El secreto de la princesa -parte uno-

Capítulo 8: CORAZÓN PARTIDO

Parte uno: Decepción

La princesa estaba lista para bajar a la cena. Desde su alcoba miraba a través de la ventana. Imaginó que su amado Guepp se encontraba en alguna de las casas del reino; le gustó la idea de imaginar que tal vez estaba pensando en ella, y eso la hizo sonreír. Luego se despidió de Dénis y le dio algo de comida, agradeciéndole lo que había hecho por ella.

En el gran comedor la cena fue servida y esperaban que llegara la princesa. Solo se oia la lluvia que caía en el exterior.

―Gisselle tarda mucho en bajar ―comentó el rey.

―No se preocupe señor, ya viene ―dijo la nana y la vieron bajar por las escaleras.

Albert sonrió. La princesa bajaba poco a poco. Daba un paso y luego otro, descendiendo. Se veía refulgente, su belleza brillaba y todos lo podían notar.

De pronto la princesa pisó el vestido y tropezó. Gritó espantada y comenzó a rodar escaleras abajo. Daba vueltas como pelota aunque no estaba gorda y llegó hasta la planta baja, inconsciente. Su padre corrió hacia ella alarmado.

―¡Gisselle! ¡Hija! ―gritó asustado.

Todos la habían rodeado de inmediato.

La princesa abrió los ojos y vio que la multitud que la rodeaba se burlaba de ella, incluso su padre y su nana se carcajeaban.

Paulette había llegado a la cena y miró cuando la princesa bajaba poco a poco por las escaleras. Ella había imaginado que Gisselle se había caído, pero eso nunca sucedió.

―¡Pfff... jajá! ―Paulette se rió para sí misma al imaginar aquel desastre.

 El rey volteó a verla.

―¿Le sucede algo Paulette? ―preguntó intranquilo.

―No, señor, no pasa nada ―enmudeció―. Me acordé de un chiste. Lo siento ―dijo la muy sinvergüenza.

Se dio cuenta de las malas miradas que la nana Gloriett le lanzaba y se fue a la cocina.

―Hija, bienvenida a la mesa, siéntate por favor, estás en tu casa… Bueno, en tu mesa ―con estas palabras recibió el rey a su princesa.

―Gracias, papá. Ay, me muero de hambre ―dijo con toda sinceridad y no era para menos.

No era suficiente llenar el corazón de amor, también necesitaba llenar el estómago para ser completamente feliz.

―Hija, espero que disfrutes el rico filete que te preparé ―comentó Gloriett.

―¡Filete!, sabes que me fascina nana. Muchas gracias ―comentó la princesa y probó un poco―. ¡Waaacala! ¡Qué asco! ―escupió Gisselle y Gloriett se quedó muda―. Esto sabe a rayos, nana, pensé que lo habías hecho con amor, pero parece que lo hiciste con mucho odio ―escupió de nuevo―. Prefiero la comida de Paulette, la tuya está horrible. ¡Asco!

Paulette imaginó aquella situación, pero no era real. La sirvienta se retiró de nuevo tras dejar unos cubiertos para el rey y la princesa. A Gloriett le puso cubiertos Patty.

―¡Mmmmh…! ¡Está deliciosa nana! Como siempre ―comentó Gisselle luego de probar el filete.

―Me alegro que te guste, mi niña. Pruébelo usted también, majestad, verá que delicia. No lo que prepara la Paulette ―agregó la nana.

―Gloriett, por favor. Tú y Paulette hacen comidas deliciosas ―aclaró el rey.

Eso sí hay que decirlo, si algo bueno tenía Paulette, eran sus comidas; pues como a muy pocas mujeres, le salía deliciosa. Eso era lo único bueno que tenía tal vez.

―Por cierto, Patty ―habló el rey―, ¿podría repetirme lo que me dijo cuando estaba aquí el comandante Márquez?

―¿Usted se refiere a lo del tesgüino, majestad? ―preguntó dudando la joven.

―Así es, Patty, díganos por favor lo que pasó con él.

Gloriett agachó la mirada.

―Bueno… ―agregó la joven―, la señora Gloriett se lo terminó todo.

―Con eso está bien, gracias ―interrumpió el rey―. Gloriett, te terminaste mi bebida favorita, yo lo estaba guardando para mi hija y tú te lo acabaste.

―Papá, muchas gracias. Pero algo de vino está bien. La vez pasada me emborraché con el tesgüino, estaba muy fuerte.

―Por eso no te guardé nada hija, no quería que sucediera eso de nuevo ―se defendió la nana.

―Como sea ―dijo el rey―, Patty traiga algo de vino, el mejor que haya; hay que brindar una vez más por mi hija y su presencia en el palacio.




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