El secreto de la princesa -parte uno-

Capítulo 9: CONVENCER

Parte uno: Sin decir nada

Adolfina se había despertado más temprano que de costumbre, cosa que no le gustaba mucho. La última vez que se levantó temprano había sido cuando tenía nueve años, en Navidad. Fue a mirar debajo del árbol navideño para saber si Santa Claus le había dejado algo, sin embargo, no había nada.

Después de mucho tiempo solo se había preocupado por su imagen y su cuerpo, detestaba engordar, por lo que prefería estar dormida para no comer, ese era su martirio: la idea de engordar y que Leopoldo no la quisiera. Sin embargo, en esta ocasión se había levantado temprano porque Leopoldo la despertó.

―¡Adolfina! ¡Adolfa! ―decía en voz baja el virrey, removiéndola para que despertara.

Ella decía palabras que no se entendían. Leo se cansó moverla y le gritó al oído.

―¡Adolfa! ¡Despierta caramba! No seas tan floja, por favor.

Adolfina se levantó desgreñada y asustada.

―¿Qué sucede? ¿Por qué esos gritos Leo? ―preguntó y se acostó de nuevo.

―Vamos, levántate. Escuché unos ruidos afuera, tienes que ir a ver, rápido.

―Leopoldo, déjame dormir. Son las seis de la mañana ―agregó Adolfina, con la voz muy floja.

―Claro que no, ya son las seis con dos minutos. Apresúrale, tienes que ir a ver.

El virrey insistió tanto que Adolfa no tuvo más opción que levantarse.

Salió de su cuarto y miró a Carlo salir del cuarto de él. Estaba a punto de bajar las escaleras y se acercó a él.

―¡Carlo! Hijo, pero qué haces. ¿Qué significa esa bolsa?

Él la miró con tristeza.

―Lo siento, mamá. Tú y mi papá me han obligado a llegar a este extremo. Bien lo dijo él, si no accedía a casarme con la princesa entonces me tenía que ir de la casa y aquí me tienes, me voy.

Leopoldo escuchaba detrás de la puerta, sin salir.

―No hijo, no puedes irte. Debemos hablar. No te vayas ―suplicó la madre.

―La decisión ya esta tomada, lo siento ―dijo Carlo con seriedad.

 

Carlo le dio un beso en la mejilla y comenzó a bajar las escaleras. Su madre se quedó llorando en la segunda planta. Clara miraba por el lado de una pared.

Carlo llegó a la planta baja y caminó hacia la salida. Iba triste, pues le dolía dejar su hogar, pero nadie lo separaría de su Colibrí.

Leopoldo salió de la recámara, se acercó a Adolfina y le susurró al oído:

―Pon mucha atención, Adolfa. Solo dirás que fue un accidente, solo eso ―aclaró el virrey y después empujó a su esposa escaleras abajo.

Leopoldo corrió a ocultarse en el cuarto y escuchó los gritos de su esposa rodando escalones abajo. Clara miró cuando su patrón empujó a Adolfina. Se quedo boquiabierta, no podía creer que Leo fuera capaz de algo así.

 

Carlo se devolvió de inmediato y vio que su madre estaba inconsciente.

 

―¡Mamá! ¡Mamá! ―gritó desesperado y asustado.

―¿Pero Carlo, qué hiciste? ―acusó Leopoldo bajando las escaleras a toda prisa―. Por tu culpa tu madre se cayó por las escaleras, tú la mataste ―acusó con el dedo, gritando.

―¿Quieres callarte, papá? Ella no está muerta, solo está inconsciente ―en ese momento le revisaba el pulso―. ¡Mamá! Despierta. ¡Clara! ¡Clara! Venga rápido ―ordenó desesperado el príncipe.

―Dígame, joven ―dijo Clara, llegando enseguida.

―Vaya de inmediato por el doctor León. Dígale que es una emergencia. Despierte a Porfirio para que la lleve.

―Enseguida ―dijo la muchacha y salió volando del lugar.

 

De repente Adolfina volvió a la vida.

 

―¡Oh cariño! ―dijo el virrey en tono afectadísimo―. Al fin despiertas, mi amor. ¿Qué sucedió? Dime, aquí estoy yo para cuidarte, mi puchunguita. Le besó la mano una y otra vez.

Carlo miró con sorpresa a su padre, nunca antes le había hecho un cariño así a su esposa. Al menos no en su presencia.

―Dime, mamá, ¿qué pasó? ¿Por qué te caíste? ―preguntó el príncipe desesperado y tomándole la mano.




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