El secreto de la princesa -parte uno-

Parte dos: Amor imposible

La princesa regresó por el mismo lugar por donde se había ido. Se olvidó por completo de Paulette y ella estaba muy enojada. Echaba chispas por todas partes. La tarde estaba cada vez más cerca y al parecer llovería intensamente esa noche.

     ―Disculpe la tardanza, Paulette ―dijo Gisselle con su voz suave―, es que no me quería separar de mi amado. Es hermoso, apuesto y en sus brazos me siento segura ―decía entusiasmada.

     ―No lo dudo, su alteza, pero su padre podría estar algo preocupado. Se hace tarde y parece que una tormenta se avecina. Debemos irnos ―dijo disimulando su enojo con una sonrisa fingida, pero Gisselle creyó que era sincera.

     ―Tiene razón, Paulette, hay que partir ya. Le agradezco con toda mi alma lo que hoy ha hecho por mí, la verdad es que no sé cómo voy a pagarle ―dijo con agradecimiento sincero.

     ―Yo sí sé cómo, princesa ―respondió Paulette pensando en voz alta.

Enseguida guardó silencio, pues había dicho una imprudencia. Gisselle la miró a los ojos.

     ―De verdad sabe cómo Paulette, dígame, haré lo que sea por usted.

     ―No se preocupe por eso, majestad. Solo invente una buena excusa para justificar nuestra tardanza. Su padre de seguro preguntará muchas cosas.

     ―No se apure, Paulette, le diré a mi padre que nos entretuvimos paseando y platicando. Usted no tiene nada de que angustiarse ―dijo la princesa y le sonrió.

     ―Gracias, princesa ―dijo hipócritamente la sirvienta.

Ambas partieron hacia el palacio. En cualquier momento la lluvia caería.

 

     ―Pasa, amiguis, porfis ―dijo Karla un poco adolorida de su cabeza.

     ―Gracias, Karlita. ¿Te duele mucho? ―preguntó Zuleica con preocupación fingida.

     ―Solo un poco. Papi, podrías salirte, me gustaría hablar con mi amiga.

     ―Está bien, bimbollo de mi corazón, si necesitas algo me avisas.

     ―Claro que sí, papi ―respondió Karla.

El señor Duque salió y cerró la puerta. Karla habló.

     ―Siéntate aquí en la cama, Zuleica. Ah, mira, traes a Peregrino.

Zuleica tomó asiento donde le indicó su amiga y permaneció seria. Ahora era el momento de la verdad. Antes ella quería a presumirle a Karla que se casaría con Carlo Villaseñor, el príncipe del reino; pero ahora las cosas eran diferentes. Se había enterado de que el hombre con el que se iba a casar quería a otra mujer y podría ser su mejor amiga.

     ―¿Qué pasa? ¿Por qué tan callada, eh? Rara vez te portas así, Zuleica.  Por qué no me cuentas? ―dijo ella mirándola a los ojos.

Zuleica moría de rabia.

     ―Dime algo, Karlita: ¿tú conoces al príncipe Carlo Villaseñor?

Karla sonrió y puso una cara de enamorada cuando oyó aquel nombre. Habló con suspiros.

     ―¡Claro que lo conozco! Es muy guapo. Tiene unos labios hermosos que se antojan besar. Su mirada es tierna y atractiva al mismo tiempo. Él es mi hombre ideal, Zuleica. Tiene cabello castaño y sus ojos son como la miel, ¡ay me encantan! Todo él me fascina. Es alto, fuerte, varonil y no hay ninguna chica en el reino que no esté enamorada de él.

     ―Ah, sí, y ¿cómo es que lo conoces, Karla? ―Zuleica trató de mostrarse indiferente.

     ―Uh, desde hace mucho. Desde que estábamos pequeños. Pero la última vez que lo vi fue hace poco, durante su fiesta, cuando cumplió diecisiete. Fue una fiesta muy elegante. No sabes, todas las chicas moríamos por bailar con Carlo, es tan guapo y atractivo, siempre sonríe y su mirada te derrite. Cada vez que lo veo me vuelvo a enamorar de él. 

     ―¿Estás enamorada del príncipe y nunca me lo habías dicho? ―preguntó Zuleica indignada.

   ―¿Para qué? Ese era mi secreto. Carlo es mi amor eterno, pero nunca me hará caso, ya que está enamorado de otra chica ―dijo con tristeza.

     ―Entonces es verdad ―dijo Zuleica sorprendida y molesta―. ¿Tú como lo sabes, Karla?




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