El secreto de la princesa -parte uno-

Parte cuatro: Más secretos ocultos

En medio de la naturaleza una mujer tenía su mirada fija en el paisaje. Aunque eso era lo último que le importaba. Se montaba en su caballo y luego se bajaba. Caminaba unos minutos con el animal a su lado y después volvía a subirse en él. Estaba aburrida, ya que no tenía nada que hacer, solo recorría el espacio pensativa. Cuando se bajó por enésima vez oyó una voz varonil.

―¿Por qué tan sola, señorita Paulette? ―era uno de los guardias del palacio y un perro negro lo acompañaba. Era alto, cabello negro y piel clara. Usaba el uniforme azul y la gorra la traía desacomodada sobre su cabeza.

―¿Qué se le ofrece, Guiller? ―preguntó la mujer sorprendida y al mismo tiempo amenazante.

El Guiller amarró su perro al tronco de un árbol y miró a la sirvienta.

―No se me ponga altanera, Paulette. Vi que dos bellas mujeres salían solas a recorrer el palacio y no podía permitir que anduvieran sin compañía por estos lugares tan solitarios ―respondió el hombre con una risa llena de picardía.

―Pues mire, Guiller, ha de saber que no necesitamos que nos cuiden. Gracias por sus intenciones, pero puede marcharse junto con su perro ―trató de ser cortés.

―Más despacio, señorita, más despacio. Dígame, ¿dónde está la princesa? Imagínese que el rey llegue a enterarse que su hija salió del palacio y que usted la está ayudando ―dijo en tono de chantaje.

Paulette se puso nerviosa. El hombre se acercó un poco más.

―Cuidado con las amenzas, Guiller. En una versión entre usted y yo a quién le creerían más.

El hombre se detuvo y pensó las palabras.

―Definitivamente a usted, para qué vamos a negarlo. Se ve que muy pronto habrá una reina en el palacio y la princesa tendrá una madrastra. ¿No es así?

Paulette comprendió todo. Rio sin ganas. Se sentía descubierta.

―Por lo visto escuchó más de lo que debía. Me tiene en sus manos, ¿qué quiere? ―dijo mirando con frialdad al hombre.

―¡Vaya, vaya! Creo que ya nos estamos entendiendo, señorita. Pero dejémonos de formalidades y háblame de tú, ¿qué te parece? ―concluyó el hombre tomando un palillo en la mano y masticándolo. Se acercó más a la mujer.

―Está bien, pero… ―dijo Paulette disimulando cordialidad, pero en realidad estaba comenzando a encolerizarse―… aún no me dices lo que quieres.

El Guiller la rodeó caminando muy despacio.

―Es muy fácil, Paulette ―dijo el hombre de ojos negros y mirada torva―. Solo necesito ver a la princesita. Quiero verla a solas y durante la noche. Si no quieres que el rey se entere de lo que acaba de pasar, quiero saber que contaré con tu ayuda. ¡¿estamos?! ―concluyó el hombre y la tomó de los codos.

―Para empezar, ¡suéltame, idiota! ―dijo ella zafándose y mirándolo con ojos furiosos. Su trenza negra se había dado la vuelta junto con ella.

―¿Sabes lo que pasaría si el rey se entera que has seguido a su hija para verla? De verdad que eres tonto, te mandaría a la horca sin pensarlo ―dijo la mujer con una sonrisa hipócrita.

Él la miró fijamente y soltó una carcajada.

―¿Sabes de dónde vengo? Estuve frente a la princesa y ese tipo con el que se mira. No creo que a ella le convenga que su padre se entere de lo que está haciendo. Fue una lástima no poder verle el rostro. Por eso quiero verla. Así que más te conviene que estés de mi lado. Además escuché tus planes, no te conviene que la princesita sepa lo que piensas hacer. Si se entera que la ayudas solo porque quieres casarte con su padre, no estará muy contenta. Así es que tú decide, preciosa ―terminó  por decir el Guiller en tono triunfante y guiñándole un ojo.

Paulette debía ser más inteligente y pensar con cautela.

―Está bien, Guiller, me tienes en tus manos por completo. Aunque… qué te parece si en vez de comportarnos como enemigos hacemos una alianza. Yo buscaré la forma para que entres en la recámara de la princesa y hagas lo que tanto quieres, y a cambio tú cerrarás tu boquita, ¿de acuerdo? ―propuso cuidando muy bien cada palabra que decía.

―Perfecto, ahora sí nos estamos entendiendo. Además, te haré una oferta única: una vez que te cases con el rey podríamos compartir todo ese dinero ―dijo el Guiller intentando agarrarle la mano a Paulette.

―No te confundas Guiller ―dijo ella rechazándolo de inmediato―. Solo seremos aliados y nada más. Sabes cosas que más te vale callar. Así que ya puedes irte largando por donde llegaste. La princesa llegará en cualquier momento y si te ve aquí, puede  sospechar ―dijo cortante la criada.




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