El secreto de la princesa -parte uno-

CAPÍTULO 7: Revelación

Parte uno: El papel

La tarde se aproximaba cuando Leopoldo y su amante se besaban en una escena bastante desagradable. Ella le daba un beso en la boca y luego se separaba.

     ―Tú me vuelves loco, Grettel ―dijo el virrey apasionado. Se la pasaba muy bien con aquella mujer que era su sirvienta.

     ―Leopoldo Villaseñor, mi hombre ―dijo ella mordiéndole los labios.

     ―Ven, ven aquí mi reina hermosa ―dijo el virrey y la abrazó―, eres la mejor de todas.

     ―Lo sé, mi leoncito. Por eso espero con ansias el día en que nuestros hijos se casen y después tú y yo estaremos juntos para siempre ―dijo y se levantó de la cama.

Leopoldo guardó silencio, pues había olvidado lo que le había prometido a Grettel.

     ―Tienes razón, será más pronto de lo que imaginas, nuestros hijos se casarán y tú y yo estaremos juntos Grettel, para siempre ―por dentro no estaba muy convencido.

     ―Bueno y, ¿qué haremos con la vieja Adolfina? ―preguntó Grettel con frialdad.

Fácilmente ella podría eliminarla, pero no lo haría de forma espontánea, podría ser peligroso. Leopoldo se quedó pensando y después habló.

     ―No te preocupes por ella, mi amor, yo me encargaré ―dijo en un tono frío. Úrsula se acercó como si fuera a darle un beso.

     ― ¿Y cuándo, cuándo le dirás a tu hijo Carlo que se casará con mi hija? Ella esta muy contenta por eso, ya se lo comenté en esta mañana.

Leopoldo pensó:

     “No puede ser, eso podría ser un problema, si la hija se aferra, entonces después no podré quitármelas de encima. Por ahora debo mantener a Grettel convencida de que nuestros hijos se casarán. Esa ha sido mi excusa perfecta para mantenerla controlada. Ella es la única que sabe mi secreto, si alguien mas lo sabe, sería mi fin”.

     ―Leoncito, no me dices nada. Por qué te quedas callado, bombón.

     ―Por nada Grettelcita. Solo pensaba en nuestro futuro, solo eso. No te preocupes. Carlo sabrá lo de su matrimonio muy pronto. Tenlo en mente, tesorito.

Leopoldo nunca hubiera imaginado que en aquella casa viviera alguien más. Úrsula todavía no sabía qué haría con Hellen, pero no permitiría que escapara, podría descubrirla.

 

En otro lugar, cerca de la cascada, el encuentro de Guepp y Colibrí estaba por terminar. Ambos se sentían agotados, pero contentos. Haber estado juntos ese día era lo mejor que les había ocurrido en los últimos tiempos.

Disfrutaban estar al lado del ser más maravilloso que conocían. Caminaban de la mano cerca de la cascada. Ella jalaba a su caballo y él a su yegua.

     ―No quiero que termine la tarde, Guepp, no quiero separarme de ti ―dijo Colibrí y abrazó a Guepp.

     ―¿Crees que yo sí? Tampoco quiero separarme de ti, Colibrí; pero ya se hace tarde, ¿volveremos mañana? ―preguntó él.

     ―No lo sé, yo te aviso en la mañana con Dénis, ella te llevará mi mensaje ―respondió sonriente.

     ―Genial, entonces lo esperaré ansioso, amor. Mírame, cómo me tienes, todo atolondrado. Pues el simple hecho de verte me lleva a hacer lo que tú me digas, soy tu títere ―rio al decir estas palabras. Ella le respondió con otra sonrisa.

     ―Entonces me iré, hoy soñare contigo, te lo prometo.

     ―Y yo también ―dijo Guepp y se dieron un beso.

Después de unos segundos sus labios se separaron y ella montó sobre Emperador, miró con dulzura a su amado y se marchó. Guepp la vio alejarse. Luego montó en su yegua y también se marchó a casa.

Llegó muy contento a la mansión. En la sala su madre lo recibió muy seria, como casi nunca. Lo miró y le hizo una seña llamándolo para que fuera donde ella estaba.

     ―Hola mamá, ¿cómo estas? ―dijo Carlo con actitud alegre. Su madre lo miraba con cierta intranquilidad.

    ―¿Qué sucede madre, por qué tan seria? ―preguntó él sonriente, nada podría quitarle la felicidad que sentía. Bueno, casi nada.




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