El secreto de la princesa -parte uno-

Parte cuatro: Adell Márquez

Una figura masculina se acercaba a las enormes puertas del palacio y pronto arribó a la entrada principal. Un guardia lo veía acercarse y golpeó el brazo de su compañero, el cual estaba distraído. El hombre dijo que deseaba ver al rey y uno de los guardias preguntó:

―¿Y quién osa buscar al rey así como así? Sin previa cita ―dijo tratando de mostrar autoridad el guardia, pero el hombre solo sonrió.

―Bueno, ¿desde cuándo el comandante Adell Márquez tiene que hacer cita para ver a su majestad? ―preguntó con algo de humor.

―Ah, es usted comandante, disculpas de mi parte por favor. Creí escuchar que el rey lo espera. Pase por favor ―dijo Eugenio, uno de los guardias.

Cuando el comandante se perdió en el interior, le preguntó a su compañero algunas cosas.

―Oye, Guiller, ¿dónde estabas hace rato? Te fuiste muy contento y yo me quedé solo, si el rey se entera… ―iba a decir algo, pero el otro hombre, el Guiller, se adelantó a contestarle.

―Mira Cheno, si el rey se entera solo será por ti, solo tú lo sabes, y si eso pasa, te aseguro que no te irá nada bien. ¿Puedes mantener la boca cerradita, o prefieres que yo mismo te la cierre? ―amenazó el Guiller.

―No, Guiller, yo nomás decía que si el rey se enterara, pero ya sabes que por mí no, yo piquito cerrado. Mira ―dijo y pasó su mano por la boca como si estuviera cerrando un cierre.

―Más te vale, Cheno, más te vale. Eres un buen chico ―dijo el Guiller y fue a sentarse. Eugenio, al que todos conocían como Cheno, se quedó con los ojos sin parpadear.

―Ora, y a este ¿qué mosca le pico? Bah, parece que anda de malas. A quién le importa ―dijo mientras se retiró a un árbol con sombra.

En la entrada Patty abrió la puerta enorme que permitía el paso a las instalaciones del palacio.

―Buenas tardes comandante Márquez ―dijo ella sonriendo. Miró al comandante que estaba parado en la entrada con su gorra de oficial en la mano.

―Señorita Patricia, muy buenas tardes. El rey Albert me ha mandado llamar ―comentó el apuesto militar.

―Claro. Dejó dicho que en cuanto llegara pasara a la sala principal. Ahí lo espera.

La muchacha lo guio hasta donde estaba el rey.

―Comandante Márquez ―saludó el rey con alegría.

―Majestad, aquí estoy como usted pidió ―dijo Adell con educación y respeto.

―Pase, siéntese. ¿Gusta algo de tomar? ―preguntó el rey.

―Agua está bien, majestad ―y tomó asiento.

―¿Pero agua, comandante? Mire, tenemos una gran cantidad de bebidas, las mejores del reino. Whiskey, champagne, tequila, y de las mejores marcas. Además, la especialidad de la casa, tesgüino Doña Chona. Dígame, ¿qué bebida prefiere? ―preguntó de nuevo el rey. Patricia estaba levantando la mano.

―Hable Patty, ¿quiere comentar algo? Veo su mano levantada, o se quiere rascar la axila, puede hacerlo con toda confianza… ―dijo el rey, pero la criada lo interrumpió.

―No señor, claro que no me quiero rascar, quería decirle que ya no hay tesgüino, se terminó esta mañana, Gloriett se lo acabó todo después de hablar con usted.

Albert se quedo boquiabierto.

―Entiendo Patty, bueno comandante, puede pedir lo que quiera, menos Tesgüino Doña Chona, la nana ya se lo acabó, mire que golosa.

―Es muy amable majestad, pero agua está bien ―dijo sonriente el comandante, era muy gentil.

―Ni hablar, ya escuchó Patty. A mí tráigame un whisky por favor ―ordenó el rey.

―Como diga alteza, en seguida regreso ―dijo ella y se retiró del recinto.

Los dos hombres comenzaron la charla.

―Bueno señor, usted dirá ―dijo Adell muy servicial.

―Primero que nada le agradezco su presencia comandante Márquez. Como siempre es un gusto tenerlo aquí en palacio ―dijo el rey y también se sentó ―. La razón por la que lo mandé llamar es muy sencilla. Como sabe, mi hija regresó al reino apenas ayer, hoy fue a dar un paseo y no tarda en volver. Ya está en edad de casarse y…

―Y usted quiere que yo me case con ella ―interrumpió Adell tratando de bromear con el rey.

―Ajajá ¡No! ―dijo el rey en un tono serio―. Ella sí se va a casar, pero no con usted, sino con alguien más, con Carlo Villaseñor, el príncipe de Valle Real.

―Solo bromeaba, alteza. No se preocupe, yo entiendo bien las cosas. Aunque a ciencia cierta lo que en realidad no entiendo es la razón por la que ordenó que yo viniera a palacio.




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