El secreto de la princesa -parte uno-

Parte tres: Camuflage

Gisselle solo pensaba una y otra vez en él. En aquel joven que conoció de niña, quien la vio crecer y del cual se enamoró. Guepp era guapo, inteligente, sencillo y lo que más le gustaba, romántico. Su cabello castaño y reblede, sus ojos de miel y su perfecto rostro varonil, eran para la princesa un plus, algo extra que lo hacía verse sensual y atractivo. Gisselle no imaginaba que en realidad fuera un príncipe, le parecía un chico humilde y sencillo que se había ganado su corazón. Era el único hombre que había conocido en Valle Real desde que tenía recuerdos. 
Ahora le preocupaba una cosa: el hecho de tener que casarse con el príncipe del reino, el mozuelo que era hijo del virrey. Le preocupaba porque siempre lo supo, siempre supo que ese momento llegaría. De pronto la voz suave y carismática, de la bella princesa, se escuchó.
―¿Cómo será? ―se preguntó la princesa―. Será tan guapo como Guepp… ¡no!, eso no es posible, no creo que exista alguien como él. De seguro es un príncipe engreído, presumido, antipático y que se cree el mejor de todos. Nada que ver a Guepp. ¿Ya habrá recibido mi mensaje? Espero que sí…
Alguien llamó a la puerta e interrumpió sus pensamientos. Ella hizo pasar a su nana, quien traía una taza en las manos. La mujer mayor cerró la puerta y sonrió para su niña.
―Mira hija, aquí te traje esta tasita de té. Con ella te sentirás mucho mejor ―dijo Gloriett y extendió la taza para que la doncella la tomara.
―Muchas gracias, nana, eres muy buna ―alagó la princesa.
Gloriett la miró fijamente y notó que su niña estaba triste y feliz al mismo tiempo.
―Hija, tal vez me equivoque, pero veo en tus ojos una luz diferente a la de hace un momento. ¿Existe una razón especial? ―preguntó la anciana.
Gisselle dudó en responder. No sabía cómo iba a reaccionar Gloriett, ya que había pasado mucho tiempo sin haberle dicho nada, pero no podía guardar el secreto para siempre. Gisselle miró detenidamente a Gloriett y ella reaccionó con una sonrisa.
―Nana, antes que nada, quiero que sepas que eres muy especial para mí y, sí, hay una razón para que yo tenga un poco de tranquilidad en este momento. Pero de igual manera me sigue aterrando la idea de casarme con ese hombre, el famoso príncipe. Es algo que no quiero hacer. Debes ayudarme a convencer a mi papá que decisita de ese matrimonio por conveniencias ―suplicó Gisselle.
―Por lo que alcanzo a entender, todavía no me quieres decir la razón que te da tranquilidad, pero sé que pronto me lo dirás, ¿o estoy en un error? ―pregunto Gloriett levantando un poco las cejas.
―Claro que te lo diré nana, pero primero debes ayudarme a convencer a papá, por favor.
―Despreocupa hija, enseguida voy con tu padre. Él también debe estar sufriendo por esta situación. Ha de pensar que tú ya no lo vas a querer.
―Eso nunca pasaría, lo adoro a pesar de todo, pero no quiero hacer eso que me ha impuesto. Además, el hecho de que no me deje conocer a nadie en el reino, ya es suficiente ―comentó la princesa y miró por su gran ventana hacia los alrededores de palacio―. Me gustaría mucho conocer a más personas en el reino, o cuando menos que me conocieran, que supieran que yo soy su princesa, la hija del rey. Y no es por vanidad, sino para poder socializar y conocer a jóvenes de mi edad y que puedan visitarme y yo visitarlos ―dijo ilusionada la princesa.
―Tu padre quiere formalizar tu matrimonio por lo mismo, para que pueda presentarte en sociedad como la princesa que tú eres, para darte el lugar que mereces ―agregó Gloriett para animar a su niña.
―Aunque eso fuera verdad, yo no quiero casarme con alguien diferente a… 
―¿A quién hija? Alguien diferente a quién ―preguntó sorprendida la vieja.
―No me hagas caso nana, me refería a alguien diferente, alguien a quien no conozco ―comentó nerviosa la princesa―. Nana, yo siempre he soñado con casarme, como cualquier joven de mi edad; sin embargo, siempre he pensado que me casaré enamorada y con muchas ilusiones… ―agregó Gisselle sonriendo.
―Eso es normal, mi vida. Sin embargo dicen que el joven Carlo no es nada desagradable. Es un mozo sumamente guapo, educado y muy atractivo. Además, ya sabes, es el príncipe de Valle Real, hijo del virrey Leopoldo Villaseñor ―y Gloriett le cerró el ojo.
Fuera como fuera, Gisselle no podía pensar en alguien diferente de Guepp, su chico favorito. A ella no le importaba que fuera un campesino, alguien que viviera del campo. Así lo había conocido y así lo quería, por lo tanto, no sabía cómo enfrentaría aquella situación, pues no estaba dispuesta a renunciar a Guepp solo porque su padre quería casarla con un príncipe.
―Bueno nana, creo que no hay mucho que decir sobre ese joven, de cualquier forma no quiero conocerlo y mucho menos casarme con él ―advirtió―. Tal vez por ahora no me entiendes, pero por favor, no me preguntes. Solo has entender a mi papá que no me quiero casar con alguien a quien no conozco, por favor ―suplicó de nuevo la bella princesa.
―Está bien, hija. Me voy para que pienses bien las cosas. Pero también piensa en todos los beneficios que obtendrías si te casaras. Además, te aseguro que todas las chicas del reino te envidiarían, pues dicen que ese Carlo Villaseñor está bien guapote, sino fuera por estos años, hasta yo me casara con el ―rió un poco la anciana.
―Como eres ocurrente, pero de igual forma, no me interesa ―aseguró la muchacha.
―Como tú quieras hija, yo iré con tu padre, a ver en qué plan está. 




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