El secreto de la princesa -parte uno-

Parte tres: ¡Trato hecho!

En el reino ocurrían muchas cosas al mismo tiempo. Clara limpiaba las recámaras, Adolfina tomaba un rico descanso en la terraza de la mansión, las víboras caminaban rumbo a su destartalada casa, Paulette esperaba a su “futura hijastra”, Gloriett preparaba una exquisita comida para que su niña se diera un rechupete de dedos, Karla, Erick y sus padres iban rumbo a casa, asimismo César. Y los dos enamorados disfrutaban montados a caballo por aquellos lugares que más amaban. Mientras todo esto pasaba, en el palacio alguien llamó a la puerta principal.

Una de las muchachas de servicio abrió rápidamente. Era Leopoldo y pidió ver al rey Albert Madrid. La joven sirvienta hizo pasar al virrey a la sala primera del palacio y le dijo que esperara, mientras llamaba a su alteza.

El virrey entró al recinto y miró el retrato de Christie. Hacia esto cuando una voz dijo su nombre.

―¡Leopoldo! Es un verdadero milagro verte por acá ―dijo el rey con sincero entusiasmo. Quería mucho a Leopoldo y más que un amigo, lo consideraba un hermano. Se abrazaron alegremente.

―Milagro sería verte a ti por la mansión, amigo ―dijo con hipocresía Leo; en su cara había una sonrisa, pero no era sincera―. Deja recuerdo, ¿cuándo fue la última vez que te vi por allá? Si mi memoria no me falla fue cuando festejamos a Carlo su cumpleaños número doce ―dijo Leopoldo.

―Tienes razón, ya hace como cinco años. Pero mejor dime qué te trae por aquí, cómo puedo ayudarte ―preguntó sonriente el rey mientras que con la mano le pidió que se sentara en un sillón amplio de la sala. Él hizo lo mismo.

―Verás, amigo ―contestó el virrey sentándose―, para nadie es un secreto que la princesa ya está en el reino. Y vengo exclusivamente a hablar sobre ella.

Albert mostró una inmensa sonrisa.

―Así es, Leo. Mi princesa llegó ayer. ¿Qué es lo que quieres hablar sobre ella?

―Iré al grano. Como sabes, nuestro prestigio es algo muy importante y lo debemos cuidar. Tú eres el rey y hemos convenido en que yo sea el virrey hasta el día que decidas mostrarte ante toda la sociedad. Mi hijo Carlo ya está en edad de casarse y tu hija también. ¿Te has puesto a pensar en qué dirían los cortesanos si nuestros hijos no se casan? Todos esperan que la hija del rey y el hijo del virrey de Valle Real contraigan matrimonio ―dijo el hombre con suma seriedad.

―Bueno ―respondió el rey―, es verdad lo que dices. También he pensado en ese tema, no creas que no ―rio un poco―. Mi hija hasta hoy no ha conocido a ningún muchacho del reino y no me ha comentado que haya conocido en Jordan a alguien con quien quisiera casarse. Quizás ya es tiempo de que conozca al príncipe y lo más lógico es que contraigan matrimonio.

―Veo que pensamos igual, amigo. Entonces que sea un trato: nuestros hijos deben casarse muy pronto ―propuso Leo muy sonriente.

―No tengo duda de que mi hija estará feliz de que yo le encuentre a un partido tan bueno como tu hijo. Se pondrá muy contenta de conocer a un muchacho como él. Tal vez hasta se enamoren el primer día que se conozcan. ¿Cuándo puedes traer a Carlito al palacio? Ya debe ser todo un hombre.

―Sí, lo es. Yo hablaré con él hoy mismo y si tú hablas con la princesa, mañana estaremos aquí para que se conozcan, ¿qué te parece? ―le urgía formalizar el compromiso.

―Hoy hablaré con Gisselle. Y mejor los esperamos aquí pasado mañana, así los recibiremos con un banquete espléndido. Este encuentro hay que celebrarlo como se merece. Se trata de nuestros hijos y de su futuro matrimonio. Así que no se hable más, pasado mañana aquí los esperamos. Mi hija estará feliz de conocer a un chico, sé que tu muchacho es la mejor opción para ella ―dijo el rey embargado por la alegría de pensar en que su hija tal vez muy pronto se casaría.

―No te preocupes, Carlo es un grandioso partido. Es ideal para la princesita, que por cierto, ¿dónde está? ―preguntó curioso el virrey.

―Está dando un paseo por los alrededores del palacio, me insistió tanto en hacerlo que no me pude negar. Extrañaba mucho el campo.

―Bueno, supongo que después se me hará conocerla. Ya me contarás por qué has ocultado su rostro a todos. En fin, tenemos un trato ¿verdad Albert? ―preguntó el virrey para cerrar con la charla, mientras se levantaba y le tendía su mano al rey, quien también se levantó y le estrechó la mano.

―Claro que sí, amigo y futuro consuegro. Nuestros hijos formarán la mejor pareja de todas y serán muy felices ―concluyó Albert contento.

―Sí, claro que serán felices, así como la bella de Christie y tú. Por cierto, la vi en las escaleras. Todos hubiéramos querido tener una mujer tan hermosa como ella ―dijo Leo mientras bajaba la cabeza fingiendo compasión.




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