El secreto de la princesa -parte uno-

Parte cuatro: Sueños de un príncipe

En la mansión Villaseñor también había muchos guardias, estaban por todas partes. El virrey también quería sentirse importante; envidiaba al rey y siempre deseó el trono.

En la recámara de Carlo, él soñaba con ella, con el amor de su vida, con Colibrí. Soñaba que su amada era atrapada por un monstruo y él la rescataba. Ella lo abrazaba y lo besaba apasionadamente. Después soñó que estaba en su escuela de esgrima y artes marciales. Su maestro era Yamil, quien le enseñaba todas las técnicas de ataque y defensa.

―Mira, Carlo ―decía un hombre de rostro bonachón―, hay muchas cosas que debes saber sobre la artes marciales, tales como el Kun Fu, el Karate, el Thai Kwan Doo, etcétera. No fueron diseñados para atacar, sino para defenderse. Todo está en tu mente y puedes lograr hasta lo que no imaginas. Bueno, puedes imaginar lo que no imaginas e imaginarlo. Vaya me enredé ―dijo riendo discretamente. Lo suyo no eran las palabras, sino la acción.

El maestro Yamil era un hombre delgado, de estatura mediana y con un pelo blanco que parecía algodón. Sus ojos eran negros como la noche e inspiraban mucha confianza. Al parecer los años no le afectaban mucho, pues a pesar de su edad, no se veía mayor. Hacía ejercicio y manteníai una dieta muy saludable. Su especialidad era entrenar a sus alumnos para el combate cuerpo a cuerpo.

Sin duda Yamil era el mejor en artes marciales, pero tuvo un alumno que había aprendido mucho de él, pero no lo suficiente; sus capacidades eran buenas, pero fue expulsado cuando intentó atacar al maestro y demostrar que sabía más que él.

Nadie sabía dónde estaba, todos pensaban que se había ido de Valle Real, pues no lo habían vuelto a ver desde entonces, su nombre era Ricardo Ponce.

 

―Está bien maestro Yamil, tendré en mente lo de la mente, sí le entendí ―aclaró Carlo.

El maestro miró a Carlo detenidamente.

―¿Qué sucede? Veo en tus ojos un brillo inusual, si no me equivoco es amor ¿cierto? ―preguntó el sabio maestro. Carlo se ruborizó, pero no dijo nada―. Vamos jovencito, no sientas pena. El amor es hermoso, no sientas pena de vivirlo y expresarlo. De todas las cosas que te ocurran en esta vida, el amor es lo único que vale la pena.

―¿Eso es verdad maestro? ―preguntó el joven.

―Así es y no tiene nada de malo estar enamorado, más malo es no luchar por ese amor ―rio y luego guardó silencio.

―Usted tiene razón, maestro. Creo que ella me corresponde, pero nuestro amor está prohibido.

―¿Prohibido, muchacho? ¿Por qué lo dices? ―preguntó el hombre con interés.

―Yo le he mentido, pero ha sido porque no quiero lastimarla.

―Qué te parece si mejor me explicas, ya después seguiremos con la clase.

Ambos se sentaron en el pasto verde y continuaron charlando.

―La conocí cuando éramos niños. Un día mi palomito Remso se fue volando en dirección a la zona prohibida, donde está una cascada; nunca imaginé lo qué iba a encontrar en aquel lugar. Era una niña muy bonita, tenía su pelo dorado y unos hermosos ojos verdes. Me acerqué y pronto tomamos confianza; le pregunté por qué se encontraba en aquel lugar, me dijo que era su lugar favorito para jugar. Lo recuerdo como si fuera ayer. Era humilde de corazón y sencilla en el trato y la vestimenta. Sonreía de un modo maravilloso. Jugamos muchas veces. Al pasar el tiempo ella se fue haciendo más y más bonita, nos veíamos a diario en aquel lugar. Con el paso del tiempo me di cuenta que no podía vivir sin ella; me di cuenta que mi mundo se conectaba con el de ella a diario, pero ella era una muchacha de campo y yo el príncipe. No pude decirle eso, sabía que ella no aceptaría seguir, por lo que callé. Sin embargo, su papá y ella se van frecuentemente de Valle Real, tienen que viajar a otros reinos para poder sobrevivir. Ella me adora tanto como yo. Pero lo nuestra está prohibido. Mis padres nunca permitirán que me case con ella.

―Lo que me dices es muy bonito Carlo, pero si en verdad la quieres tienes que luchar por ella. Si eso que sientes es realmente amor como me dices, entonces debes luchar en nombre de ese amor. Aunque eso de casarse es muy pronto, ¿no crees? Espera un tiempo, ya que ambos sean más grandes.

―Sí, maestro, pero si ella se entera de que le he mentido y se va, no sé qué voy a hacer. Moriré de amor.

―Si de verdad te quiere tanto, te entenderá y te perdonará, ya lo verás. Tú por lo pronto tendrás que luchar por ella. Por eso vamos a entrenar para que seas el mejor en Valle Real. Levántate y pelea, jovencito. Hoy aprenderemos como derrotar a un león. Ven acá.

El hombre llevó al joven a una zona de combate, al parecer los jóvenes pasaban de uno por uno para que el maestro les enseñara todo lo que sabía. De aquella escuela se graduaban los mejores guerreros, pero a las chicas no les estaba permitido pelear, por eso no las entrenaban.

Carlo era excelente en artes marciales. En su sueño fue creciendo hasta llegar a los diecisiete años, convirtiéndose en un chico listo e inteligente, apuesto y varonil. De pronto un recuerdo reciente invadió sus sueño. No podía olvidarse que debía casarse con aquella princesa. No lograba imaginar el rostro, pues para él no había ninguna mujer más hermosa que Colibrí. Se soñaba con ella de nuevo, salvándola de un malvado león mutante. Pero despertó.




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