Parte uno: Dos enamorados
Los dos enamorados cabalgaban por el monte cada uno en su caballo, la princesa sobre su amado Emperador y el joven sobre una yegua muy bonita de color bermejo.
Un rato después se bajaron de los caballos y se sentaron a la sombra de unos árboles. El pasto estaba mullido. Ambos entrelazaron sus manos y se miraron apasionadamente.
―Oye, ¿por qué no me has hablado de tu último viaje, eh? ―preguntó Guepp.
Ella tuvo que mentirle una vez más, su peor error.
―Bueno, pues no hay mucho que contar, mi amor ―dijo la princesa con dulzura para disfrazar los nervios que sintió con aquella pregunta.
“Tal vez sea momento de que le diga toda la verdad”, pensó Colibrí, pero luego se retractó. “¡No! De ninguna forma puedo decirle quién soy realmente. Me rechazaría en seguida. Solo imaginar que ya no me querría me vuelve loca. ¿Qué hago?”, pensaba cuando cayó en cuenta que él la miraba dulcemente.
―¿Qué pasa, preciosa? ―preguntó Guepp con una sonrisa en los labios―. Acaso no me quieres contar lo que hiciste en tu último viaje. A ver ¿a dónde fuiste?
―Bueno, como te digo, no hay nada interesante qué contar. Una vez más mi papá como cada seis meses fue a Jordan, allá estuvo trabajando de… de lo mismo de siempre, ya sabes ―decía la princesa mientras desviaba la mirada a un lado y otro, pues estaba mintiendo.
―Ya entiendo, prefieres no hablar, verdad. Te da vergüenza repetir el oficio de tu padre. Piensas que voy a dejar de quererte por ser pobre, ¿cierto? Pues no, Colibrí, pase lo que pase nunca te voy a dejar de querer, no por que yo sea…
―No porque tú seas qué… ―interrumpió la princesa.
Al parecer el joven le iba a decir algo más que ella ignoraba. Guepp permaneció callado unos segundos.
―Quiero decir, también yo soy pobre. Entonces, aunque tú seas pobre, eso no significa que yo deje de quererte, comprendes ―un suspiro se le escapó al apuesto joven―. Defenderé lo nuestro, aunque deba pelear contra el mundo entero. Tú eres todo para mí, debes saberlo. Es más, ya basta, dime algo, ¿te gustaría casarte conmigo? ―aquella propuesta había salido sin querer, pero Guepp estaba emocionado de que saliera.
Colibrí se quedo perpleja, atónita ante aquella pregunta; sus ojos brillaron una vez más y el tiempo pareció detenerse. Cerca se escuchaban el arroyuelo que fluía y la cascada que caía. Todo transcurría lentamente y se percibían los sonidos más suaves: el sonido de los pájaros y hasta el de los grillos llegaba a los oídos de Colibrí. Miró a su amado Guepp más hermoso que nunca y lo abrazó. Le llenó de besos todo el rostro. Unas lágrimas inundaron los ojos verdes de la muchacha.
―Guepp, ¿hablas en serio? ―dijo muy emocionada―. Te das cuenta, tú y yo casados, juntos por siempre. Amor, eres lo mejor que me ha pasado ―y lo volvió a abrazar y a besar.
―Ei, claro que hablo en serio. Pero tú no me has contestado que sí. Vamos, me tienes en suspenso. Quiero escucharlo, por favor Colibrí, dime que sí te quieres casar conmigo ―suplicó con ternura.
―Si quieres escucharlo, entonces tendrás que alcanzarme ―y comenzó a correr.
Era tan rápida que pronto pasó cerca de los caballos que pastaban en los alrededores. Miró a Dénis acompañada por otra paloma, juntas surcaban el cielo. Guepp corría a toda velocidad tras Colibrí.
A pesar de ser veloz, Guepardo no podía alcanzar a Colibrí.
―¡Vamos, mi Guepardo! ¡Alcánzame...! Si puedes ―desafió la muchacha en tono de burla.
Después de un momento Guepp se detuvo exhausto.
―No amor. No puedo más, deja que te alcance, no seas mala, por favor ―dijo respirando aceleradamente.
Colibrí se detuvo y regresó. El muchacho levantó la cabeza para verla. Le sudaba todo el rostro, en cambio ella no había sudado ni una gota.
Colibrí lo miró a los ojos, le sonrió y le dio un beso que duró como medio minuto, el tiempo para ellos se volvió eterno una vez más, no sabían si era verdad o mentira, pero les gustaba vivir en la duda.
―Te amo, Guepp y claro que acepto casarme contigo ―dijo la joven con su sonrisa más hermosa que nunca.
―Me haces el hombre más feliz de la tierra ―y la abrazó con mucha ternura―. Mira, con tu beso sanaste mi cansancio, eres grandiosa. Tengo tanta suerte de que me ames, dime que nunca me dejarás, por favor, dímelo ―dijo tomándola de las manos.