_”La primera impresión no siempre define el destino, pero el caos previo puede marcar el camino de lo inesperado.”_
El sonido estridente de la alarma de mi celular me arrancó del sueño como un balde de agua helada. Instintivamente, mi mano voló hacia la mesita de noche. Por un segundo, pensé en estrellarlo contra la pared, pero recordé justo a tiempo que ese aparato apenas tenía dos meses de uso y yo no estaba en posición de malgastar dinero. Suspiré, apagué la alarma y me acomodé entre las sábanas, buscando recuperar ese calor que empezaba a desvanecerse.
Entonces, como un rayo, el pensamiento me golpeó: ¡El trabajo! ¡Mi primer día! Me levanté de la cama tan rápido que casi me llevo las cobijas conmigo, tambaleándome mientras corría hacia el baño.
—Joder, juro que no volveré a beber de ese modo… al menos no cuando deba ir a trabajar al día siguiente —murmuré, mi voz rasposa y llena de arrepentimiento.
El agua de la bañera estaba helada al principio, pero pronto comenzó a calmar mi cuerpo agotado. Normalmente me tomaba media hora disfrutar de un baño matutino, pero esta vez lo reduje a quince minutos. No tenía tiempo para lujos, especialmente porque mi cabeza latía como si alguien estuviera aporreando tambores dentro de ella.
Salí del baño, mojada y desorientada. Busqué desesperadamente mi secadora de pelo, pero era como si se hubiera esfumado. No sabía ni dónde la había dejado. Tampoco encontraba la ropa que había tardado toda una hora en escoger la noche anterior. Cada minuto perdido aumentaba mi frustración.
—¡Dios! ¿Por qué no puedo ser una de esas mujeres que tienen todo bajo control? —mascullé mientras revolvía los cajones.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, logré vestirme. Me planté frente al espejo para examinar el resultado. Una camisa blanca con puños abiertos, una pollera gris suelta que llegaba justo hasta las rodillas y unos zapatos negros de tacón bajo. Mi pelo estaba recogido en un moño apresurado, con algunos mechones sueltos escapándose aquí y allá.
—Esto tendrá que ser suficiente —dije con un suspiro resignado.
Corrí a la cocina, agradeciendo internamente no haber olvidado comprar café. Un doble. Lo necesitaba como el aire. Me preparé unas tostadas con mantequilla de maní y jalea, pero apenas comí la mitad antes de salir corriendo. En la vereda, mientras peleaba con la maldita correa demasiado larga de mi bolso, mis ojos detectaron un taxi que acababa de quedar libre. Bendito sea el universo.
Pero mi alivio duró poco. Un hombre alto, con cabello oscuro que parecía inmune al viento, también había fijado su objetivo en el mismo taxi. Su andar era firme, seguro, casi arrogante. Mientras tanto, yo sentía que mi cabello era víctima de un tifón y que mi bolso estaba conspirando en mi contra.
—Ah, no, amigo. Lo siento, pero ese taxi es mío —gruñí en voz baja, encendiendo mi modo de supervivencia.
Me lancé como si fuera una corredora profesional en plena recta final olímpica, esquivando peatones y bolsas de compras. Alguna que otra persona me dedicó un improperio que ignoré completamente. Llegué al mismo tiempo que él, pero fui más rápida. Mi mano se cerró sobre la manija de la puerta justo antes de que él pudiera reclamarla.
—Lo siento, amigo. Pero yo lo vi primero, y llego tarde al trabajo. Búscate otro taxi —dije sin mirarlo demasiado, con una firmeza que no admitía réplica.
Antes de que pudiera responder, me deslicé al asiento trasero y cerré la puerta con un golpe seco.
—¿A dónde, señorita? —preguntó el taxista.
—Hacia las oficinas de ‘W&K’ —respondí, acomodándome en el asiento mientras el motor arrancaba.
La mañana era ventosa, y aunque las nubes parecían querer devorar al sol, este seguía luchando por hacerse un espacio. Era como si el clima estuviera reflejando mi estado de ánimo. Media hora después, el taxi se detuvo frente al edificio. El edificio se alzaba frente a mí como un gigante de vidrio y acero, una torre imponente que casi parecía rasgar el cielo grisáceo de Chicago. Era todo lo que había esperado, pero también algo que no podía haber anticipado del todo. Las enormes puertas de cristal giratorio brillaban bajo la luz tenue de la mañana, reflejando el bullicio de las calles, mientras las personas entraban y salían como hormigas en una colmena perfectamente organizada. Tragué con fuerza, sintiendo cómo un nudo comenzaba a formarse en mi garganta. Aquí trabajó Lindsy, aquí rio, soñó… y aquí empezó su pesadilla.
Cuando finalmente crucé las puertas, el aire cálido del vestíbulo me envolvió, un contraste inmediato con el viento helado que había dejado atrás afuera. El lugar era un espectáculo de perfección moderna. El suelo era de mármol negro pulido, tan brillante que casi podía ver mi reflejo en él, y las paredes de cristal permitían que la luz natural bañara todo el espacio. Altos pilares blancos ascendían como los huesos de un esqueleto arquitectónico, sosteniendo un techo que parecía mucho más lejano de lo que debería.
Un enorme mostrador de recepción se alzaba en el centro, hecho de madera oscura y metal pulido, detrás del cual se encontraba una recepcionista con un rostro impecable y una sonrisa perfectamente medida. Su cabello estaba recogido en un moño, tan prolijo que me hizo sentir como una torpe aprendiz con mi improvisado peinado.
Mis tacones resonaban en el mármol con cada paso que daba. Cada sonido parecía demasiado fuerte, como si anunciara mi inseguridad a todos los que estaban allí. Había empleados que cruzaban el vestíbulo vestidos con trajes perfectamente cortados, sus maletines en mano y sus expresiones de concentración absoluta. El aroma del café recién hecho provenía de una pequeña cafetería en un rincón, mezclándose con el sutil y elegante perfume del lugar. Todo estaba diseñado para intimidar, para recordarte que aquí solo sobrevive el más fuerte.
Mi corazón latía con fuerza mientras observaba a mi alrededor. Todo esto era demasiado… limpio, demasiado perfecto, casi clínico. Lindsy solía caminar por aquí, sonriente, siempre hablándome de lo asombroso que era su trabajo, cómo soñaba con ascender en esta empresa. Y ahora… ahora estoy aquí, desentrañando el misterio que destrozó todo eso.
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Editado: 10.03.2025