—¡No! —el grito escapó del pecho de Evelina—. ¡Ella solo quería curar a su madre! Ese dinero es para su tratamiento… Por favor, tengan piedad. Hay una mujer enferma, delira con la fiebre, necesita ayuda.
A su alrededor estallaban acusaciones y exigencias de castigo. Elizar frunció el ceño, pensativo. Suspiró con pesadez y levantó la mano pidiendo silencio.
—La muchacha y la niña vendrán conmigo al palacio. Solo el rey impartirá justicia. Aine, vendrás conmigo. No quiero que vuelvas a intentar huir.
Elizar le tomó las manos con suavidad. Su contacto transmitía una calma protectora, justo lo que Evelina necesitaba. Él la ayudó a montar el caballo y luego subió tras ella. Por el vestido, Evelina iba sentada de lado y le resultaba algo incómodo. El príncipe, como si temiera que cayera, la sostuvo con fuerza con un brazo, mientras con el otro guiaba las riendas. El caballo avanzó despacio y el aliento cálido del hombre le rozó el oído.
—¿En qué pensabas cuando decidiste escapar?
—Solo quería sobrevivir. Al amanecer, Anvar planeaba ejecutarme.
—Tonta… —susurró él, estrechándola aún más contra su pecho. Ella escuchaba el ritmo pausado de su corazón—. Debiste aprovechar la oportunidad, robarle la magia al rey, o al menos avisarme. Yo habría tomado cartas en el asunto.
Evelina intentó separarse un poco, pero él no la soltó. La sostenía con tanta firmeza que ni una hebra de viento podría colarse entre sus cuerpos. La chica dejó de resistirse.
—No creí que te importara el destino de una sirvienta.
—Aine, no eres solo una sirvienta.
—Pero yo no soy Aine. No deberías olvidarlo —replicó ella, molesta. Elizar se inclinó y aspiró profundamente el aroma de su cabello.
—Lo sé. Aine era como un río tranquilo: equilibrada, dócil, sumisa. Pero tú… tú eres un huracán. Nunca se sabe qué esperar de ti. ¿Qué hiciste para enfurecer tanto a Anvar?
—Me negué a compartir su cama.
Elizar aflojó instintivamente el abrazo.
—No esperaba eso de Anvar. Suele ser frío con las mujeres. Escoge una favorita, la colma de atención durante un tiempo y luego se cansa. Pero tú… tú lograste captar su interés. Aunque ya no importa. No soportará tal rechazo. Me temo que querrá matarte —hablaba con voz serena, como si no le afectara el destino de Evelina—. Pero puedes defenderte. Quítale la magia.
—¿Crees que cambiará de opinión si lo hago?
—La cambiará. Dile que se la devolverás solo si firma un tratado de paz… y promete dejarte con vida.
La imagen de Anvar se formó en la mente de Evelina: imponente, severo, seguro de sí mismo. Sintió cómo la garganta se le resecaba.
—No sé usar la magia.
—Pero puedes intentarlo. Ella responderá a tu voluntad.
Durante todo el trayecto, Evelina no dejó de preguntarse qué debía hacer. Podía intentarlo, sí. Pero algo en todo eso no le inspiraba confianza. No quería hacerle daño a nadie… ni siquiera a Anvar. Por más que le temiera, él no le parecía malvado, solo estricto. En su interior, sentía una luz apagada por sombras pasajeras. A medida que se acercaban al palacio, el miedo se instalaba en su pecho.
El caballo se detuvo ante la entrada principal, atrayendo la atención de todos los presentes. Elizar bajó primero y luego ayudó a Evelina a descender. Con cada paso, su vestido se agitaba y la cuerda atada a sus muñecas oscilaba levemente. Despreciada y decepcionada, caminaba directo hacia su sentencia. Elizar iba a su lado, y detrás, llevaban a Lora. La niña apretaba los labios con fuerza. Haría todo lo posible por salvarla al menos a ella.
El amplio vestíbulo del palacio los recibió con una brisa fresca. Derek saludó con una reverencia al príncipe, en señal de respeto. Evelina sintió la mirada reprobadora de sus ojos verdes. La juzgaban, como si hubiese cometido un crimen imperdonable.
—Su Majestad los espera en la sala del trono. Los enviados acaban de retirarse.
—Bien. Primero entraré yo —Elizar cruzó las puertas, y Derek se acercó a la joven. Le susurró al oído, como una serpiente venenosa:
—Se acabó. Despídete de tu vida. Nunca vi a Anvar tan furioso. ¿Qué lo enfadó tanto? ¿Intentaste matarlo y lo descubrió?
—No. Todavía no sé cómo usar mis poderes.
—Pues aprende. Hoy o lo matas tú… o él te eliminará a ti. Haz lo que debes y sálvate. En cuanto todo termine, te llevaremos a un lugar seguro. Serás generosamente recompensada.
La presión era sospechosa. El hombre parecía querer que ella actuara sin pensar, que obedeciera su voluntad. Para salvarse, Evelina se inclinaba más por la idea del chantaje. Si le quitaba la magia a Anvar, al menos él seguiría vivo.
Un guardia corpulento entró en el vestíbulo.
—El rey desea ver a la fugitiva.
Editado: 08.08.2025