Parte uno: En el aire
El color azulado de aquel cielo ―manchado por algunas nubes― era sensacional. Se podían apreciar algunas figuras si se buscaba entre las nubes, a veces eran elefantes, otras veces árboles y otras más, personas. De alguna manera las nubes tomaban una forma y parecían algo, pero si eso no sucedía, la imaginación se encargaba de ello.
Dénis y Remso tenían la habilidad para llegar hasta donde estaban las nubes y divertirse en el aire. Era toda una maravilla tener alas y poder volar; algunas aves también las tenían, sin embargo, no podían volar, como muchas gallinas que solo ponían huevos en el reino.
Aquellos dos tortolitos enamorados se divertían al cruzar los aires. Sus gorjeos se podían escuchar, pues se comunicaban entres sí; claro, debían ponerse de acuerdo en lo que iban a hacer, sin embargo, su vuelo romántico fue interrumpido por el sonido de un pájaro diferente: Peregrino. Era un halcón que buscaba diversión.
El sonido alarmante del halcón asustó a las palomitas, pues sabían que un halcón era peligroso y lo más inteligente era no enfrentarlo; pues no había ninguna posibilidad de vencerlo, al contrario, podrían resultar su cena si intentaban enfrentarse a él.
Peregrino no era del todo malo, sin embargo, hacia tiempo que no jugaba con ningún animal y no iba a desaprovechar esta oportunidad; para él, jugar era maltratar y demostrar cuál era el más fuerte y poderoso, por lo cual se elevó tan alto como pudo. Su sonido de ataque se escuchó tan fuerte que todas las gallinas escondieron sus polluelos, pues a pesar de que los pájaros volaban muy alto, el sonido se oyó perfectamente y las personas pensaron que era un gavilán.
Peregrino emitió un sonido fuerte y agudo.
―Kik-kik-kik ―se escuchó amenazante. Después volvió a emitir un sonido, pero esta vez más ruidoso―. Ke-ke Ke-ke.
Dénis y Remso emitieron arrullos para ellos mismos, arrullos que Peregrino pudo escuchar y entender; se dio cuenta que tratarían de huir, lo cual no le gustó para nada, por eso se dejó caer en picada, con toda la intención de hacerles daño.
Los dos tortolitos no tuvieron otra opción más lógica que huir a toda velocidad, bueno, a la velocidad que ellos podían volar. Remso al ser el ave macho siguió a Dénis, la cual volaba lo más rápido que sus alas le permitían. No la siguió porque ella volara más rápido, sino para ir detrás de ella y si Peregrino los alcanzaba, poder defender a Dénis.
Se podían ver a dos palomitas que descendían de manera rápida y veloz desde los cielos, pues tratarían de buscar tierra firme; Dénis llevaba en sus pequeñas patas una nota para el príncipe y al parecer aquella tarea que la princesa les había encargado no se iba a poder llevar a cabo porque se les presentaba un pequeño obstáculo, uno muy peligroso.
Los halcones son aves muy veloces, así que Peregrino descendió a toda velocidad. Su ágil y convexo cuerpo lo llevaron cada vez más cerca de los dos pajaritos que casi eran alcanzados por el ave rapaz.
Pronto comenzaron a llegar a la zona más boscosa del reino. Aquí ambos pajaritos conocían perfectamente, pero desconocían si Peregrino también.
Pasaron por entre los árboles lo más rápido que pudieron; volaban a velocidad rayo, pues detrás tenían una buena motivación para hacerlo; una muy peligrosa, pero motivación al fin.
Planearon alguna tetra para librarse del rapaz que los perseguía, sin embargo, a la velocidad que iban, el aire les impedía comunicarse de manera eficaz; pusieron en marcha el plan y se separaron, de ese modo el halcón no sabría a cual perseguir; la prioridad era hacer llegar el mensaje al príncipe, pero antes estaba la seguridad de ellos dos.
Sabían que podían ser la cena de Peregrino. Él no tenía hambre, pero podía cazar a uno de ellos para después comerlo, sin embargo, eso no iba a suceder. Al ser educado por Zuleica, aprendió a no comer animales tan grandes como él, pero sí se comía algunos insectos y reptiles pequeños.
El inhóspito lugar en el que ahora se encontraban era desconocido para Peregrino, pero no se arredró en su propósito. Buscó a los dos tortolos, pero se habían separado. Su magnifica visión logró ver a uno de ellos, el cual se movió entre las ramas de uno de los arboles. A pesar de que estaba en lo espeso del bosque, no fue difícil identificarlo, pues era blanco y algo gordito; sin embargo, no era Remso, sino Dénis. Ella se dio cuenta que fue descubierta y salió volando inesperadamente del escondite donde estaba. Sus aleteos se oyeron rápidos y desesperados. En pocos segundos el temible halcón estaba a escasos metros de ella, volando también a toda velocidad. Peregrino graznaba con fuerza, enojadísimo.
Dénis sintió miedo. Trató de volar lo más rápido que pudo, pero fue imposible, pues Peregrino la alcanzó y entorpeció su vuelo. Entonces Dénis comenzó a caer.
El ave rapaz la seguía a toda velocidad mientras ella bajaba ―quería estar seguro de que caería―, pero de pronto sintió algo pesado en su espalda: Remso. Este cayó encima de Peregrino y entorpeció su vuelo también.