El secreto de la princesa -parte uno-

Parte dos: En la iglesia

Valle Real era un reino hermoso. Tenía una plaza llena de flores, de establecimientos y de personas y era el punto de reunión más importante. Estaba en el centro y muy cerca de ahí estaba la iglesia, un recinto antiguo donde las personas buscaban a Dios. Muchos incrédulos también asistían, aunque solo lo hacían por apariencias, como Grettel y Zuleica.

En el interior de la iglesia todos los congregados ―que eran bastantes― escuchaban con atención las palabras del padre Isaías. El cabello rubio y el perfil elegante de la Zuleica atraían muchas miradas. Todos se asombraban por su belleza.

Al finalizar la reunión el sacerdote dio la bendición y poco a poco las personas comenzaron a  salir.

 ―¿Te vas a quedar aquí mamá o vienes? No aguanto estar entre toda esta gente, huelen mal, fuchi ―dijo Zuleica en voz alta.

―Hablaré unas cosas con el padre Isaías, tú adelántate, enseguida voy ―respondió la interpelada.

―Está bien, pero no tardes, ya me quiero ir a la casa ―comentó la muchacha y se fue rumbo a la puerta de salida.

―¡Padre Isaías, padre Isaías!, espere, tengo que hablar con usted ―gritó Grettel intentando llamar la atención del sacerdote. Ella llevaba un reboso que le ocultaba la cara.

―Dime hija, ¿qué sucede? ―respondió amable el hombre, pero al ver que era Grettel, su expresión cambió radicalmente y se mostró molesto―. ¡Tú! Pero ahora qué quieres ―preguntó el padre desconcertado y volteando hacia los lados, cuidando de no ser visto con aquella mujer.

―¡Ay, padre Isaías! Pero, ¿por qué me trata así? ―dijo hipócritamente Grettel.

―Déjate de falsedades y dime qué es lo que quieres ―exigió el padre en voz baja.

―Mira, Isaías, necesito confesarme.

―¿Confesarte otra vez? ―repuso molesto el sacerdote―. No puedo creerlo, con qué cinismo te atreves a entrar a la casa de Dios, después de todo el daño que has hecho ―finalizó el padre en tono de reproche.

―¡Cómo sea!, vamos al confesionario, solo ahí te diré lo que quiero decirte ―dijo ella caminando hacia el recinto mencionado. El hombre no tuvo más remedio que seguirla.

Una vez que el sacerdote se ubicó en su lugar, habló:

―¿Ahora qué es lo que quieres decirme? ―preguntó desesperado y a regañadientes.

―Mira, tú has sido mi único amigo en este lugar. Después de que regresé con la niña en brazos nadie me veía igual, mucho menos después de que perdí todo el dinero en las apuestas. A pesar de que todos mis crímenes te los he dicho en secreto de confesión, me sigo sintiendo muy mal por haber hecho cosas malas. Ya sabes, como haber matado a mi primer marido, al parecer sí me quería, pero pues estorbaba en mis planes ―dijo cínicamente la mujer sin sentir el menor remordimiento.

―Por favor, déjate de rodeos. Bastante tengo con las barbaridades que has cometido. Por desgracia solo me las has dicho en secreto de confesión, si no fuera por eso, ahora mismo estarías en la cárcel.

―Pues sí, pero sé que no dirás nada. Por eso que vengo a contarte algo más ―dijo ella emitiendo una risilla malévola.

―¿Qué? Más te vale que no le hayas hecho daño a alguien, porque si es así, no lo voy a tolerar.

―No te preocupes, Isaías, no le hecho daño a nadie más. Lo que pasa es que soy la otra en un matrimonio.

―¡¿Ahora con esto?! ¡Por favor! ¿Qué clase de mujer eres? ―dijo el padre tratando de no gritar.

―No te exaltes, amigo, puede hacerte daño, ya estás mayor. Mira, si te lo digo es para que lo sepas. Yo sola no puedo con tanta carga. Es muy difícil ser la otra, pero él me ha prometido que muy pronto yo seré su esposa y que mi hija Zuleica se casará con su hijo Carlo ―dijo Grettel con tranquilidad.

―No puede ser, estas diciéndome que ese hombre es…

―Así es Isaías ―interrumpió la mujer―, ese hombre es Leopoldo Villaseñor, el virrey, y cuando mi hija se case con Carlo, yo me casaré con Leo ―dijo muy convencida.

―¡No me digas! ¿Y qué se supone que pasará con Adolfina? ―preguntó el padre mirando fijamente a la mujer.

―Pues no lo sé, padrecito. Pero si se convierte en un estorbo, habrá que eliminarla, ¿no crees? ―se atrevió a decir Grettel sin ningún sentimiento en su voz.

―No sigas hablando de esa forma tan espantosa. Cómo puedes pensar en eliminar a quien se cruce en tu camino como si fuera cualquier cosa. No puedo seguir hablando contigo. Retírate. Hazlo antes de que explote con todas estas barbaridades y te denuncie con el comandante Adell Márquez ―dijo el hombre muy molesto.




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