El secreto de la princesa -parte uno-

Parte dos: Úrsula de los Monteros

La casa parecía vacía, pues estaba escueta por cualquier lado y ningún alma parecía habitarla; pero eso parecía por fuera, por dentro la verdad se ocultaba.

La mujer abrió la cerradura con las llaves que portaba, se aseguró de no haber sido vista por nadie y entró en la casa solitaria.

Por dentro era una cabaña un tanto ordenada: alguien la habitaba. La mujer puso las bolsas sobre una mesa.

―¡Solo eso me faltaba, Hellen! ¡Que al llegar te encuentre dormida! ¡Es el colmo contigo! ―gritó.

―¡Úrsula! ¡Al fin llegas! ­―dijo una mujer mayor, levantándose de un sillón viejo y destartalado―. Te esperaba desde temprano y mira la hora que es, ¿trajiste mi comida?

Era la vieja Hellen, la cómplice de Úrsula.

―No estoy para tus reproches, así que toma tus cosas y lárgate a tu recámara, que aquí vives como reina, nada te falta ―comentó Úrsula con un carácter odioso.

―Pues sí… ―respondió la mujer de rostro decaído―. De qué me sirve vivir como reina, si estoy encerrada, bien dicen: aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión.

―Pues deberías agradecer que no te asesiné como a mi hermana. Si no hubieras estado ahí nada de esto te estaría pasando, así que deja de quejarte, este fue nuestro trato y por eso no he terminado con tu infeliz vida  ―concluyó la tenebrosa Úrsula.

―Pues me arrepiento de haberte ayudado, fue algo terrible lo que hiciste Úrsula, algo que no tiene perdón de Dios.

―¿Lo que hice? ¿Acaso ya se te olvidó, vieja inútil? Tú me ayudaste, fuiste mi cómplice, la infeliz de Christie no hubiera muerto sin tu ayuda. Además, ya es pasado, no sé para que reniegas de lo ocurrido ―dijo mientras mordía una manzana de las que traía en la despensa para Hellen.

―Eres despreciable, Úrsula, pero allá tu, un día vas a pagar lo que hiciste, eso puedo asegurártelo.

―Mientras no salgas de aquí, nadie se enterará; solo tú y yo sabemos lo que ocurrió. Aunque Albert me atrapó aquella vez, le dejé bien claro que regresaría para vengarme. No fue tan difícil salir de aquel hoyo tan espantoso al que no pienso regresar nunca. Seducir a ese oficial en aquel tiempo fue lo mejor, solo quería que Albert supiera de lo que yo era capaz. Sin embargo ahora no sé dónde está, tal vez se murió. Me pregunto que habrá sido de esa mocosa, la escuincla que dejamos con él. De seguro que Albert la ha de tratar como una princesa, pero a quién le importa, ahora debo seguir con mis planes, Hellen.

―Ah, sí, ¿qué clase de planes, Úrsula? ¿Ahora que pretendes? No te es suficiente hacerte llamar de una manera diferente. ¿Cómo es que te haces llamar, ya se me olvidó? Ah, sí, Grettel Marroquín. Quien imaginaría que en realidad eres Úrsula de los Monteros, una asesina. A ti sí que te gusta el peligro, en cualquier momento te podrían descubrir ―dijo la mujer con la esperanza de que así fuera.

―Tú te callas, Hellen, porque si yo voy al hoyo tú también. Y si me hago llamar Grettel Marroquín es porque eso conviene a mis planes y así Albert nunca me encontrará, aunque, sinceramente, hace mucho que dejó de importarme la familia Madrid, ahora estoy a punto de convertirme en la señora de Villaseñor. A quién le importan los Madrid, si pronto seré la esposa del Virrey de Valle Real y mi hija Zuleica, la esposa del príncipe ―dijo la despreciable mujer.

―¿Zuleica dijiste? Te refieres a aquella niña, la que…

―¡Si Hellen! ―interrumpió gustosa Úrsula―. Aquella mocosa que me robé, o mejor dicho, que nos robamos. Juré que Albert sufriría y nunca supo que no tuvo una, sino dos hijas, dos gemelas. Pero yo le arrebaté una de ellas. Me dio tanto gusto decírselo a mi hermana Christie, como disfruté su muerte, la pobre debilucha,  recién parida, ni siquiera se pudo defender. Pobre tonta, ya le tocaba. Ahora Zuleica es mi futuro: la hija perdida de Albert me ayudará a lograr mis planes. En realidad no sé por qué te digo todo lo que pienso, tal vez porque sé que no dirás nada. Sabes, también se lo he dicho a Isaías, pobre, lo tengo aterrorizado, menos mal que no le he dicho que a ti te tengo encerrada aquí desde hace más de cinco años. ¿Te acuerdas? ―preguntó Úrsula con villanía en la voz.

―No deberías recordármelo, desde entonces he vivido apartada del mundo entero. Ya no confiaste en mí y me encerraste aquí. Por más que he gritado para que alguien me saque, nadie me escucha.

―Ajajá ―se burló Úrsula―. Si que eres tonta, Hellen, esta casa está muy retirada del reino y es propiedad privada. Primero fue del antiguo comandante, pero ahora es del Virrey; gracias a él estás aquí. Por cierto, no tarda en llegar, ya sabes qué hacer cuando llegue, no puede saber que estás aquí, así es que, como te dije, vete a tu cuarto, tonta ―dijo la mujer.




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