento para verte, Guepp ―y Gisselle se apeó del caballo.

Caminó delante y jaló de las bridas a Emperador. Después de unos minutos llegaron a una parte del muro que tenía un hueco, pero cubierto con ramas que impedían notar esa salida. Atravesaron cautelosamente, para no dejar al descubierto el pasadizo secreto.

Estando del otro lado, Gisselle habló con su caballo.

―Viste que fácil fue pasar, Emperador; hasta tú pudiste salir. Ahora vamos, él ya debe de esperarnos. Pero antes tengo que hacer algo, sería un error que Guepp me vea así, vestida de princesa, entonces sí lo decepcionaría ―caminó hacia la parte trasera de un árbol y ahí cambió sus ropas y se quitó el sombrero. Luego salió y continuó hablando con Emperador―. Guepp siempre ha creído que soy una chica de campo. ¿Algún día le podré decir que en realidad soy la princesa? Me temo que no. Eso no podrá ser, si lo hago tal vez ya no me quiera, tal vez se decepciones de mí.

El cuadrúpedo la miraba fijamente. Luego relinchó, dándole ánimos a la muchacha.

―Tienes razón, Emperador, debo esperar. Mi padre nunca aceptaría esta relación. Él se opondría definitivamente. No es justo, por qué no puedo estar con Guepp. A mí no me importa que él sea pobre, eso es lo de menos. En él he encontrado lo que en nadie más: el verdadero amor.

La princesa continuó caminando. A su alrededor había muchos árboles y flores. Más allá escuchaba el sonido del agua que bajaba de la cascada. También adornaban el lugar los hermosos cantos de los pájaros. Era un paraíso y cuando se encontrara con su amado sería un mundo mágico.

Los pasos acortaron la distancia y el sonido de la cascada fue aumentando. Gisselle sonreía plácidamente. La espera estaba a punto de terminar y había valido la pena. El corazón latía más a cada segundo. Y ella podía sentirlo, no solo el suyo, sino también el de él. Lo miró.

Guepp la esperaba sentado en una piedra a un lado de la cascada. Usaba una camisa a cuadros que le quedaba al talle de su cuerpo, motivo por el cual se veía esbelto y muy atractivo. En las manos de él estaba la pequeña Denis. Gisselle lo veía tan hermoso como siempre. Tenía una mirada hechizante. Sus ojos brillaron al ver a la joven que estaba a escasos metros.

Él la miró y sonrieron uno al otro. Ella soltó la brida de Emperador y él dejó volar a Dénis. Ambos corrieron para encontrarse.

―¡Colibrí! ¡Colibrí! ―gritó efusivamente el joven con una voz fuerte y vigorosa. Sus brillantes ojos decían todo por él.

―¡Guepp! ¡Mi amor! ―dijo ella casi sin aliento.

Se abrazaron con todas las fuerzas del mundo. Y permanecieron así, estrechándose uno al otro, bastante tiempo. Se miraban y se volvían a abrazar. Tanto tiempo separados les había parecido eterno. Se vieron a los ojos. En ellos popodían ver la felicidad que ambos sentían.

­―¡No lo puedo creer! Dime que no estoy soñando, que esto es real ―dijo ella con el rostro contentísimo.

―¡Claro que no estás soñando, preciosa! ¡Todo es real, todo! ―le contesto él entusiasmado. Abrazarla era lo mejor que le había pasado en los últimos días.

―Bueno, entonces compruébamelo, ¡bésame! ―pidió la princesa como prueba.

Había extrañado tantos los labios del joven, del hombre que amaba, pues desde la última vez que la besó, había sentido que algo le hacía falta. Ahora quería recordar lo que era volver a vivir.

Él la miró con el amor más profundo, vio cómo ella cerraba los ojos, lo cual él también hizo, pues había escuchado que era de mala educación besar con los ojos abiertos a una mujer.

Los dos enamorados se besaron en medio de la naturaleza, a un lado de la cascada. Los animalitos del bosque los miraban, pero algunos taparon sus ojitos con sus alas. El beso hubiera durado lo que el agua tardaría en recorrer todo el riachuelo, pero después de un momento ella se separó con dulzura.

―A decir verdad, que me hayas besado también podría ser un sueño, aunque debo admitir que me encantaría seguir soñando, pero necesito una prueba más real ―sonrió la joven, mientras el la veía atentamente.




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