El mundo es cruel cuando no te llevas bien con él. Es amistoso cuando lo eres también. Pero, no siempre todo puede ser perfecto. Una cosa siempre lleva a la otra y la noche en Valle Real llevaba a todos a un mundo de sueños fascinantes.
La princesa dormía como angelito, así se lo había propuesto. En su sueño estaba un hombre maduro e inteligente y de rostro experimentado.
―No Gisselle, no es de esa manera. La espada pertenece solo aquel que sabe dominarla. Recuerda que el éxito se alcanza aun con miedo. Aunque lo sientas, no dejes que te paralice: continúa. Si quieres aprender los poderes de una espada, debes empezar a sentirla parte de ti ―decía el maestro Fu.
Más que un sueño, parecía un recuerdo, como el primer día que tomó esa clase.
―Está bien, maestro Fu ―sonrió la princesa.
No tardó mucho en dominar la espada. Peleaba como toda una guerrera.
―Excelente, hija, así se hace. Ahora puedo ver tu empeño y tu fuerza. Debes mantenerte así. ¿Estás lista? Observa ―habló el sabio e hizo una espectacular demostración del uso adecuado de la espada.
La joven solo veía con admiración a su maestro. Era un experto.
―Bueno hija, no espero que logres lo mismo que yo he hecho, pero que te parece si lo intentas. Bien lo dicen: «No hay peor lucha que la que no se hace» ―conluyó el maestro.
―Esta bien, maestro Fu, aquí voy ―sonrió de nuevo la princesa mientras intentó imitar al maestro.
Lo hacía bastante bien.
―Me dejas sorprendido, jovencita. ¿Ya habías hecho esto antes? ―preguntó el hombre mayor.
―No maestro, es mi primera vez ―aseguró la princesa con una sonrisa―. Aunque creo que debe saber algo, me han contado que mi madre fue una guerrera, podía controlar la espada como ningún soldado en Valle Real. A veces pienso que heredé todas sus habilidades.
―Eso es muy interesante hija. No todos nacen para cargar una espada. ¿Una luchita? ―retó el hombre a la joven y ella aceptó.
Dentro de poco se había convertido en una experta espadachina. El sonido de dos espadas chocando se escuchaba. Gisselle levantaba la espada brillante. Hacía resistencia y se defendía de los ataques del maestro Fu. Brincaba y caía, manteniendo firme el artefacto en su mano derecha y la otra en su cintura. En un movimiento veloz e inesperado, logró derribarle la espada al maestro Fu: estaba lista.
En su sueño los meses habían pasado cuando peleaba.
―Veo que mi mejor alumna ha mejorado demasiado, estoy muy orgulloso ―dijo el maestro Fu.
―Usted es el mejor maestro ―dijo la princesa.
―Eres muy amable por llamar así a este viejo. Bueno, después de dominar estas habilidades, tienes que pasar a tu siguiente nivel, el maestro Chi te enseñará artes marciales.
Frente a ella estaba el mejor maestro de artes marciales de todos los tiempos. Sus habilidades eran únicas. Había enseñado sus conocimientos a miles de hombres que participaban en importantes combates, sin embargo era la primera vez que preparaba a una princesa.
―Es la hija del rey de Valle Real ―susurró el maestro Fu al maestro Chi, el cual solo asintió con la cabeza y miró fijamente a su nueva alumna.
Un ruido alejó el sueño de la princesa y ella abrió los ojos.
Alguien acababa de entrar a su recámara. Gisselle miró que la puerta del baño se abrió. Por ella entró un hombre joven, nada guapo, pero él creía que sí lo era. Paulette había dejado abierta la ventana del baño cuando todos cenaban y el Guiller trepó por el árbol hasta llegar al alféizar.
La luz estaba apagada, pero la luna penetraba por los ventanales del balcón y se veía muy bien a pesar de la oscuridad de la madrugada. El hombre se acercó con cautela a la cama con dosel de la joven, pero antes de llegar se miró en el enorme espejo. Logró ver su rostro, algo perdido en la penumbra.
―Eres un guapetón ―susurró.
Miró hacia la cama y notó que la princesa dormía. Él estaba a punto de hacer algo que podía costarle la vida. Pero la idea la borró de su mente y continuó. Se acercó poco a poco, removió el pabellón y levantó la sabana que cubría a la chica.
Se llevó una gran sorpresa al ver solamente almohadas en el lugar de la joven. Él se quedo con la boca abierta. La luz del cuarto se encendió y junto al apagador miró a la princesa usando una bata color plata.